lunes, 26 de mayo de 2025

Algoritmos de guerra





En El último Samurái, cerca del final, asistimos a una escena memorable no solo por lo bien e incluso hermosamente elaborada que está, sino por la cruda verdad histórica que expone dentro de su poesía visual. 


Es aquella en la cual los samuráis se lanzan en una ofensiva a campo abierto contra las fuerzas del Imperio Japonés. Hasta ese momento la guerra venía siendo favorable para ellos, curtidos por siglos de artes militares que suponen toda una vida de preparación. Sin embargo, ese día los inexpertos y mal formados reclutas del nuevo ejército imperial contaban con cañones howitzer y ametralladoras Gatling, además del acompañamiento de expertos militares occidentales. De nada sirvieron entonces la mística, disciplina y valentía de los samuráis: indefensos antes las balas fueron cayendo uno a uno y con ellos todo un orden cultural milenario así como una manera de hacer la guerra ídem.


Pero la clave en esta derrota no fueron las ametralladoras. La clave fue el uso bélico de la pólvora, de la cual han resultado todas las armas de fuego hasta el sol de hoy. Pocos inventos han tenido dentro de su área específica y fuera de ella un impacto tan profundo como la pólvora. Y es que su llegada a los campos de batalla hace ya más mil años, cambió ciertamente las maneras de hacer la guerra, pero también –y en consecuencia- moldeó el mundo que conocemos hoy. 


Pues cuando en 1453 los otomanos derribaron las hasta entonces inexpugnables murallas de Constantinopla con sus cañones “bombarda”, no solo quedaron obsoletas las costosas cargas contra muros infranqueables, sino que se decretó el fin del viejo orden europeo medieval, impulsó la llegada de la Modernidad e inclusive, se hizo necesario el “descubrimiento” de América, en la medida que los turcos tomaron el control de las centenarias rutas comerciales que unían Europa y Asia. Esto obligó a genoveses, florentinos, portugueses, castellanos, etc., a concentrarse en la búsqueda de rutas alternativas para llegar al Lejano Oriente, lo que provocó el “accidente” que trajo a Colón a nuestras costas.


Desde entonces en materia bélica la pólvora no ha dejado nunca de ser la reina, pues todas las innovaciones de armamentos que le han sucedido consisten en hacer un uso más eficiente y por tanto más mortal de ella. 


La excepción a esa regla lo constituye la bomba atómica. La historia oficial es harto conocida: en 1939, Albert Einstein alertó a Roosevelt sobre la posibilidad de que Alemania desarrollara una bomba nuclear. Roosevelt convoca una iniciativa que será conocida como El Proyecto Manhattan, violenta carrera armamentista cuyo resultado inmediato fueron las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Pero dichas bombas solo fueron un medio para alcanzar un fin más allá de vencer a Japón, ya en vías de serlo: la supremacía norteamericana sobre sus pares y sobre el mundo en general debido a la capacidad alcanzada de infligir daño. Toda la segunda mitad del siglo XX y al menos la primera década del actual se vio marcada por este hecho.

 

¿Y qué pasa en la actualidad?


En la actualidad asistimos a un nuevo Salto Adelante en materia bélica impulsado por una nueva tecnología, salto que amenaza con ser tan o más profundo que los anteriores, o en todo caso, abrir una grieta mucho más grande entre quienes tengan acceso plenamente a ella y quiénes no. 


Esto no significa que la pólvora y las armas nucleares dejen de ser determinantes. Corea del Norte es tal vez el mejor ejemplo de ello. Y aunque hasta donde sabe Yemen no tienen armas nucleares, todos estamos claros que su arsenal de misiles hipérsonicos son un desincentivo poderoso para quienes quieren borrarlo del mapa. Pero también debemos tener claro que el futuro de las guerras y las guerras del futuro pasan por la IA.


Y es que diga lo que se diga y se piense lo que se piense, el futuro de la IA no dependerá de quién cree el chatbot o generador de imágenes más inteligente y divertido para consumo de las masas en redes sociales o para emprender y aumentar la productividad. Su campo más dinámico y determinante en última instancia es el bélico, del cual se deriva todo lo demás. Y eso ha sido así desde el inicio. Debemos recordar que tanto la IA como la propia internet tienen su origen en desarrollos militares. 


En los actuales momentos las potencias mundiales ya integran IA en sus sistemas de defensa. Por ejemplo: Los Estados Unidos con el proyecto Maven usa IA para analizar imágenes de drones, así como la iniciativa JAIC (Joint Artificial Intelligence Center) desarrolla sistemas autónomos para toma de decisiones. El Nuevo Proyecto Manhattan lanzado por el actual gobierno de Trump no es más que la intención de llevar esto a una escala nunca vista para garantizar el MAGA (Make American Great Again)  por la vía del  MALA (Make American Lethal Again). 


China, por su parte, está invirtiendo que se sepa más de $300 mil millones en IA militar para 2030, incluyendo drones enjambre (ej.: proyecto Sharp Sword). Mientras que Rusia se vale de sus propios desarrollos en materia de IA para combatir contra Ucrania y la OTAN, al tiempo que el sionismo la usa para la perpetración del genocidio contra los palestinos. En nuestra región, al menos Brasil y Argentina adelantan sus propios desarrollos, en el último caso con apoyó israelí.


En los próximos años, y muy probablemente en menos de una década, las actuales maneras de hacer la guerra quedarán desactualizadas y se abrirá, como dijimos, una brecha tan grande como las que se abrieron cuando la invención de la pólvora y la bomba atómica. 


Esta brecha de hecho ya existe y la podemos ver actuar. Más allá de la falta de escrúpulo y el instinto asesino, la IA ha sido clave para los daños infligidos por los sionistas contra el eje de la resistencia, así como jugó un papel activo en la ofensiva con Asad en Siria y viene siendo un factor importante en la guerra de Ucrania, sobre todo para esta última que más allá del respaldo bélico convencional de la OTAN (tanques, fusiles, aviones, mercenarios, etc.,) ha encontrado en su uso una vía para contrarrestar la gran superioridad militar rusa. 


Así las cosas, no quedarse atrás en esta carrera es una necesidad existencial para todos los países, pues quien no lo haga quedará dentro de poco –es decir: ya- tan obsoleto y vulnerables como los samuráis de Algren y Katsumoto, que por lo demás aunque son personajes de la ficción están inspirados  en la historia muy real de la rebelión Satsuma de 1877. Fino pues los chatbots, pero por allí no van los tiros, literalmente.  


PD: para una lectura más completa de este tema te recomiendo el siguiente video https://youtu.be/urlx45F4XK0?si=tRlo9B78MlmsJ6f9 

lunes, 19 de mayo de 2025

El Eternauta: el héroe colectivo vs., el Primado Negativo




Salvo excepciones, en las películas y series catastrofistas y apocalípticas que atiborran el imaginario popular occidental –a éstas alturas global- la verdadera catástrofe no es el evento catastrófico o apocalíptico en sí –el meteorito, la plaga zombi, etc.,- si no el post evento, esto es, el conjunto de reacciones que se desatan entre la población a la hora de enfrentar y sobrevivir al mismo.


Hay ejemplos más que notorios: en The Walking Dead, es claro que los zombis terminan siendo una excusa para mostrarnos cómo sería la lucha por la vida en medio de una sociedad que se derrumba. En 2012 se nos expone claramente cómo ante una eventualidad catastrófica, los más ricos nos abandonarán a todos  a nuestra (mala) suerte, llevándose solo a quienes les sean estrictamente útiles (¿Elon Musk eres tu?). 


Podemos citar también el ejemplo canónico de Mad Max en todas sus secuelas. O The Book of Eli, con una temática parecida aunque con un peculiar elemento de fundamentalismo religioso anglosajón. E inclusive, a la sobrecogedoramente hermosa y a menudo brillante The last of us, donde los zombis juegan un papel parecido al de TWD. De hecho, en uno de los primeros capítulos de la primera temporada, empezando el viaje Joel le explica a Ellie cómo el principal peligro a evitar durante el trayecto no serán los zombis sino los humanos “capaces de hacer cosas peores”.


Se trata de un tema es importante, que a menudo mis amistades tan fanáticas como yo de este tipo de historias discutimos. E invariablemente llegamos siempre al mismo punto: la posibilidad de que opere al respecto un condicionamiento operante deliberado. 


Por condicionamiento operante deliberado entiendo la promoción intencional de determinados valores, creencias, y por tanto, comportamientos antes determinadas circunstancias, haciéndolos ver como la reacción natural ante las mismas, lo que en consecuencia termina normalizándolos, e inclusive, imponiéndolos como un deber ser. Como es bien sabido se trata de una vieja discusión a la cual se le han dedicado innumerables páginas dentro de las ciencias sociales, todas las cuales terminan chocando con el mismo escollo: la falta de evidencia, lo que hace que muchas veces sean descalificadas como vulgares teorías conspirativas.


En lo que a mi concierne, soy del criterio de que en realidad el problema de la mayoría de estas reflexiones es que abordan el asunto por el lado equivocado. Y es que suelen irse por el lado de la intencionalidad, dado lo cual por razones obvias lo primero que deben demostrar es dicha intencionalidad, lo que casi nunca es posible. 


Es decir, es posible que un buen día hace muchos años en Hollywood o la Casa Blanca, se pusieran de acuerdo sobre que ese sería el meta-mensaje a transmitir para adoctrinar a las masas. Pero de haber ocurrido dicho acuerdo lo más probable es que nunca lo sabremos. El asunto, sin embargo, es que el adoctrinamiento igual opera independiente de que el acuerdo haya ocurrido, inclusive sin que nadie se lo propusiera nunca.


Y esto por dos razones. La primera porque independientemente de la intencionalidad, toda obra humana responde a un contexto y a la sedimentación cultural en sentido amplio de cientos e inclusive miles de años previos a la obra en cuestión. El caso del Apocalipsis es tal vez el mejor de los ejemplos. 


Nosotras y nosotros los occidentales u occidentalizados, no imaginamos un Apocalipsis a secas o cualquiera, pues cuando la palabra nos viene a la mente la imagen acústica que se nos forma está irremediablemente asociada a la escatología cristiano-judía. Es decir, nos imaginamos el Apocalipsis judeo-cristiano (que de hecho es el único que existe), independiente que seamos creyentes o no del mismo. 


En consecuencia, si tomamos en cuenta que la cultura norteamericana está formada a partir de la cepa más fanática del judeo-cristianismo (los puritanos del Mayflower, una secta religiosa apocalíptica e individualista a ultranza, de la cual también bebe elsionismo), podemos entender porque un americano promedio concibe el fin del mundo como lo concibe y actúa en consecuencia.


La otra razón vinculada con esta anterior pero más compleja tiene que ver con la manera en que los humanos en general damos sentido a las cosas. 


Es una gran discusión, pero para decirlo de la manera más breve, nuestro cerebro y nuestro cuerpo reaccionan ante la realidad en base al reflejo y la reflexión, en la medida que no hay información en ellos que no haya entrado previamente por los sentidos. Información que, por lo demás, ambos administran en un permanente ejercicio de economía cognitiva e inclusive energética. Así las cosas, el condicionamiento operante existe no como una imposición exterior malvada sino como parte del propio proceso cognitivo, que desde luego puede moldearse externamente según los usos, necesidades y costumbres. Una variante de esto es lo algunos llaman Primado Negativo: la imposición de ciertas conductas, pensamientos o afectos que condicionan nuestra actitud ante determinadas situaciones, una de las cuales –tal vez la más importante- pasa por su normalización, lo que nos lleva de nuevo a Hollywood.


En efecto, sea o no sea la intención, la principal secuela del cine catastrofista sobre las mentes no solo es el agobio sino la impotencia y la resignación, esa sensación de inevitabilidad catastrófica de la historia. Pero además la convicción de que la respuesta ante catástrofes colectivas solo puede ser individual –entendida de la peor manera posible, como sálvese quien pueda- o a lo sumo enfrentada por alguien sobre natural o con súper poderes. 


Es lo que podemos llamar el efecto Marvel o DC Comics, la convicción de que solo un súper hombre (Superman) o un mega millonario con talante de justiciero (Batman, Ironman), puede salvarnos.


Y en contraprestación –y es esto a lo que iba- lo más grandioso de “El Eternauta” es la construcción que desarrolla del héroe colectivo, entendido como un grupo de personas que supera sus diferencias y se unen para enfrentar una amenaza común en lugar de depender de un salvador o comerse de ellos.


Desde este punto de vista, El Eternauta no es la historia de Juan Salvo, sino la de un grupo de gente cualquiera y para nada extraordinaria que utilizan lo que tienen a la mano para enfrentar juntos la tragedia y la barbarie. Claro que no faltará quien diga que en la vida real esto es más complejo, como lo atestigua la tragedia familiar de Oesterheld, su creador, víctima del exterminio político. Pero a falta de súper héroes con súper poderes en esa misma vida real, la idea de que cualquier persona puede ser un héroe si trabaja con otros hacia un objetivo común es lo único que puede salvarnos.

jueves, 15 de mayo de 2025

¿Crisis climática o mega-ecogenocidio?



Pocos términos son tan funcionales a los poderosos como "crisis". 

Les permite tomar cualquier medida por la vía de hecho y sin importar lo odiosa o antidemocrática que sea cuando la evocan. 

Pero además, rehuir toda responsabilidad sobre lo que esté pasando e imponer su propia versión de los hechos.

Pueden citarse muchos ejemplos para demostrarlo, pero para entrar en materia de una vez hablemos de la llamada “crisis climática”. 

Por años se nos ha insistido que todas y todos, la especie humana en pleno, somos responsable de la "crisis climática", al punto de que se habla del “Antropoceno” para dar cuenta de esta era donde la huella humana estaría acabando con el planeta.

Y desde luego, no deja de ser cierto que todos en alguna medida tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Sin embargo, el problema con esta verdad parcial es que encubre otra mucho más grande: que en el agregado, son unos cuantos sujetos los determinantemente responsables del cambio climático, de la extinción de especies y del posible colapso de la vida en el planeta tal y como la conocemos.

Miremos el caso del oro y la devastación de la Amazonía. Automáticamente, cada vez que se aborda el tema el primer culpable que salta a la vista es el llamado garimpeiro o minero ilegal. Y no es para menos. Pero el garimpeiro es tan solo el extremo menos glamuroso de una cadena de extracción en cuya cabeza tenemos a los vendedores y consumidores de joyería fina así como banqueros y especuladores financieros. 

Y es que casi la mitad del oro extraído en el mundo, el 46 %,  termina transformado en joyas. De lo restante, un 20 % se emplea como inversión privada, un 17 % lo consumen los bancos centrales a modo de reservas y el 15 % se destina a otros fines incluyendo industriales. 

Lo que esto significa es que deberíamos recalcular nuestros juicio al respecto, pues lo cierto es que quienes sostienen el negocio y financian la devastación que realizan los garimpeiros son estos consumidores de alta gama.

De la misma manera, en un estudio reciente realizado por la universidad ETH Zurich (Suiza) y publicado en Nature Climate Change , donde se evalúa en qué medida contribuyen a las emisiones los distintos grupos y sociedades, se comprueba que el 10% más rico del mundo es responsable dos terceras partes del calentamiento global producido desde 1990, derivado de sus patrones de consumo e inversiones.

En el caso del 1% de las personas más ricas del mundo, estos han contribuyó 26 veces más que la media mundial al aumento de los extremos térmicos globales y 17 veces más a las sequías del Amazonas.

En un estudio previo de la ONG OXFAM, se concluye como el 1% más rico del mundo, emite un millón de veces más CO₂ que el 90% de la población más pobre. Y es que gran parte de su riqueza está vinculada a industrias altamente contaminantes, a todo lo cual hay que sumarle las inversiones más recientes en nuevas tecnologías altamente demandantes de agua y energía eléctrica. 

Este mismo 1% promueve prácticas favorables a sus intereses y gustos, incluso cuando claramente perjudican al medio ambiente, como el uso excesivo de jets privados, yates y mega-propiedades que generan emisiones de carbono miles de veces mayores que las de una persona promedio. 

Por esta vía, se estima que las emisiones del 1% más rico causarán 1,3 millones de muertes relacionadas con el calor entre 2020 y 2030, siendo que el 10% de esos 1,3 millones de muertes se deberá a las emisiones de los estadounidenses ultrarricos.

Y valga agregar que este estudio fue publicado antes de que los más radicales y poderosos de esos estadounidenses ultrarricos pasaran a integrar el gobierno de los Estados Unidos.   

Como concluye lacónicamente OXFAM: Las mujeres y las niñas, las comunidades indígenas y las personas que viven en países de bajos ingresos no cuentan con los mismos recursos para protegerse que los superricos, compuestos principalmente por hombres y mujeres blancos de países de altos ingresos. Pero en cambio, son y seguirán siendo los primeros en padecer el impacto climático y sus víctimas principales, tanto como el resto de especies animales y vegetales que habitan el planeta.

Una evidencia de esto último lo representan unas recientes declaraciones de Elon Musk, “alertando” sobre una nueva crisis mundial de energía para la cual el mundo no estaría preparado. ¿Las razones de esta crisis según el propio Musk?: el enorme salto tecnológico impulsado por la inteligencia artificial y los autos eléctricos, que aumentarán la demanda de electricidad a nivel global de manera inédita.

Si se toma en cuenta que Musk es, precisamente, uno de los principales promotores y beneficiarios del negocio de la Inteligencia Artificial y los autos eléctricos (y otros conexos), cabe concluir entonces que no está alertando sino haciendo un spoiler del impacto de sus acciones: está anunciando lo que pasará, confesando el daño colateral masivo de sus negocios. 

Y valga recordar que en estos negocios está incluido colonizar Marte, que es la alternativa que venden para salvar a la humanidad del desastre que causarán, entendiendo por “humanidad” a todos los que puedan pagar la emigración interplanetaria. Es su manera ultrarrica de cerrar el ciclo 

Así las cosas, ¿tiene sentido seguir hablando de crisis climática cuando hay evidencia suficiente –incluyendo confesiones de sus perpetradores- de que estamos en presencia de un crimen en masa, un mega-ecogenocidio en la medida que se ejerce contra la humanidad y la biodiversidad planetaria en general?   

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