martes, 11 de marzo de 2025

La economía política del fin del mundo ( Donald Trump and the Lex Luthor´s government 3ra parte)

 


"El cielo y la tierra pasaran, pero del día y la hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo." 
Mateo 24:36-36.

"No sabemos el día y la hora, pero quizás podemos adivinar el siglo"
Peter Thiel.  


Para muchos críticos y expertos, así como líderes políticos y en líneas generales para mucha gente, las medidas económicas tomadas por Donald Trump en el poco más de un mes que lleva de mandato no solo son inesperadas, sino que carecen de sentido.


Y es que después de todo, puede que sea la primera vez que un presidente norteamericano desmantela la línea de acción económica y por consiguiente política de sus antecesores, rompiendo con aquello de que en los Estados Unidos los gobiernos y estilos pasan pero las políticas de Estado quedan.


Sin embargo, en mi criterio, dicha “carencia de sentido” se debe más a un problema de perspectiva. Es decir, si uno ve el asunto desde el punto de vista posicionado por los demócratas y los enemigos “wokes” de Trump(según los cuales es un loco, populista megalómano, etc.,) seguramente concluirá que lo que está haciendo es una locura. De la misma manera, si uno se queda con la narrativa globalizadora y de los mercados desregulados posicionada por los neoliberales durante los años 80 y asumida como “verdad científica” por la gran mayoría de los economistas actuales, llegará a la misma conclusión, y muy probablemente, entenderá menos de qué van las cosas. Ahora bien, sí se dejan de lado ambas narrativas veremos que dichas cosas en realidad no son tan complejas ni carecen de sentido.


Lo siguiente que hay que hacer tras olvidarnos de estas historias, es correr la película hacia atrás y dejar de asumir que lo que está pasando es una coyuntura derivada de la llegada de Trump y los Silicon Valley Boys al poder. En cualquier caso, lo que estos están haciendo es dar curso a una de las posibles salidas de la crisis potencialmente terminal en la que se encuentra metido los Estados Unidos al menos desde las últimas dos décadas, crisis paradójicamente resultado de su éxito como potencia.


Y si a mí me preguntan, es de hecho la salida más racional desde el punto de vista norteamericano, lo que no significa –y este es el punto- que sea la que más le conviene al resto del mundo.


Veamos: la crisis “estanflacionaria” de los años 70, los Estados Unidos la zanjó tomando medidas radicales, entre otras el abandono definitivo del patrón oro en 1971 y luego la liberación de los flujos financieros,  medidas que dieron origen a la llamada financiarización de la economía mundial, a la globalización y a la hegemonía del dólar. Tales medidas implicaron una reorientación de los flujos de riqueza, en principio “de abajo hacia arriba” en un ejercicio de “keynesianismo al revés” que disparó la concentración de la riqueza y la desigualdad: Pero también una reorientación desde el sur global hacia el norte, agudizando los ya de por sí desiguales términos de intercambio. El objetivo fue convertir a la economía norteamericana en la gran receptora de estos flujos, en una aspiradora mundial de la riqueza. El reverso de ello fue la llamada “década perdida latinoamericana” así como la agudización de la miseria en África, resultados directos de dicha reorientación. 

       

La década de los 90 implicó un salto adelante en esta estrategia, potenciado por dos acontecimientos no económicos pero de hondas repercusiones económicas: la caída de la URSS y la aparición de las nuevas tecnologías de la información, empezando por internet. Lo primero, elevó el supremacismo norteamericano al tiempo que lo amalgamó con el triunfo y expansión del capitalismo. Es decir, el orden bipolar post segunda guerra mundial dio paso a la unipolaridad con sede en Washington, dando por hecho que la expansión ya definitivamente global del capitalismo coincidía o era lo mismo que el reforzamiento de la hegemonía norteamericana. 


Y así fue realmente al menos durante una década. El problema es que durante ese mismo tiempo se crearon las condiciones para que se diera el proceso exactamente contrario, seguramente como efecto no deseado pero no necesariamente inesperado. Y en buena medida la responsable de esas condiciones fueron las posibilidades abiertas por el desarrollo de la “súper autopista de la información”.


En efecto, aunque la financiarización de la economía global fue un proceso previo a la expansión de internet, lo cierto es que con ésta daría un salto cualitativo y cuantitativo, cuyo saldo fundamental a efectos de lo que aquí nos importa es la pérdida de control por parte de la economía norteamericana de los flujos de riqueza globales. Pero lo paradójico es que esta pérdida de control no puede decirse que fuera fue accidental, pues resultó de decisiones deliberadamente tomadas. La más deliberada de todas fue la descolocación de la producción, es decir, la tendencia a permitir que las empresas norteamericanas se fueran desde los Estados Unidos a otras latitudes buscando mano de obra barata.


Pero, ¿cuáles fueron las razones que impulsaron a los gobiernos y élites económicas norteamericanas a “autosuicidarse” de semejante manera? 


La primera es lógica: la tendencia que sigue un patrón histórico ya suficientemente descrito y delineado tanto por Smith como por Marx según la cual, buscando las mayores rentabilidades, las burguesías no respetan patria alguna, y si en China es donde la obtienen, pues a China se irán. Mientras que la segunda razón es más bien de orden político: durante los 80 se toleró la desregulación y descolocación de la producción hacia los “tigres asiáticos” (Japón, Taiwán, etc.,) como parte de una estrategia para contrarrestar el comunismo de la URSS y de la China maoísta. Pero una vez derrumbada la primera y entrada en metamorfosis la segunda, las empresas norteamericanas y buena parte de sus finanzas se reorientaron hacia China, a la que concibieron como el nuevo taller del mundo. El detalle es que en el primer caso los Estados Unidos con todo y todo pudo mantener el control sobre los tigres incluso militarmente. Pero la historia con China ha sido muy distinta: ésta no solo conservó sino que reforzó su soberanía, a la par que fortaleció su economía al punto que en buena medida ya superó a la norteamericana. Y todo ello gracias a los servicios de los capitales norteamericanos...





Este fenómenos puede graficarse de muchas formas, pero pocas son tan elocuentes como la comparación entre las balanzas de pagos de ambos países, en este caso utilizando las fuentes del Banco Mundial. 


Nótese que ambas balanzas mantienen una correlación inversa casi perfecta a partir de mediados de los 90 del siglo pasado: en ese camino, las empresas norteamericanas obtuvieron rentabilidades extraordinarias gracias a la mano de obra barata –pero especializada- China y todo su desarrollo de infraestructura, todo lo cual aupó aún más la concentración de riqueza en manos de las big tech, que fueron las grande beneficiadas –que no las únicas- de esta estrategia. Las altas finanzas también aprovecharon la oportunidad al menos por dos vías: la intermediación y el crédito. En este último caso, no solo a las empresas vía inversiones para financiar costosos proyectos, sino también al gobierno norteamericano para financiar los déficits fiscales surgidos en consecuencia, así como a las familias norteamericanas, atrapadas entre la estampida de los puestos de trabajo y la precarización de los que permanecieron. Y fue así como se crearon las condiciones para el estallido de la burbuja financiera en 2008, fecha en que el ciclo virtuoso del crecimiento deslocalizado reveló su verdadero carácter vicioso.


La pregunta que muchos se hacen es si las cosas pudieron haber sido distintas. Es posible aunque poco probable, pero en todo caso, saberlo no tiene mucho sentido ahorita. Pues lo cierto es que ya se hizo y costos extraordinarios se han acumulado en la última década. 


El mayor de todos estos costos es que los Estados Unidos perdió sus estatus de superpotencia económica, amenazado por la emergencia China y últimamente por otros actores como los BRICS, por más que a estos últimos les falte. Y en la arena política e inclusive la militar también eso ocurrió. Como ha quedado en evidencia con el caso Ucrania, la supremacía militar norteamericana es cosa del pasado al menos ante Rusia y muy probablemente también ante China. 


No es plausible pensar que los antecesores de Trump no se dieron cuenta de ello y no intentaron remediarlo. Pero el problema es que la vía escogida llevaba directamente a la confrontación militar con Rusia y China, un escenario devastador para la humanidad toda pero en el cual –y esto es lo central- Washington se sabe en desventaja.


Así las cosas, lo que pareciera estar haciendo Trump es reordenar los costos de oportunidad y ganar tiempo. Para decirlo de modo simplificado, la primera pregunta que se deben haber hecho es si tenía sentido mantener un orden económico global basado en un consumo de mercancías baratas –que por lo demás ya no es posible- a costa de vaciarse y precarizarse como país, pero además, de perder la hegemonía y correr el riesgo de pasar de hegemon a vasallo (como la epidemia de COVID y la cuarentena pusieron en evidencia) o bien de enfrentarse militarmente a unos contrincantes que en ese terreno le llevan ventaja. ¿No tiene más sentido pues hacer a América grande otra vez recorriendo un camino inverso al de las últimas décadas y deslastrarse de pesos innecesarios como la UE que nada le aportan y mucho le cuestan?  ¿O encarecer las mercancías importadas –incluyendo el petróleo- para recuperar densidad nacional y de alguna manera además gestionar mejor el conflicto social interno en ciernes? ¿Para qué destinar ingentes cantidades de millones de dólares para financiar causas en el mundo entero que entre poco y nada le tributan sí las puede reorientar a lo interno? ¿Y para que existen, por últimos, esas armas de guerra económica que son los aranceles y las sanciones sino para empobrecer a los vecinos y(o extorsionarlos, como bien señaló en su momento la gran economista inglesa Joan Robinson?  


Desde luego todo esto supone unas nuevas reglas de juego, que a mi modo de ver implican además de lo ya dicho una lectura catastrofista/realista de los tiempos por venir. Estamos hablando un gobierno que, como hemos sostenido desde el comienzo de esta serie, quiere hacer a su país grande otra vez, pero no por nostalgia sino porque se está preparando para el fin del mundo tal y como lo hemos conocido. Pero esto último lo continuaremos en otro texto.   

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