Salvo excepciones, en las películas y series catastrofistas y apocalípticas que atiborran el imaginario popular occidental –a éstas alturas global- la verdadera catástrofe no es el evento catastrófico o apocalíptico en sí –el meteorito, la plaga zombi, etc.,- si no el post evento, esto es, el conjunto de reacciones que se desatan entre la población a la hora de enfrentar y sobrevivir al mismo.
Hay ejemplos más que notorios: en The Walking Dead, es claro que los zombis terminan siendo una excusa para mostrarnos cómo sería la lucha por la vida en medio de una sociedad que se derrumba. En 2012 se nos expone claramente cómo ante una eventualidad catastrófica, los más ricos nos abandonarán a todos a nuestra (mala) suerte, llevándose solo a quienes les sean estrictamente útiles (¿Elon Musk eres tu?).
Podemos citar también el ejemplo
canónico de Mad Max en todas sus
secuelas. O The Book of Eli, con una temática
parecida aunque con un peculiar elemento de fundamentalismo religioso
anglosajón. E inclusive, a la sobrecogedoramente hermosa y a menudo brillante The last of us, donde los zombis juegan
un papel parecido al de TWD. De hecho, en uno de los primeros capítulos de la
primera temporada, empezando el viaje Joel le explica a Ellie cómo el principal
peligro a evitar durante el trayecto no serán los zombis sino los humanos “capaces
de hacer cosas peores”.
Se trata de un tema es importante, que a menudo mis amistades tan fanáticas como yo de este tipo de historias discutimos. E invariablemente llegamos siempre al mismo punto: la posibilidad de que opere al respecto un condicionamiento operante deliberado.
Por condicionamiento operante deliberado entiendo la promoción
intencional de determinados valores, creencias, y por tanto, comportamientos
antes determinadas circunstancias, haciéndolos ver como la reacción natural
ante las mismas, lo que en consecuencia termina normalizándolos, e inclusive,
imponiéndolos como un deber ser. Como es bien sabido se trata de una vieja
discusión a la cual se le han dedicado innumerables páginas dentro de las
ciencias sociales, todas las cuales terminan chocando con el mismo
escollo: la falta de evidencia, lo que hace que muchas veces sean
descalificadas como vulgares teorías
conspirativas.
En lo que a mi concierne, soy del criterio de que en realidad el problema de la mayoría de estas reflexiones es que abordan el asunto por el lado equivocado. Y es que suelen irse por el lado de la intencionalidad, dado lo cual por razones obvias lo primero que deben demostrar es dicha intencionalidad, lo que casi nunca es posible.
Es decir, es posible que un buen día hace muchos años en Hollywood o la Casa Blanca, se
pusieran de acuerdo sobre que ese sería el meta-mensaje a transmitir para
adoctrinar a las masas. Pero de haber ocurrido dicho acuerdo lo más probable es
que nunca lo sabremos. El asunto, sin embargo, es que el adoctrinamiento igual opera
independiente de que el acuerdo haya ocurrido, inclusive sin que nadie se lo
propusiera nunca.
Y esto por dos razones. La primera porque independientemente de la intencionalidad, toda obra humana responde a un contexto y a la sedimentación cultural en sentido amplio de cientos e inclusive miles de años previos a la obra en cuestión. El caso del Apocalipsis es tal vez el mejor de los ejemplos.
Nosotras y nosotros los occidentales u occidentalizados, no imaginamos un Apocalipsis a secas o cualquiera, pues cuando la palabra nos viene a la mente la imagen acústica que se nos forma está irremediablemente asociada a la escatología cristiano-judía. Es decir, nos imaginamos el Apocalipsis judeo-cristiano (que de hecho es el único que existe), independiente que seamos creyentes o no del mismo.
En consecuencia, si tomamos
en cuenta que la cultura norteamericana está formada a partir de la cepa más
fanática del judeo-cristianismo (los puritanos del Mayflower, una secta
religiosa apocalíptica e individualista a ultranza, de la cual también bebe elsionismo), podemos entender porque un americano promedio concibe el fin del mundo
como lo concibe y actúa en consecuencia.
La otra razón vinculada con esta anterior pero más compleja tiene que ver con la manera en que los humanos en general damos sentido a las cosas.
Es una gran discusión,
pero para decirlo de la manera más breve, nuestro cerebro y
nuestro cuerpo reaccionan ante la realidad en base al reflejo y la
reflexión, en la medida que no hay información en ellos que no haya entrado
previamente por los sentidos. Información que, por lo demás, ambos administran en
un permanente ejercicio de economía cognitiva e inclusive energética. Así las
cosas, el condicionamiento operante existe no como una imposición exterior malvada sino como
parte del propio proceso cognitivo, que desde luego puede moldearse externamente
según los usos, necesidades y costumbres. Una variante de esto es lo algunos llaman
Primado Negativo: la imposición de ciertas conductas, pensamientos o afectos
que condicionan nuestra actitud ante determinadas situaciones, una de las
cuales –tal vez la más importante- pasa por su normalización, lo que nos lleva
de nuevo a Hollywood.
En efecto, sea o no sea la intención, la principal secuela del cine catastrofista sobre las mentes no solo es el agobio sino la impotencia y la resignación, esa sensación de inevitabilidad catastrófica de la historia. Pero además la convicción de que la respuesta ante catástrofes colectivas solo puede ser individual –entendida de la peor manera posible, como sálvese quien pueda- o a lo sumo enfrentada por alguien sobre natural o con súper poderes.
Es lo que podemos llamar el efecto Marvel o DC Comics, la convicción de que solo un súper hombre (Superman) o un mega millonario con talante de justiciero (Batman, Ironman), puede salvarnos.
Y en contraprestación –y es esto a lo que iba- lo más grandioso de “El Eternauta” es la construcción que desarrolla del héroe colectivo, entendido como un grupo de personas que supera sus diferencias y se unen para enfrentar una amenaza común en lugar de depender de un salvador o comerse de ellos.
Desde este punto de vista, El Eternauta no es la historia de Juan Salvo, sino la de un grupo de gente cualquiera y para nada extraordinaria que utilizan lo que tienen a la mano para enfrentar juntos la tragedia y la barbarie. Claro que no faltará quien diga que en la vida real esto es más complejo, como lo atestigua la tragedia familiar de Oesterheld, su creador, víctima del exterminio político. Pero a falta de súper héroes con súper poderes en esa misma vida real, la idea de que cualquier persona puede ser un héroe si trabaja con otros hacia un objetivo común es lo único que puede salvarnos.
Hola Luis, te felicito por este blog, genial. Gracias por tantos detalles importantes. Justo estaba reiniciando mi lectura de Los detectives salvaje y la detuve para leerte. Leí varios de tus ensayos. Gracias de nuevo
ResponderEliminarHola Aidadehelsinki gracias por leer y tus comentarios. Me encanta Bolaños. A tu orden por acá
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