El 23 de marzo de 1912 nace en Alemania el niño Wernher Magnus Maximilian Freiherr von Braun. Hijo de dos antiguas familias nobles, padeció los rigores de la Primera Guerra Mundial, de la derrota alemana, de la caída del Imperio y de la hiperinflación, pese a todo lo cual nunca dejó de ser un joven privilegiado educado en las mejores instituciones.
Desde muy pequeño, se hizo fanático de la ciencia ficción y
la literatura fantástica a través de autores como Julio Verne. Pero fue la
lectura de los trabajos de Hermann Oberth – autor de Al espacio en cohete y considerado junto con el ruso Konstantin
Tsiolkovsky y el estadounidense Robert Goddard, uno de los tres padres de la astronáutica- lo que lo llevó a fascinarse por la ciencia de los cohetes. En
1932, se graduó en ingeniería mecánica en el Instituto Politécnico de Berlín y
en 1934 obtuvo su doctorado en Física por la Universidad de la misma ciudad. Coincidiendo
con la llega de Hitler al poder, se enroló en el ejército. Y en 1940, en pleno apogeo del
Tercer Reich, pasa a formar parte de las tristemente célebres SS, la fanática
organización paramilitar y parapolicial del nazismo.
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von Braun, de traje junto a jerarcas nazis en una prueba misilística. |
Los servicios prestados por von Braun a la causa nazi no
fueron pocos, empezando por ser el diseñador de los misiles balísticos con los cuales se bombardearon las principales ciudades europeas durante la Segunda Guerra Mundial. Para la producción de los mismos, el régimen nazi le habilitó y
puso a su disposición gigantescas fábricas bajo el cuidado directo de las SS y
con mano de obra esclava, conformada por prisioneros de guerra y de los campos
de concentración. No pudo construir cohetes espaciales como los de su admirado
Verne, pero a cambio sus mortíferos misiles facilitaron el avance de los nazis
y llevaron la capacidad de matar a nuevos niveles.
Así las cosas, pocos funcionarios del régimen nazi podrían
ser catalogados como criminales de guerra al mismo nivel de von Braun. Las
víctimas directas e indirectas de su creación se cuentan por millones. Sin embargo,
nunca fue tratado y mucho menos juzgado como tal. Y la razón es que al momento
de la rendición nazi, von Braun ya había negociado con enviados norteamericanos
su entrega. Por esta vía, se convirtió en el fichaje estrella de la Operación Paperclip, realizada por los servicios de Inteligencia militar de los Estados Unidos con el fin de extraer de
Alemania cuadros nazis considerados de valor. En las vísperas de la caída de
Berlín, se entregó junto a otros 500 científicos de su equipo, diseños y prototipos.
Y fue llevado a los Estados Unidos en donde pudo continuar con su trabajo, solo
que al servicio de la fuerza aérea estadounidense. Después de varios años, se
nacionalizó, casó y al poco tiempo fue llamado a trabajar en la NASA, creada en
1958 con el fin de concentrar todo lo concerniente a investigación espacial
aeronáutica.
Los primeros años de la NASA no fueron para nada espectaculares,
concentrada como estaba en la investigación más que en la aplicación de la entonces
novel ciencia aeroespacial. Pero todo eso cambiaría a partir de abril de 1961,
cuando los soviéticos sorprendieron al mundo enviando por primera vez un hombre
al espacio. Heridos en su orgullo y temerosos de las consecuencias geopolíticas,
los norteamericanos se propusieron como objetivo conquistar la Luna. Y el
llamado a hacer posible esa misión desde el punto de vista técnico en el marco
del programa Apolo no podía ser otro que von Braun.
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Von Braun junto al presidente J.F. Kennedy |
El 16 de julio de 1969 los norteamericanos alcanzarían su meta y von Braun cumpliría su sueño de llevar a la humanidad a la luna. Se convirtió en toda una celebridad, dedicada a la divulgación científica a través de artículos para revistas especializadas, entrevistas, charlas e inclusive programas de televisión producidos por Disney. Muy lejos había quedado su pasado siniestro, sus armas de destrucción masiva y los cientos de esclavos de sus fábricas vigiladas por las SS.
En el marco de su nuevo rol como héroe y propagandista científico, en 1952 cumplió otro sueño: publicó su propia novela de ciencia ficción: El proyecto Marte. Pese a ser ficción, es considerado el primer estudio donde se establecen los requisitos técnicos básicos para la conquista del espacio, que empezaría por el planeta rojo. Pero además, von Braun describe las formas de gobierno que regirán para el mismo. Nada de democracia: un consejo de diez tecnócratas encabezados por uno de nombre Elon.
Diecinueve años después de publicada la novela, en la lejana
Suráfrica nacería un niño privilegiado dentro del por sí privilegiado régimen
del apartheid. Ya contamos esa historia, hijo de uno de los empresarios mineros
favoritos del régimen, su abuelo materno era un aventurero que de vaquero y
domador de caballos en el medio oeste americano, se transformó en el primer
quiropráctico de Canadá acumulando fortuna y prestigio. Este abuelo se llamaba
Joshua Haldeman, que al igual que el niño von Braun, era un fanático de la
literatura fantástica y la ciencia ficción, lo que le inspiró a convertirse en
piloto de aviones autodidacta. Pero también al igual que von Braun adulto se
hizo militante nazi. Esta militancia en tiempos de la Segunda Guerra le valió
ser perseguido por las autoridades canadienses, lo que terminó provocando su
exilio en Suráfrica. Llegó a allá en 1950, apenas dos años después de la
instauración del régimen segregacionista, entusiasmado con la idea de ser parte
de la lucha por la conservación de la civilización blanca. Allí vivió hasta su
muerte en 1974 en un accidente en una avioneta que pilotaba. Alcanzó sin
embargo a ver con vida a dos de sus nietos, en los cuales dejó una impronta, lo
que incluye bautizar al mayor de ellos con el nombre de uno de sus ídolos
literarios: Elon.
Una vez le preguntaron a Elon Musk que opinaba de ello y respondió “nadie puede escapar de su destino”. Habrá que ver si alcanza su sueño y el de sus antepasados de llevar el nazismo al infinito y más allá.
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