“Ustedes oyen horribles gritos de dolor.
Yo oigo dulces melodías de libertad”. The
Joker.
Las ideas –en especial
las peligrosas- son como los virus. Puede que por años, décadas e incluso siglos se mantengan en reposo, pasen desapercibidas, sean inofensivas o portadas por unos
pocos individuos aislados. Pero basta con que alguna coyuntura se presente para que ocurra una mutación y el panorama
cambie. Y eso fue justo lo que pasó con el “libertarismo” en el marco de
la pandemia de COVID_19.
En efecto, para seguir
con la metáfora epidemiológica, la pandemia -de la que se están cumpliendo cinco años en este momento- fungió como gran sopa donde
distintas cepas libertarias otrora aisladas incluyendo algunas bastante viejas se juntaron, resonaron y mutaron, causando la pandemia ideológico-política
a la que estamos asistiendo en estos momentos.
Algunos críticos de izquierda o progres le
reclaman a los libertarios que sus ideas no son originales, no conforman
un corpus homogéneo o son contradictorias. Y tienen razón. El
problema es que se trata de una crítica ingenua, pues lejos de ser una debilidad esa es justo su gran
fortaleza, en la medida que aumenta su capacidad de contagio en la era de las RRSS. Ideológicamente
hablando, el ideario e imaginario libertarios son mashups
donde cada quien encuentra e interpreta el pedazo que le resuena haciendo que
la parte vuelva digerible al resto.
Desde este punto
de vista, con la pandemia de COVID_19 y los libertarios se cumplió a rajatabla
la célebre sentencia de Milton Friedman: “solo una crisis real o percibida como real
produce un cambio de hecho. Cuando una crisis ocurre, las acciones dependen de
ideas que están disponibles en ese momento. Creo que esa es nuestra principal
misión, desarrollar alternativas a las políticas vigentes, mantenerlas con vida
y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en
políticamente inevitables”.
Boris Johnson: el alcalde de Tiburón.
Contrario a lo
que se piensa Javier Milei no es el primer gobernante libertario en el mundo.
El primero fue Boris Johnson, si bien, en sentido estricto, el prototipo del gobernante libertario fue Larry Vaugahn, el alcalde de Amity Island en Tiburón de Steven Spielberg.
En una nota previa sobre Javier Milei y la criptoestafa con $Libra, hicimos un paralelismo entre su aptitud y la del alcalde Vaugahn, quien para no afectar los ingresos generados en el pueblo por el turismo de la temporada veraniega se negó a cerrar la playa a sabiendas de la amenaza del tiburón. Sin embargo, en honor a la verdad, la actitud de Vaugahn calza mejor para el caso del comportamiento de los gobiernos proto-libertarios durante la pandemia, en especial el de Trump en los Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Boris Johnson en el Reino Unido. Y en el caso de este último, el paralelismo es obligado.
Y lo es porque el primero en hacerlo fue el propio Johnson, quien en más de una ocasión comentó que Vaugahn era su héroe y referente político. La primera vez que lo hizo de manera pública y que exista evidencia fue en 2006, en ocasión de la entrega de unos premios que reunía a
miembros de la clase alta londinense ligados a las finanzas y el mecenazgo en
arte. En aquel entonces, Johnson no era tan famoso como se volvería después, pero en Inglaterra ya era popular entre los círculos privilegiados y conservadores dada su cercanía con Margaret Thatcher, de la cual fue una especie de protegido.
Con talento para la oratoria y cautivador de audiencias, fungía de lo que en esta época de redes sociales llamaríamos un influencer. Y en esas estaba durante la entrega de los mencionados premios, cuando tras contar una anécdota sobre ovejas y mataderos con el fin de burlarse de "las perversiones de la intervención estatal" se despachó con el siguiente comentario: "… por eso, mi héroe político es el alcalde de 'Tiburón (…) porque él mantuvo abiertas las playas, rechazó, desdeñó y anuló todas esas estúpidas regulaciones sobre salud y seguridad y anunció que la gente debía nadar. ¡NADAR!". Y ante las risas de un público que le escuchaba entre divertido e incrédulo, remató: "Eso sí, acepto que a resultas de ello el tiburón se comió a algunos niños. ¿Pero cuánto placer obtuvo la mayoría en esas playas gracias a la valentía del alcalde de Tiburón?".
Un par de años
más tarde, el propio Johnson resultaría electo alcalde de
Londres por abrumadora mayoría y reelecto para el mismo cargo en 2012. Pero el
destino no le dio la oportunidad de emular a su admirado Larry Vaugahn sino hasta
una década después, cuando ocupando el cargo de Primer Ministro le tocó
enfrentar la pandemia de COVID_19.
El dejar abierta la playa epidemiológico: la inmunidad del rebaño
En efecto, todos
recordamos el papel de Johnson cuando se confirmó la llegada de la pandemia al
Reino Unido. Los primeros casos de COVID_19 registrados en la isla británica datan de
finales de enero de 2020, siguiendo el patrón de viajeros contagiados
provenientes de Wuhan. Pero ya para febrero empezaron a detectarse los primeros
casos endógenos, lo que llevó a una rápida propagación. A medida que los casos
fueron aumentando, lo fue haciendo también el calor del debate público. Básicamente
porque el gobierno de Johnson -quien venía de una polémica previa por el Brexit- decidió dejar la playa abierta,
es decir, se opuso a aplicar medidas de restricción apostando a la estrategia
denominada “inmunización del rebaño”.
Como su admirado Vaugahn, las razones fueron fundamentalmente económicas: los
costos asociados al confinamiento.
Como la mayoría
de los lerdos en la materia epidemiológica aprendimos a partir de entonces, la
inmunización del rebaño consistía en dejar que una enfermedad contagiosa se
propagara en la población apostando a que al infectarse un número suficiente de
personas finalmente aquella retrocederá. Es decir, la apuesta era que con el tiempo
llegara a haber tantos individuos que ya habían "superado" la infección –por muerte o
porque se curan- que el virus ya no encontrara personas a las cuales contagiar. En
dos platos: no hay que intervenir, el Estado debe replegarse y dejar que las cosas fluyan.
En el caso del
Reino Unido, eso equivalía a que se infectaran unas 47 millones de personas.
Dado que aproximadamente 1 de cada 5 desarrollaba COVID de manera grave y que
la letalidad era del 2,3%, la apuesta por la inmunidad de rebaño implicaba que
al menos unos 8 millones de casos serían graves y la mortalidad se situaría
alrededor del millón de personas. El 13 de marzo en la alocución donde Johnson
comunicaba a los británicos que la inmunidad del rebaño era la vía
elegida para hacer frente a la pandemia, lo explicó del siguiente modo "vaughansiano": “Cuantas más personas se contaminen ahora, un
mayor porcentaje del país desarrollará inmunidad para una potencial segunda
oleada de la epidemia en el otoño o invierno próximos” señaló. Desde luego,
esto implicaba resignarse ante la “inevitable” pérdida de vidas humanas: “muchos vamos a perder en las próximas
semanas y meses a nuestros seres queridos”.
Pero la inmunidad del rebaño le duró a Johnson solo diez
días, pues varios fueron los factores que lo obligaron a
retroceder: la escalada exponencial de los casos y el temor a que se repitieran
en el Reino las imágenes desoladoras de hospitales abarrotados y morgues ídem vistas en el norte de Italia y
también en España fueron las principales. Por otra parte, los pronósticos sombríos del informe del Imperial College -presentado tres días después de su alocución- no dejaron a
nadie indiferente: de no tomarse medidas agresivas e inmediatas, concluían sus autores, las víctimas mortales nada más en los Estados Unidos y Gran Bretaña superarían los 3 millones de personas en apenas tres meses, lo que al multiplicarse a escala planetaria llevaría más de 40 millones a lo largo y ancho del globo tan solo el primer años.
Así las
cosas, en medio de las polémicas y las acusaciones, el gobierno de Johnson se retracta
públicamente el 23 de marzo viéndose obligado a aplicar la cuarentena total. En
paralelo, miembros del gabinete –incluyendo a la propia ministra de salud-
resultaron contagiados. Pero el 25 de marzo las cosas escalaron a un nivel
superior, cuando se anunció que el Príncipe Carlos también se había contagiado,
lo que hizo temer por la vida de toda la familia Real incluyendo la Reina. A
esas alturas la sensación de vulnerabilidad era absoluta entre los británicos.
Pero por si faltaba algo, el propio Johnson fue diagnosticado con COVID_19,
siendo finalmente hospitalizado el 5 de abril pasando una semana en cuidados
intensivos.
Para finales de ese abril de 2020, el Reino Unido ya acumulaba
120 mil casos y unas 20 mil muertes por COVID_19. Al finalizar la pandemia el
número total de casos superó los 22 millones y el de víctimas mortales los 177
mil. Johnson se vio obligado a renunciar como primer ministro en julio de 2022,
pero no exactamente por el manejo de la emergencia sino por una serie de escándalos dentro de su gabinete, desde sexuales hasta otros que lo involucraban directamente a él
compartiendo en fiestas sin ningún protocolo de seguridad durante los peores
momentos de la pandemia y de la cuarentena más dura.
¿Un
irresponsable solitario?
Pudiera pensarse que el proceder de Johnson durante los primeros
momentos de la pandemia fue un hecho aislado o fruto de su irresponsabilidad.
Pero ni una cosa ni la otra. Con respecto a lo segundo, Johnson no solo ha
manifestado su admiración por el alcalde de Tiburón sino también por su
connacional Thomas Malthus, por quién ha abogado se revisen sus ideas y se
tenga el valor de ponerlas en práctica “por el bien del planeta”, algo con lo
que comulgan muchos intelectuales ingleses. Lo que esto significa es que no se
puede despachar como simple “locuacidad” lo que es un arraigado sistema de
pensamiento en el que se conjugan malthsianismo y otras expresiones aún más
sombrías de darwinismo social eugenesia y utilitarismo. Por solo citar dos
casos similares, por esos mismos días la revista The Economist, representante desde hace siglos de lo más encumbrado
de las altas finanzas inglesas, se despachó con varios artículos donde se
defendían posiciones similares. Y en la misma línea aunque de manera mucho más explícita, el editor del
influyente The Telegraph Russell
Lynch, publicó uno con el expresivo título: El costo de salvar vidas con el
encierro es demasiado alto.
Pero si en lo
intelectual Johnson no estaba solo, en la práctica tampoco. En lo Estados
Unidos, en ese momento bajo el primer gobierno de Donald Trump, se vivió una
situación similar. De hecho, el gobierno central nunca llamó a cuarentena,
dejando la responsabilidad a los gobernadores de estados dependiendo de la
situación particular de cada uno. Las razones de Trump también eran económicas,
aunque no exclusivamente. Recordemos que se trata de un exponente radical del
federalismo estadounidense, enemistado por tanto de antemano con las
intervenciones del Estado central al que se acusa de estar siempre presto a
urdir conspiraciones contra las libertades civiles. En los Estados Unidos, el
primer caso registrado de COVID_19 fue en Seattle el 21 de enero, un viajero
que regresaba de Wuhan. Y ya el 26 de marzo era el país del mundo con más casos
y el 11 de abril el que contabilizaba más muertes. El epicentro de la pandemia
sin embargo fue Nueva York, donde para abril la ciudad tenía más casos
confirmados que China, Reino Unido o Irán y para mayo más que cualquier otro
país fuera de los EE.UU: 185.000. Las minorías raciales y de manera muy
especial las poblaciones negras pobres fueron las víctimas predilectas. En el
global, al finalizar la pandemia ningún otro país tuvo más víctimas mortales
que los Estados Unidos.
El otro caso donde
el gobierno adoptó una postura de “dejad hacer dejad pasad” fue Brasil, donde
la pandemia fue subestimada como una “gripecinha” por el entonces presidente,
el ex militar ultraderechista, fanático religioso y también enemigo de toda
intervención estatal, Jair Bolsonaro. Al contrario de Trump y Johnson,
Bolsonaro nunca argumentó ni intentó justificar su postura: se dedicó a
aplicarla de manera fundamentalista sin retroceder en ningún momento. A finales
de 2021, un comité del Senado brasileño recomendó acusarlo junto a cuatro de
sus ministros de “crímenes contra la humanidad”, debido a que gracias a su actitud
pasivo-agresiva más de 600 mil personas habían perdido la vida a lo largo y
ancho del extenso país amazónico. En el caso de las poblaciones indígenas del
norte brasileño llegó a hablarse de genocidio. Y no luce una exageración si se
considera que además de no proteger se le acusó de incluso sabotear los
esfuerzos de otras autoridades y particulares dispuestos a hacerlo. Así las
cosas, al momento de culminar la pandemia las víctimas mortales superaron las
700 mil personas, colocando a Brasil en el segundo lugar del siniestro ranking
global de más víctimas mortales. Tanto fue el caos brasileño que llegó a
convertirse en lo que los expertos denominaron un "Fukushima
biológico"
que dio origen a nuevas cepas y mutaciones que afectaron a todo el planeta.
Es
decir, el dejar abierta la playa a la Bolsonaro no solo fungió de bomba
epidemiológica a lo interno de Brasil sino también lo fue para el planeta
entero. Y siempre se mantuvo en sus treces, alentando concentraciones públicas,
desincentivando los protocolos de bioseguridad y dando declaraciones polémicas
por decir lo menos. En una reunión con empresarios en noviembre de 2020, cuando
ya las víctimas mortales se acercaban a las 200 mil, acusó de “maricas” a
quienes criticaban su accionar: “Todo
ahora es pandemia, hay que acabar con eso. Lamento los muertos, lo lamento. Todos nos vamos a morir un día, aquí
todos van a morir. No sirve de nada huir de eso, huir de la realidad. Tienen
que dejar de ser un país de maricas. Tenemos que enfrentar de pecho abierto, luchar. Ustedes
se fueron al suelo en esa pandemia, que fue sobredimensionada".
Al final de cuentas, el dejar abierta la playa
de estos gobiernos contribuyó en mucho a los lamentables saldos finales de la
pandemia. Pues no solo en estos tres países se concentró un tercio de todas las
víctimas mortales a nivel global, también surgieron varias de las cepas y
mutaciones más agresivas que afectaron a todo el planeta. Y no menos importante, terminó tomando forma la cepa libertaria, probablemente la más peligrosa de todas.