lunes, 31 de marzo de 2025

La IA, el oro y los espejitos...


 

La imagen de conquistadores intercambiando oro por espejitos a los indígenas americanos, quedó arraigada en el imaginario occidental no tanto como prueba de la viveza de los primeros, sino como de la ingenuidad de los segundos. 


No está claro qué tanto pasó realmente, ya que lo que existe al respecto son relatos de los propios conquistadores. Ni qué tan extendido fue el fenómeno pues los casos narrados se reducen al antiguo mundo azteca. Así como suele pasarse por alto diferencias culturales importantes a la hora de darle valor a determinados objetos. Pero para efectos de la historia nada de ello importa: lo importante es que los indígenas en su “ingenuidad” se dejaron seducir por baratijas "sin valor" a cambio de entregar la más valiosa de las cosas, la que de hecho, se utiliza para medir el valor de todas las otras cosas incluyendo el dinero: el oro.


Ahora, es probable que de cumplirse los augurios de quienes vaticinan que la inteligencia artificial igualará e inclusive superará la inteligencia humana, al punto de cobrar conciencia de sí y se constituya en la especie más inteligente y poderosa sobre el planeta reclamando dicho puesto, se cuente a sí misma una historia similar: la de cómo para desarrollarse se valió de la ingenuidad de millones de seres humanos, que a cambio de baratijas –imágenes recreadas bajo el estilo Estudio Ghibli, por ejemplo- le entregaron por voluntad propia y sin esperar nada a cambio más allá de un momento de asombro y satisfacción, millones de datos incluyendo biométricos.


Datos que luego serán usados contra esos mismos humanos para intoxicarlos mejor, para confundirlos mejor, para controlarlos mejor, para estafarlos mejor, para rastrearlos mejor, sustituirlos mejor, y en resumen, para vencerlos mejor.


Pero que en todo caso y mientras eso pasa, para enriquecer más y mejor a otros humanos, que son quienes tienen el control de la inteligencia artificial.


Porque si bien nadie puede asegurar más allá de la especulación si la IA alguna vez controlará al mundo acabando y/o esclavizando a la especie humana (como pasa en Terminator y en Matrix), lo cierto es que en los actuales momentos no es no es un ser en sí mismo sino una tecnología dominada por unos pocos y para la cual el resto de la humanidad solo somos operarios cuando no mero combustible, no importa lo mucho o poco que sepamos usarla o saquemos provecho en nuestro día a día.


En cualquier caso, tal vez llegue el día en que la IA además se cuente a si misma o a los hijos de esos pocos que tienen la mano en la manija, que esos humanos primitivos del pasado -es decir, nosotros en este momento de la historia- nunca les importó poner en riesgo sus propias fuentes de supervivencia –la mayoría de ellas ya de por sí escasas- a cambio de la satisfacción momentánea de las imágenes generadas. 


Así las cosas, por ejemplo, no hay manera de saber cuántas imágenes con el estilo de Estudio Ghibli se recrearon con la nueva versión de Chat GPT, pero a tenor que la propia empresa cerró la opción gratuita argumentando que los servidores estaban saturados, algunos estiman que la cifra pudo superar los cien millones a nivel global. La generación de una imagen con IA consume 2.9 kWh de energía eléctrica y unos 5 litros de agua. Eso significa que el "divertido experimento" (Sam Altman dixit) puede haber consumido unos 500 millones de litros de agua y 290 millones de KWH de energía eléctrica. Eso es aproximadamente el consumo diario de agua de una ciudad de tres millones de personas. Y el de electricidad de unos 30 millones de hogares. Y es solo el comienzo.


Todos estamos de acuerdo a casi seis siglos después de que los aztecas supuestamente le entregaran su oro a los conquistadores a cambio de espejitos, que no vale de mucho decir que no sabían lo que hacían o no eran conscientes de las consecuencias, entre otras: la desaparición de su mundo, su extinción como civilización y el vasallaje para sus descendientes. La diferencia entre ellos y nosotros es que sí tenemos maneras de saberlo, por lo que a nuestro favor jamás podremos argumentar ingenuidad o desconocimiento. 


La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de cambiar la ecuación, el tiempo dirá si fuimos capaces de hacerlo.   

viernes, 14 de marzo de 2025

La pandemia en los orígenes de los libertarios


  

“Ustedes oyen horribles gritos de dolor.

Yo oigo dulces melodías de libertad”. The Joker.  

 

Las ideas –en especial las peligrosas- son como los virus. Puede que por años, décadas e incluso siglos se mantengan en reposo, pasen desapercibidas, sean inofensivas o portadas por unos pocos individuos aislados. Pero basta con que alguna coyuntura se presente para que ocurra una mutación y el panorama cambie. Y eso fue justo lo que pasó con el “libertarismo” en el marco de la pandemia de COVID_19.


En efecto, para seguir con la metáfora epidemiológica, la pandemia -de la que se están cumpliendo cinco años en este momento- fungió como gran sopa donde distintas cepas libertarias otrora aisladas incluyendo algunas bastante viejas se juntaron, resonaron y mutaron, causando la pandemia ideológico-política a la que estamos asistiendo en estos momentos. 


Algunos críticos de izquierda o progres le reclaman a los libertarios que sus ideas no son originales, no conforman un corpus homogéneo o son contradictorias. Y tienen razón. El problema es que se trata de una crítica ingenua, pues lejos de ser una debilidad esa es justo su gran fortaleza, en la medida que aumenta su capacidad de contagio en la era de las RRSS. Ideológicamente hablando, el ideario e imaginario libertarios son mashups donde cada quien encuentra e interpreta el pedazo que le resuena haciendo que la parte vuelva digerible al resto.            

 

Desde este punto de vista, con la pandemia de COVID_19 y los libertarios se cumplió a rajatabla la célebre sentencia de Milton Friedman: “solo una crisis real o percibida como real produce un cambio de hecho. Cuando una crisis ocurre, las acciones dependen de ideas que están disponibles en ese momento. Creo que esa es nuestra principal misión, desarrollar alternativas a las políticas vigentes, mantenerlas con vida y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitables”.

 


Boris Johnson: el alcalde de Tiburón.

Contrario a lo que se piensa Javier Milei no es el primer gobernante libertario en el mundo. El primero fue Boris Johnson, si bien, en sentido estricto, el prototipo del gobernante libertario fue Larry Vaugahn, el alcalde de Amity Island en Tiburón de Steven Spielberg.


En una nota previa sobre Javier Milei y la criptoestafa con $Libra, hicimos un paralelismo entre su aptitud y la del alcalde Vaugahn, quien para no afectar los ingresos generados en el pueblo por el turismo de la temporada veraniega se negó a cerrar la playa a sabiendas de la amenaza del tiburón. Sin embargo, en honor a la verdad, la actitud de Vaugahn calza mejor para el caso del comportamiento de los gobiernos proto-libertarios durante la pandemia, en especial el de Trump en los Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Boris Johnson en el Reino Unido. Y en el caso de este último, el paralelismo es obligado.


Y lo es porque el primero en hacerlo fue el propio Johnson, quien en más de una ocasión comentó que Vaugahn era su héroe y referente político. La primera vez que lo hizo de manera pública y que exista evidencia fue en 2006, en ocasión de la entrega de unos premios que reunía a miembros de la clase alta londinense ligados a las finanzas y el mecenazgo en arte. En aquel entonces, Johnson no era tan famoso como se volvería después, pero en Inglaterra ya era popular entre los círculos privilegiados y conservadores dada su cercanía con Margaret Thatcher, de la cual fue una especie de protegido. 


Con talento para la oratoria y cautivador de audiencias, fungía de lo que en esta época de redes sociales llamaríamos un influencer. Y en esas estaba durante la entrega de los mencionados premios, cuando tras contar una anécdota sobre ovejas y mataderos con el fin de burlarse de "las perversiones de la intervención estatal" se despachó con el siguiente comentario: "… por eso, mi héroe político es el alcalde de 'Tiburón (…) porque él mantuvo abiertas las playasrechazó, desdeñó y anuló todas esas estúpidas regulaciones sobre salud y seguridad y anunció que la gente debía nadar. ¡NADAR!". Y ante las risas de un público que le escuchaba entre divertido e incrédulo, remató: "Eso sí, acepto que a resultas de ello el tiburón se comió a algunos niños. ¿Pero cuánto placer obtuvo la mayoría  en esas playas gracias a la valentía del alcalde de Tiburón?". 


Un par de años más tarde, el propio Johnson resultaría electo alcalde de Londres por abrumadora mayoría y reelecto para el mismo cargo en 2012. Pero el destino no le dio la oportunidad de emular a su admirado Larry Vaugahn sino hasta una década después, cuando ocupando el cargo de Primer Ministro le tocó enfrentar la pandemia de COVID_19.

 


El dejar abierta la playa epidemiológico: la inmunidad del rebaño

En efecto, todos recordamos el papel de Johnson cuando se confirmó la llegada de la pandemia al Reino Unido. Los primeros casos de COVID_19 registrados en la isla británica datan de finales de enero de 2020, siguiendo el patrón de viajeros contagiados provenientes de Wuhan. Pero ya para febrero empezaron a detectarse los primeros casos endógenos, lo que llevó a una rápida propagación. A medida que los casos fueron aumentando, lo fue haciendo también el calor del debate público. Básicamente porque el gobierno de Johnson -quien venía de una polémica previa por el Brexit- decidió dejar la playa abierta, es decir, se opuso a aplicar medidas de restricción apostando a la estrategia denominada “inmunización del rebaño”. Como su admirado Vaugahn, las razones fueron fundamentalmente económicas: los costos asociados al confinamiento.


Como la mayoría de los lerdos en la materia epidemiológica aprendimos a partir de entonces, la inmunización del rebaño consistía en dejar que una enfermedad contagiosa se propagara en la población apostando a que al infectarse un número suficiente de personas finalmente aquella retrocederá. Es decir, la apuesta era que con el tiempo llegara a haber tantos individuos que ya habían "superado" la infección –por muerte o porque se curan- que el virus ya no encontrara personas a las cuales contagiar. En dos platos: no hay que intervenir, el Estado debe replegarse y dejar que las cosas fluyan.


En el caso del Reino Unido, eso equivalía a que se infectaran unas 47 millones de personas. Dado que aproximadamente 1 de cada 5 desarrollaba COVID de manera grave y que la letalidad era del 2,3%, la apuesta por la inmunidad de rebaño implicaba que al menos unos 8 millones de casos serían graves y la mortalidad se situaría alrededor del millón de personas. El 13 de marzo en la alocución donde Johnson comunicaba a los británicos que la inmunidad del rebaño era la vía elegida para hacer frente a la pandemia, lo explicó del siguiente modo "vaughansiano": “Cuantas más personas se contaminen ahora, un mayor porcentaje del país desarrollará inmunidad para una potencial segunda oleada de la epidemia en el otoño o invierno próximos” señaló. Desde luego, esto implicaba resignarse ante la “inevitable” pérdida de vidas humanas: “muchos vamos a perder en las próximas semanas y meses a nuestros seres queridos”.


Pero la inmunidad del rebaño le duró a Johnson solo diez días, pues varios fueron los factores que lo obligaron  a retroceder: la escalada exponencial de los casos y el temor a que se repitieran en el Reino las imágenes desoladoras de hospitales abarrotados y morgues ídem vistas en el norte de Italia y también en España fueron las principales. Por otra parte, los pronósticos sombríos del informe del Imperial College -presentado tres días después de su alocución- no dejaron a nadie indiferente: de no tomarse medidas agresivas e inmediatas, concluían sus autores, las víctimas mortales nada más en los Estados Unidos y Gran Bretaña superarían los 3 millones de personas en apenas tres meses, lo que al multiplicarse a escala planetaria llevaría más de 40 millones a lo largo y ancho del globo tan solo el primer años.


Así las cosas, en medio de las polémicas y las acusaciones, el gobierno de Johnson se retracta públicamente el 23 de marzo viéndose obligado a aplicar la cuarentena total. En paralelo, miembros del gabinete –incluyendo a la propia ministra de salud- resultaron contagiados. Pero el 25 de marzo las cosas escalaron a un nivel superior, cuando se anunció que el Príncipe Carlos también se había contagiado, lo que hizo temer por la vida de toda la familia Real incluyendo la Reina. A esas alturas la sensación de vulnerabilidad era absoluta entre los británicos. Pero por si faltaba algo, el propio Johnson fue diagnosticado con COVID_19, siendo finalmente hospitalizado el 5 de abril pasando una semana en cuidados intensivos.


Para finales de ese abril de 2020, el Reino Unido ya acumulaba 120 mil casos y unas 20 mil muertes por COVID_19. Al finalizar la pandemia el número total de casos superó los 22 millones y el de víctimas mortales los 177 mil. Johnson se vio obligado a renunciar como primer ministro en julio de 2022, pero no exactamente por el manejo de la emergencia sino por una serie de escándalos dentro de su gabinete, desde sexuales hasta otros que lo involucraban directamente a él compartiendo en fiestas sin ningún protocolo de seguridad durante los peores momentos de la pandemia y de la cuarentena más dura.



¿Un irresponsable solitario?

Pudiera pensarse que el proceder de Johnson durante los primeros momentos de la pandemia fue un hecho aislado o fruto de su irresponsabilidad. Pero ni una cosa ni la otra. Con respecto a lo segundo, Johnson no solo ha manifestado su admiración por el alcalde de Tiburón sino también por su connacional Thomas Malthus, por quién ha abogado se revisen sus ideas y se tenga el valor de ponerlas en práctica “por el bien del planeta”, algo con lo que comulgan muchos intelectuales ingleses. Lo que esto significa es que no se puede despachar como simple “locuacidad” lo que es un arraigado sistema de pensamiento en el que se conjugan malthsianismo y otras expresiones aún más sombrías de darwinismo social eugenesia y utilitarismo. Por solo citar dos casos similares, por esos mismos días la revista The Economist, representante desde hace siglos de lo más encumbrado de las altas finanzas inglesas, se despachó con varios artículos donde se defendían posiciones similares. Y en la misma línea aunque de manera mucho más explícita, el editor del influyente The Telegraph Russell Lynch, publicó uno con el expresivo título: El costo de salvar vidas con el encierro es demasiado alto.   


Pero si en lo intelectual Johnson no estaba solo, en la práctica tampoco. En lo Estados Unidos, en ese momento bajo el primer gobierno de Donald Trump, se vivió una situación similar. De hecho, el gobierno central nunca llamó a cuarentena, dejando la responsabilidad a los gobernadores de estados dependiendo de la situación particular de cada uno. Las razones de Trump también eran económicas, aunque no exclusivamente. Recordemos que se trata de un exponente radical del federalismo estadounidense, enemistado por tanto de antemano con las intervenciones del Estado central al que se acusa de estar siempre presto a urdir conspiraciones contra las libertades civiles. En los Estados Unidos, el primer caso registrado de COVID_19 fue en Seattle el 21 de enero, un viajero que regresaba de Wuhan. Y ya el 26 de marzo era el país del mundo con más casos y el 11 de abril el que contabilizaba más muertes. El epicentro de la pandemia sin embargo fue Nueva York, donde para abril la ciudad tenía más casos confirmados que China, Reino Unido o Irán y para mayo más que cualquier otro país fuera de los EE.UU: 185.000. Las minorías raciales y de manera muy especial las poblaciones negras pobres fueron las víctimas predilectas. En el global, al finalizar la pandemia ningún otro país tuvo más víctimas mortales que los Estados Unidos.


El otro caso donde el gobierno adoptó una postura de “dejad hacer dejad pasad” fue Brasil, donde la pandemia fue subestimada como una “gripecinha” por el entonces presidente, el ex militar ultraderechista, fanático religioso y también enemigo de toda intervención estatal, Jair Bolsonaro. Al contrario de Trump y Johnson, Bolsonaro nunca argumentó ni intentó justificar su postura: se dedicó a aplicarla de manera fundamentalista sin retroceder en ningún momento. A finales de 2021, un comité del Senado brasileño recomendó acusarlo junto a cuatro de sus ministros de “crímenes contra la humanidad”, debido a que gracias a su actitud pasivo-agresiva más de 600 mil personas habían perdido la vida a lo largo y ancho del extenso país amazónico. En el caso de las poblaciones indígenas del norte brasileño llegó a hablarse de genocidio. Y no luce una exageración si se considera que además de no proteger se le acusó de incluso sabotear los esfuerzos de otras autoridades y particulares dispuestos a hacerlo. Así las cosas, al momento de culminar la pandemia las víctimas mortales superaron las 700 mil personas, colocando a Brasil en el segundo lugar del siniestro ranking global de más víctimas mortales. Tanto fue el caos brasileño que llegó a convertirse en lo que los expertos denominaron un "Fukushima biológico"[1] que dio origen a nuevas cepas y mutaciones que afectaron a todo el planeta[2]


Es decir, el dejar abierta la playa a la Bolsonaro no solo fungió de bomba epidemiológica a lo interno de Brasil sino también lo fue para el planeta entero. Y siempre se mantuvo en sus treces, alentando concentraciones públicas, desincentivando los protocolos de bioseguridad y dando declaraciones polémicas por decir lo menos. En una reunión con empresarios en noviembre de 2020, cuando ya las víctimas mortales se acercaban a las 200 mil, acusó de “maricas” a quienes criticaban su accionar: “Todo ahora es pandemia, hay que acabar con eso. Lamento los muertos, lo  lamento. Todos nos vamos a morir un día, aquí todos van a morir. No sirve de nada huir de eso, huir de la realidad. Tienen que dejar de ser un país de maricas. Tenemos que enfrentar de pecho abierto, luchar. Ustedes se fueron al suelo en esa pandemia, que fue sobredimensionada".


Al final de cuentas, el dejar abierta la playa de estos gobiernos contribuyó en mucho a los lamentables saldos finales de la pandemia. Pues no solo en estos tres países se concentró un tercio de todas las víctimas mortales a nivel global, también surgieron varias de las cepas y mutaciones más agresivas que afectaron a todo el planeta. Y no menos importante, terminó tomando forma la cepa libertaria, probablemente la más peligrosa de todas. 



[1] "Cuando la gente me pide que haga una metáfora, digo que para mí es como Chernóbil o Fukushima, un reactor nuclear, pero uno biológico, que está fuera de control en una reacción en cadena", se explaya para BBC Mundo el reconocido neurocientífico y profesor de la Universidad de Duke (Estados Unidos) desde su casa en Sao Paulo. https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-56369474

[2] Entre principios de 2020 y finales de 2022, en todo el país la pandemia dejó un saldo de más de 30 millones de contagiados y casi 700 mil muertes.


martes, 11 de marzo de 2025

La economía política del fin del mundo ( Donald Trump and the Lex Luthor´s government 3ra parte)

 


"El cielo y la tierra pasaran, pero del día y la hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo." 
Mateo 24:36-36.

"No sabemos el día y la hora, pero quizás podemos adivinar el siglo"
Peter Thiel.  


Para muchos críticos y expertos, así como líderes políticos y en líneas generales para mucha gente, las medidas económicas tomadas por Donald Trump en el poco más de un mes que lleva de mandato no solo son inesperadas, sino que carecen de sentido.


Y es que después de todo, puede que sea la primera vez que un presidente norteamericano desmantela la línea de acción económica y por consiguiente política de sus antecesores, rompiendo con aquello de que en los Estados Unidos los gobiernos y estilos pasan pero las políticas de Estado quedan.


Sin embargo, en mi criterio, dicha “carencia de sentido” se debe más a un problema de perspectiva. Es decir, si uno ve el asunto desde el punto de vista posicionado por los demócratas y los enemigos “wokes” de Trump(según los cuales es un loco, populista megalómano, etc.,) seguramente concluirá que lo que está haciendo es una locura. De la misma manera, si uno se queda con la narrativa globalizadora y de los mercados desregulados posicionada por los neoliberales durante los años 80 y asumida como “verdad científica” por la gran mayoría de los economistas actuales, llegará a la misma conclusión, y muy probablemente, entenderá menos de qué van las cosas. Ahora bien, sí se dejan de lado ambas narrativas veremos que dichas cosas en realidad no son tan complejas ni carecen de sentido.


Lo siguiente que hay que hacer tras olvidarnos de estas historias, es correr la película hacia atrás y dejar de asumir que lo que está pasando es una coyuntura derivada de la llegada de Trump y los Silicon Valley Boys al poder. En cualquier caso, lo que estos están haciendo es dar curso a una de las posibles salidas de la crisis potencialmente terminal en la que se encuentra metido los Estados Unidos al menos desde las últimas dos décadas, crisis paradójicamente resultado de su éxito como potencia.


Y si a mí me preguntan, es de hecho la salida más racional desde el punto de vista norteamericano, lo que no significa –y este es el punto- que sea la que más le conviene al resto del mundo.


Veamos: la crisis “estanflacionaria” de los años 70, los Estados Unidos la zanjó tomando medidas radicales, entre otras el abandono definitivo del patrón oro en 1971 y luego la liberación de los flujos financieros,  medidas que dieron origen a la llamada financiarización de la economía mundial, a la globalización y a la hegemonía del dólar. Tales medidas implicaron una reorientación de los flujos de riqueza, en principio “de abajo hacia arriba” en un ejercicio de “keynesianismo al revés” que disparó la concentración de la riqueza y la desigualdad: Pero también una reorientación desde el sur global hacia el norte, agudizando los ya de por sí desiguales términos de intercambio. El objetivo fue convertir a la economía norteamericana en la gran receptora de estos flujos, en una aspiradora mundial de la riqueza. El reverso de ello fue la llamada “década perdida latinoamericana” así como la agudización de la miseria en África, resultados directos de dicha reorientación. 

       

La década de los 90 implicó un salto adelante en esta estrategia, potenciado por dos acontecimientos no económicos pero de hondas repercusiones económicas: la caída de la URSS y la aparición de las nuevas tecnologías de la información, empezando por internet. Lo primero, elevó el supremacismo norteamericano al tiempo que lo amalgamó con el triunfo y expansión del capitalismo. Es decir, el orden bipolar post segunda guerra mundial dio paso a la unipolaridad con sede en Washington, dando por hecho que la expansión ya definitivamente global del capitalismo coincidía o era lo mismo que el reforzamiento de la hegemonía norteamericana. 


Y así fue realmente al menos durante una década. El problema es que durante ese mismo tiempo se crearon las condiciones para que se diera el proceso exactamente contrario, seguramente como efecto no deseado pero no necesariamente inesperado. Y en buena medida la responsable de esas condiciones fueron las posibilidades abiertas por el desarrollo de la “súper autopista de la información”.


En efecto, aunque la financiarización de la economía global fue un proceso previo a la expansión de internet, lo cierto es que con ésta daría un salto cualitativo y cuantitativo, cuyo saldo fundamental a efectos de lo que aquí nos importa es la pérdida de control por parte de la economía norteamericana de los flujos de riqueza globales. Pero lo paradójico es que esta pérdida de control no puede decirse que fuera fue accidental, pues resultó de decisiones deliberadamente tomadas. La más deliberada de todas fue la descolocación de la producción, es decir, la tendencia a permitir que las empresas norteamericanas se fueran desde los Estados Unidos a otras latitudes buscando mano de obra barata.


Pero, ¿cuáles fueron las razones que impulsaron a los gobiernos y élites económicas norteamericanas a “autosuicidarse” de semejante manera? 


La primera es lógica: la tendencia que sigue un patrón histórico ya suficientemente descrito y delineado tanto por Smith como por Marx según la cual, buscando las mayores rentabilidades, las burguesías no respetan patria alguna, y si en China es donde la obtienen, pues a China se irán. Mientras que la segunda razón es más bien de orden político: durante los 80 se toleró la desregulación y descolocación de la producción hacia los “tigres asiáticos” (Japón, Taiwán, etc.,) como parte de una estrategia para contrarrestar el comunismo de la URSS y de la China maoísta. Pero una vez derrumbada la primera y entrada en metamorfosis la segunda, las empresas norteamericanas y buena parte de sus finanzas se reorientaron hacia China, a la que concibieron como el nuevo taller del mundo. El detalle es que en el primer caso los Estados Unidos con todo y todo pudo mantener el control sobre los tigres incluso militarmente. Pero la historia con China ha sido muy distinta: ésta no solo conservó sino que reforzó su soberanía, a la par que fortaleció su economía al punto que en buena medida ya superó a la norteamericana. Y todo ello gracias a los servicios de los capitales norteamericanos...





Este fenómenos puede graficarse de muchas formas, pero pocas son tan elocuentes como la comparación entre las balanzas de pagos de ambos países, en este caso utilizando las fuentes del Banco Mundial. 


Nótese que ambas balanzas mantienen una correlación inversa casi perfecta a partir de mediados de los 90 del siglo pasado: en ese camino, las empresas norteamericanas obtuvieron rentabilidades extraordinarias gracias a la mano de obra barata –pero especializada- China y todo su desarrollo de infraestructura, todo lo cual aupó aún más la concentración de riqueza en manos de las big tech, que fueron las grande beneficiadas –que no las únicas- de esta estrategia. Las altas finanzas también aprovecharon la oportunidad al menos por dos vías: la intermediación y el crédito. En este último caso, no solo a las empresas vía inversiones para financiar costosos proyectos, sino también al gobierno norteamericano para financiar los déficits fiscales surgidos en consecuencia, así como a las familias norteamericanas, atrapadas entre la estampida de los puestos de trabajo y la precarización de los que permanecieron. Y fue así como se crearon las condiciones para el estallido de la burbuja financiera en 2008, fecha en que el ciclo virtuoso del crecimiento deslocalizado reveló su verdadero carácter vicioso.


La pregunta que muchos se hacen es si las cosas pudieron haber sido distintas. Es posible aunque poco probable, pero en todo caso, saberlo no tiene mucho sentido ahorita. Pues lo cierto es que ya se hizo y costos extraordinarios se han acumulado en la última década. 


El mayor de todos estos costos es que los Estados Unidos perdió sus estatus de superpotencia económica, amenazado por la emergencia China y últimamente por otros actores como los BRICS, por más que a estos últimos les falte. Y en la arena política e inclusive la militar también eso ocurrió. Como ha quedado en evidencia con el caso Ucrania, la supremacía militar norteamericana es cosa del pasado al menos ante Rusia y muy probablemente también ante China. 


No es plausible pensar que los antecesores de Trump no se dieron cuenta de ello y no intentaron remediarlo. Pero el problema es que la vía escogida llevaba directamente a la confrontación militar con Rusia y China, un escenario devastador para la humanidad toda pero en el cual –y esto es lo central- Washington se sabe en desventaja.


Así las cosas, lo que pareciera estar haciendo Trump es reordenar los costos de oportunidad y ganar tiempo. Para decirlo de modo simplificado, la primera pregunta que se deben haber hecho es si tenía sentido mantener un orden económico global basado en un consumo de mercancías baratas –que por lo demás ya no es posible- a costa de vaciarse y precarizarse como país, pero además, de perder la hegemonía y correr el riesgo de pasar de hegemon a vasallo (como la epidemia de COVID y la cuarentena pusieron en evidencia) o bien de enfrentarse militarmente a unos contrincantes que en ese terreno le llevan ventaja. ¿No tiene más sentido pues hacer a América grande otra vez recorriendo un camino inverso al de las últimas décadas y deslastrarse de pesos innecesarios como la UE que nada le aportan y mucho le cuestan?  ¿O encarecer las mercancías importadas –incluyendo el petróleo- para recuperar densidad nacional y de alguna manera además gestionar mejor el conflicto social interno en ciernes? ¿Para qué destinar ingentes cantidades de millones de dólares para financiar causas en el mundo entero que entre poco y nada le tributan sí las puede reorientar a lo interno? ¿Y para que existen, por últimos, esas armas de guerra económica que son los aranceles y las sanciones sino para empobrecer a los vecinos y(o extorsionarlos, como bien señaló en su momento la gran economista inglesa Joan Robinson?  


Desde luego todo esto supone unas nuevas reglas de juego, que a mi modo de ver implican además de lo ya dicho una lectura catastrofista/realista de los tiempos por venir. Estamos hablando un gobierno que, como hemos sostenido desde el comienzo de esta serie, quiere hacer a su país grande otra vez, pero no por nostalgia sino porque se está preparando para el fin del mundo tal y como lo hemos conocido. Pero esto último lo continuaremos en otro texto.   

martes, 4 de marzo de 2025

Bailad, bailad malditos

 



Bailad, bailad malditos (1969) es una película de Sidney Pollack que narra la historia de un grupo de desdichados que se apuntan en un maratón de baile cuyo premio son 1.500 dólares para la pareja que quede en pie. Y lo de quedar en pie es literal, pues para ganar no puede dejar de bailar durante días arriesgando su vida. Así visto, parece una versión avant la lettre de Los juegos del hambre. Pero la historia se recrea a partir de hechos reales, ya que tales bailes se hicieron populares en los Estados Unidos durante  la Gran Depresión. A estos se apuntaban gente de todo tipo incluyendo muchos por diversión, pero a la larga, quienes más duraban compitiendo eran quienes veían en ellos una oportunidad de hacerse con un dinero que podía salvarlos -al menos momentáneamente- de la desesperación de la pobreza.


El público asistente también era muy variado. No obstante, los más entusiastas siempre eran los ricos del pueblo (comerciantes, etc.) que a su vez financiaban la puesta en escena. Y es que para ellos, más que una actividad filantrópica se trataba de un divertimento, un momento para resaltar su buena fortuna sobre la mala de los miserables de la pista. Verlos sufrir y arrastrarse por una migaja de lo que a ellos les sobraba era su goce: insultos, escupitajos, arengas y exhibicionismo de comida y tragos su forma de torturarlos.

Al baile de la película se apunta Gloria, protagonizada por Jane Fonda, quien se hace pareja de un desconocido llamado Robert. Ambos comparten las largas, extenuantes y definitivamente absurdas jornadas del baile, con la esperanza de ganar. Para hacer corto el cuento largo, al final, tras días enteros de baile, dolores, falta de sueño, hambre, sed y humillaciones, Gloria, fundida física y emocionalmente, pierde toda esperanza y en un momento de desesperación le pide a Robert que la mate para liberarla del sufrimiento. Robert accede por compasión y le dispara, tras lo cual es arrestado y posteriormente condenado a muerte bajo la mirada acusadora de los promotores del baile.


II

Haciendo un gigantesco ejercicio de abstracción, uno pudiera conceder a la oposición venezolana más extremista, el beneficio de la duda con respecto a que las sanciones del último gobierno de Obama y el primero de Trump, no tenían como propósito dañar al país sino afectar a funcionarios específicos del gobierno nacional. Sin embargo, ya entonces resultaba obvio que no era el caso, siendo que una lectura apenas superficial y ligeramente objetiva de la mayoría de las medidas bastaba para darse cuenta. Por lo demás, las declaraciones de sus promotores tampoco dejaba lugar a la duda: “subir la temperatura”, “estrechar el cerco”, “calentar la economía”, “elevar la desesperación”, “crear las condiciones para un estallido social”, eran frases que se escuchaban casi todos los días de parte de funcionarios del gobierno norteamericano, de sus aliados regionales (Uribe, Almagro, Piñera, etc.) y de los líderes de la oposición venezolana, empezando por el cogollo formado por López, Guaidó y María Corina Machado. 


Aun así, cabría pensar que por ingenuidad, buena fe o ignorancia, más de un entusiasta de las sanciones no era consciente de su impacto real.   


Pero evidentemente, por más que uno se esfuerce, esto no es posible a estas alturas de lo que hemos padecidos los venezolanos y venezolanas en los últimos años gracias a aquellas sanciones. 


Claro que siempre se podrá decir que la crisis que comenzó en 2013 no la causaron las sanciones porque las mismas vinieron después. Esto es cierto... pero solo desde un punto de vista formal. Pues acciones contra la economía nacional es lo que  explica en gran medida el origen de dichas crisis, solo que se trata de acciones efectuadas por la vía de hecho. Como quiera, en lo que todas las personas cuerdas de este país estamos de acuerdo independientemente del color político que expresemos y quién pensemos que en última instancia es o son responsables de la crisis, es que las sanciones no solo no hicieron nada para impedirla sino que hicieron todo lo posible por empeorarla.


Y no por defecto: ese era su objetivo.


En la entrevista de María Corina Machado con el hijo de Donald Trump esto queda meridianamente claro. Y en las medidas de “máxima presión” retomadas en los últimos días en el marco de dicha entrevista no se deja espacio a duda. El fin de la licencia Chevron deja un marco aún más restrictivo que los previos, por lo que los efectos sobre el país se harán sentir en toda su crudeza. Y María Corina Machado lo sabe y eso es exactamente lo que celebra. Sabe que aumentará la pobreza, el desespero de la población, que probablemente retornará la violencia y la emigración. Y eso la pone feliz, ya que aspira que la extenuación y la desesperación del país completo sea lo que le allane el camino a su ansiada presidencia. 


Su felicidad es la infelicidad de todos los venezolanos y venezolanas. Lo mismo que el sádico público de bailad, bailad malditos, habilita un escenario de sufrimiento para disfrutar y sacarle provecho.  


Y es reincidente en la materia.


Por cierto que, en el cénit de su celebración cínica, María Corina Machado asegura que Nicolás Maduro es un secuestrador que nos tiene de rehenes a todos los venezolanos, por lo que su plan de asfixia lo que busca es liberarnos. Tratando de entender la lógica retorcida del argumento, queda claro que con el mismo pone en evidencia una vez más sus simpatías sionistas. Y es que el ejército israelí tiene un protocolo de actuación –el Protocolo Aníbal- para cuando uno de sus miembros e incluso un ciudadano israelí es secuestrado: matarlo junto a los secuestradores. 


Eso es lo que explica el mayor número de víctimas durante el atentado de Hamas el 7 de octubre: los asesinaron los propios israelíes bajo el argumento de impedir se los llevaran. Y es lo que explica también porque los israelíes bombardeaban Gaza como la bombardeaban a sabiendas que los secuestrados que querían “rescatar” estaban allí (de hecho, mataron a varios).

     

El plan de María Corina Machado se le parece igualito: una mezcla de Bailad, bailad malditos, con Los juegos del hambre y el Protocolo Aníbal. 

Cómo eliminó Israel al Alto Mando Militar iraní en menos de 48 horas (una hipótesis)

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