Por Luis Salas Rodríguez para La Nueva Normalidad
Nota previa: ¿Es inevitable una acción militar del gobierno norteamericano contra Venezuela? En sentido estricto, y al menos que uno cuente con información clasificada (que no es mi caso), se necesitan dotes de adivinación para responder a esta pregunta. Pero en sentido amplio la respuesta luce mucho más clara.
Y es que más allá de los movimientos de tropas reales o no, hay una variable importante a considerar: y es que Trump tiene y es cabeza visible de un plan, plan que no pasa por luchar contra el narcotráfico o restaurar la democracia.
Como se ha dicho, ambas "razones" son la versión para Venezuela de las armas de destrucción masiva iraquíes o las nucleares iraníes, restos de una propaganda cada vez menos necesaria y cada vez menos creíble en un mundo donde la legalidad internacional está suspendida de facto.
Y tampoco, por cierto, es un plan que se limite a Venezuela. El problema es que Venezuela está atravesada en el avance de dicho plan en lo que a Latinoamérica refiere y por eso todos los cañones políticos y al parecer ahora los militares se orientan hacia ella.
Lo que de suyo no es nuevo, ciertamente, pero el punto acá además de la escalada es que de caer Venezuela la onda expansiva abarcaría a toda la región en un proceso de balcanización que es lo que aquí llamamos el globalistán.
Dicho en resumen, el globalistán es el nuevo (des)orden mundial postglobalización como respuesta a las contradicciones, costos y amenazas que para la hegemonía norteamericana implicaba el mundo globalizado tal y como lo conocimos a partir de los años 80. Y para la instalación del globalistán ha sido necesario un ajuste o repotenciación de la Doctrina Monroe, donde no solo Latinoamérica es concebida como el Lebensraum y patio trasero de los Estados Unidos, sino que es el mundo entero el que pasa a ser concebido de dicha manera.
Es a ese ajuste a lo que aquí denominamos el Corolario Trump, ajuste a partir del cual donde antes decía "América para los (norte)americanos" ahora debe leerse: "El planeta entero para los (norte)americanos",
E inclusive el espacio exterior, a tenor por lo expuesto por Trump en el acto de investidura de este su segundo mandato a comienzos de este año cuando revivió aquello de El Destino Manifiesto.
Así las cosas, los reciente movimientos de acoso del gobierno norteamericano contra Venezuela, más allá de los corazones u opiniones de cada quien y las particularidades del caso, hay que leerlo sobre este marco, lo que entre otras cosas significa que al igual que lo que ocurre en Palestina, no se trata un problema que incumba solo a las venezolanas y a los venezolanos, sino a toda Latinoamérica y El Caribe y en general a toda la humanidad sensata.
Cómo llegamos a este punto donde entre otras cosas para los Estados Unidos ya no existen socio sino enteramente lacayos es lo que procuraremos narrar en lo que sigue.
La Doctrina Monroe: los orígenes.
El quid de la Doctrina Monroe formulada por el presidente estadounidense James Monroe el 2 de diciembre de 1823, es la noción implícita de Lebensraum, espacio vital, sin embargo acuñada como tal unas décadas más tarde por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel y aplicada como política por los nazis.
Lo que esto significa es que, aunque no se le denominara tal cual, la noción de “espacio vital” es lo que se encuentra detrás de aquello de “América para los americanos”, como claramente entendió Simón Bolívar en el marco del Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826.
Es decir, la idea no era garantizar que los europeos y otras potencias no intervinieran en el continente americano a fin de respetar la soberanía y autodeterminación de los pueblos, sino garantizar que no lo hicieran en razón de que no invadieran el espacio vital de la entonces naciente potencia norteamericana.
El término Lebensraum desarrollado como teoría, supone que todas las especies, incluyendo la humana, están determinadas por su adaptación a las circunstancias geográficas. En este sentido, Ratzel consideraba la migración de las especies como un factor crucial en la adaptación social y el cambio cultural, en la medida que las especies que se adaptaban con éxito a un lugar tenderán naturalmente a expandirse hacia otros. De hecho, argumentó que, para mantenerse saludables, las especies deben expandir continuamente el espacio que ocupan, ya que la migración es una característica natural de todas las especies, una expresión de su necesidad de espacio vital. Este proceso también aplica a los humanos, que operan colectivamente en forma de pueblos (völker). Ahora bien, cuando este proceso ocurre y en la medida en que la expansión se hace sobre territorios no despoblados, entonces pasa que necesariamente un pueblo (völk) conquista a los que se encuentra en su camino, lo que implica subordinarlos, asimilarlos, exterminarlos o una mezcla de todo lo anterior.
Es de por sí lo que por siglos habían hecho muchos imperios, incluyendo el romano y los españoles en Latinoamérica.
A la par de ello, siempre según Ratzel, la nación conquistadora avanza colonizando el nuevo territorio, entendiendo por tal el establecimiento de enclaves de colonos, enclaves que convertidos en avanzada es la mejor manera de asegurar y en la medida de lo posible hacer irreversible la conquista.
En el momento en que Monroe formula la doctrina que llevará su nombre, los Estados Unidos no tenían el poder suficiente para competir con las otras potencias a efectos del control de todo el continente americano, si bien habían derrotado a los ingleses en su propia guerra de independencia. Pero eso no evitó que poco a poco fueran expandiendo y asegurando su “especio vital”: en 1846 invaden México y la despojan de la mitad de su territorio, en el marco de su estrategia de expandirse hacia el sur y el Pacífico, lo que en paralelo también supuso la conquista, desplazamiento y exterminio de los pueblos aborígenes norteamericanos en la tristemente célebre conquista del oeste.
Años después se harían con Puerto Rico y se inventarían Panamá, donde los franceses tenían el proyecto de construir un canal. Es lo que se conoce como “el corolario Hayes”, en alusión al presidente norteamericano Rutherford Hayes, quien en 1880, siguiendo el razonamiento según el cual Caribe y Centroamérica formaban parte de la “esfera de influencia exclusiva” de los Estados Unidos, estableció el control absoluto de éste “sobre cualquier canal interoceánico que se construyese para evitar la injerencia de imperialismos extra continentales en América”. En base a ese principio apoyaron al separatismo panameño y se hicieron con el proyecto de construcción del canal bajo su control y mando. Lo que no solo garantizó que no lo hicieran otras potencias foráneas (Francia o Inglaterra), sino que sepultó las pretensiones bolivarianas que dieron origen a la Gran Colombia, pretensiones ya heridas de muerte tras la separación de Venezuela y Ecuador en 1830, mismo año de la muerte de Bolívar.
Y es que ampliar y asegurar el espacio vital también pasa por eso: tanto evitar te lo invadan potencias foráneas como que surja alguna a lo interno del mismo.
El Destino Manifiesto: su complemento.
Valga destacar que no es un dato menor que la formulación histórica de la Doctrina Monroe y sus corolarios como desarrollo de la visión de Latinoamérica y El Caribe como Lebensraum de los Estados Unidos coincide –y no por casualidad- con el de la Doctrina del Destino Manifiesto. Lo que entre otras cosas no solo explica la manera como desde el norte miran para el sur, sino la afinidad y simetría histórica entre Estados Unidos e Israel.
A este respecto, recuérdese que el mito fundacional norteamericano es básicamente el mismo que el sionista: según la mitología de fanatismo religioso que les da origen a ambos proyectos colonizadores, se trata de pueblos “elegidos por Dios” que, perseguidos, cruzaron el mar (el Rojo en el caso de Israel, el Atlántico en el caso de los peregrinos ingleses que fundaron los Estados Unidos) buscando una “Tierra Prometida” que en ambos caso estaba ya ocupada por nativos, muchos de los cuales, en un primer momento, los recibieron sin oponer resistencia y, de hecho, evitaron se murieran de hambre, como atestigua el tergiversado mito del Día de Acción de Gracias. Como sabemos, esto no evitó que luego esos mismos colonos los desplazaran y exterminaran, de la misma manera como los israelíes están haciendo en Palestina y el Medio Oriente en general, pues al ser “los pueblos elegidos de dios” se abrogan ese derecho.
Como lo dijo expresamente John L. O'Sullivan, quien acuñó la expresión de Destino Manifiesto en 1845: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.”
El día de su investidura para este segundo mandato, Donald Trump literalmente revivió la doctrina del Destino Manifiesto aunque agregando un corolario: "llevarlo hasta las estrellas, con el establecimiento de colonias en Marte por parte de astronautas que plantarán la bandera de la barra y estrellas". Suena a palabrería, pero tras ello existe el convencimiento de un nuevo ajuste en la tuerca de los Estados Unidos en cuanto Imperio que, naturalmente, antes de colonizar el espacio extraterrestre debe asegurarse primero el control del espacio terrícola, ya que en buena medida es una condición de posibilidad. Ya hemos hablado aquí antes sobre eso (por ejemplo acá y acá) y sus implicaciones. Pero es necesario seguir haciéndolo en este caso a propósito de la agudización del acoso contra Venezuela.
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