Nota previa: al momento de terminar estas líneas, se produjo una peligrosa escalada declarativa del gobierno norteamericano contra Venezuela, que involucra tanto al presidente Trump como al Secretario de Estado e incluso a la embajada para Venezuela, en momentos en que un avión espía de la marina de los Estados Unidos fue detectado en aguas venezolanas. Es obvio que entre idas y vueltas –algo muy propio del estilo Trump- se ha venido reforzando la atmósfera de Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria”, lo que en parte es el efecto simbólico y narrativo buscado con toda la trama del Tren de Aragua y el encarcelamiento de venezolanos en los campos de concentración de El Salvador. Ya sabemos que bajo el globalistan no hay aprobación del Congreso o de la ONU que valga para actuar contra un país y mucho menos límites. Estamos en momentos muy peligrosos y debemos estar preparados para cualquier cosa.
Como planteamos en la primera parte de esta nota la globalización ya no existe. Lo que existe ahora es el globalistán.
Al igual que la globalización el globalistán es un (des)orden global resultante de la manera de relacionarse la principal potencia planetaria (los Estados Unidos) con el resto del mundo. Pero lo fundamental aquí son las diferencias: 1) la globalización fue un proceso expansivo del capitalismo hasta volverse definitivamente planetario (global) teniendo a los Estados Unidos como potencia dominante y centro neurálgico. En cambio, el globalistán surge una vez que ese proceso expansivo se agota, en que el capitalismo ya dio la vuelta al globo -se globalizó- y geográficamente no tiene más sitio a donde ir.
Pero además –y esto es lo segundo- el globalistán emerge justo cuando la supremacía norteamericana ya no es lo que era y nuevos centros la amenazan.
El globalistán, pues, es este nuevo estado de cosas pero también la respuesta norteamericana al mismo.
En efecto, visto en larga duración, es decir, desde el punto de vista histórico, la globalización es el cumplimiento de la profecía de Smith y Marx en cuanto a la conformación de un mercado mundial y el orden social capitalista. Sin embargo, aunque no fuera evidente en sus inicios y hasta no hace mucho, la globalización siempre supuso de entrada al menos dos problemas: 1) que la tendencia expansiva del capitalismo se acompaña con el auge y caída de una potencia que primero motoriza dicha expansión y luego termina devorada por ella, pasando a ocupar un lugar subordinado ante una nueva potencia emergente todo lo cual supone la ocurrencia de múltiples acontecimientos traumáticos (guerras, desastres, etc.). Y 2) que por definición, el capitalismo es un continuo proceso expansivo que de estancarse colapsa.
La última gran transición capitalista fue la anglosajona, cuando tras dos guerras mundiales, muchas locales, una brutal crisis financiera global (1929), una pandemia ídem (1918), revoluciones nacionales, procesos descolonizadores varios, hambrunas, etc., terminó Inglaterra adoptando un rol subordinado ante su excolonia norteamericana.
Fue, si se quiere, un mal menor, un “todo queda entre familia” ante el riesgo de hacerlo ante viejos rivales como Alemania y Francia, por no hablar de Japón o sucumbir ante una revolución a la manera soviética. Pero parte importante del problema ahora es que el centro dinámico capitalista salió de los márgenes del Atlántico Norte para trasladarse al lejano oriente, por lo que para los Estados Unidos adoptar un rol subordinado significaría hacerlo ante un otro no solo cultural y racialmente distinto (e inferior, desde el punto de vista supremacista anglosajón) sino además no tutelado militar ni financieramente.
Cuando Japón y Alemania amenazaron la hegemonía norteamericana entre finales de los 70 y principios de los 80, la respuesta norteamericana fue el chantaje militar y el apriete financiero (los Acuerdos de Plaza). Y le funcionó. El problema es que el chantaje militar y el apriete financiero -que está volviendo a subyugar a Europa- contra China no es posible y el económico-financiero no es tan simple. La actual versión trumpista del apriete financiero son los aranceles y sanciones. Y ante la imposibilidad de amedrentar y subyugar militarmente a China (una potencia nuclear) la estrategia parece marchar en dos sentidos: 1) avanzar en una revolución tecnológico-industrial que le otorgue de nuevo la supremacía en este campo (el nuevo Proyecto Manhattan, basado en el desarrollo bélico de la IA). Y 2) la lucha por las áreas de influencia de cada quien, lo que puede implicar asegurarse o arrebatar el control tanto como hacer inviable aquello que no se puede controlar o arrebatar. Siendo esto último lo que nos mete de lleno en el globalistán.
Volviendo al inicio, el atolladero histórico actual es que 1) el capitalismo ya no tiene geográficamente a dónde más expandirse, habida cuenta que ya se expandió por todo el planeta. Y 2) la actual administración norteamericana no solo se niega a ceder su privilegio como potencia, sino que se muestra resuelta a hacer todo lo que sea necesario para conservarlo. A todas estas, valga aclarar que la diferencia entre Trump y sus antecesores demócratas es de forma y velocidad más que sustancial, pues en el fondo no está haciendo nada distinto a lo que venían haciendo sus antecesores: solo lo hace más rápido y sin disimulos.
Ante al primer atolladero las salidas son obvias: se abre la posibilidad de llevar el capitalismo a otras latitudes espaciales (Marte, etc.,), pero también de hacer por la vía de la intensificación todo aquello que no se puede por la vía de la expansión. La desregulación plena y absoluta de las relaciones laborales, de todas las normas comerciales, la precarización radical de las condiciones de vida, la captura de todo lo humano por lo digital y el correlativo desplazamiento de todo lo humano por lo digital entra en esta agenda. Nunca como ahora en la historia de la humanidad, ni en términos reales ni nominales, absolutos o relativos, se ha presentado de manera tan clara el que tantas personas –cientos de millones e incluso miles de millones- queden por fuera de toda posibilidad de valerse por sí mismas al perder sus medios de vida, volviéndose por tanto superfluas y por ende redundantes, sobrantes a los efectos de “el sistema”. El ritornelo libertario, la agenda “anti-woke” y el “se tu propio jefe” son las narrativas for dummys de este proceso.
A la par, como ya mencionamos, los Estados Unidos y sus (nuevas y no tanto) élites se están asegurando para sí por la vía de la captura todo aquello que le sea rentable mientras se deshacen de todo lo que no: expulsan a los inmigrantes que no le son funcionales, dejan de financiar causas que no la representan nada e imponen condiciones leoninas a países y empresas para que negocien bajo sus términos. A efectos contables, es más que obvio que el problema con el gasto público en los Estados Unido no es de magnitudes sino de prioridades: cuando se trata de presupuesto para proteger minorías o garantizar derechos se sataniza, sin menoscabo que al mismo tiempo se destinen billones a financiar carreras espaciales y plataformas “inteligentes”.
Desde el punto de vista financiero monetario, el último avatar en esta dirección es la aprobación de la Ley Genius con la cual se procura fundar un nuevo orden monetario basado en las criptomonedas ancladas sobre el dólar digital y controlado por los grandes emisores privados y la Reversa Federal, tema sobre el cual volveremos en otra ocasión.
La normalización de las guerras de exterminio como manera de gestión de las contradicciones y conflictos derivados de lo anterior es tal vez el signo más crudo del globalistan. En este sentido Gustavo Petro tiene toda la razón: quienes piensen que Gaza es solo un exceso israelí o u una excepción no están leyendo bien el problema. Más allá de las particularidades del caso, Gaza es un ensayo, un experimento y un punto de inicio, como en lo general lo es el Medio Oriente –Palestina, Irak, Libia, Siria, Irán- así como Libia y Sudan. Mientras todo eso pasa, Ecuador se convierte en una cabeza de playa para balcanizar Suramérica, plan que se extiende hasta México con los carteles, sigue latente en Colombia con sus grupos paramilitares e involucra ahora a Argentina como plataforma regional de Israel. Se trata de un nuevo Consenso de Washington donde no hay ley que no sea la del más fuerte ni persuasión posible que no sea la militar: lo acabamos de ver en Irán, lo vemos en Corea del Norte e incluso en Yemen y es más que evidente en los caso de Rusia y China.
Para sobrevivir bajo sus términos de primera potencia, los Estados Unidos parece convencido de que debe quemar el mundo y luce totalmente dispuesto a hacerlo. Es su manera de gobernar para sí el caos sistémico imprimiéndole más caos. De esto se trata el globalistán y tenerlo claro es condición necesaria para enfrentarlo y sobrevivirlo.