lunes, 28 de julio de 2025

¿Qué es el globalistán? (Trump y el globalistán 2da parte)



Nota previa: al momento de terminar estas líneas, se produjo una peligrosa escalada declarativa del gobierno norteamericano contra Venezuela, que involucra tanto al presidente Trump como al Secretario de Estado e incluso a la embajada para Venezuela, en momentos en que un avión espía de la marina de los Estados Unidos fue detectado en aguas venezolanas. Es obvio que entre idas y vueltas –algo muy propio del estilo Trump- se ha venido reforzando la atmósfera de Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria”, lo que en parte es el efecto simbólico y narrativo buscado con toda la trama del Tren de Aragua y el encarcelamiento de venezolanos en los campos de concentración de El Salvador. Ya sabemos que bajo el globalistan no hay aprobación del Congreso o de la ONU que valga para actuar contra un país y mucho menos límites. Estamos en momentos muy peligrosos y debemos estar preparados para cualquier cosa.  



Como planteamos en la primera parte de esta nota la globalización ya no existe. Lo que existe ahora es el globalistán. 


Al igual que la globalización el globalistán es un (des)orden global resultante de la manera de relacionarse la principal potencia planetaria (los Estados Unidos) con el resto del mundo. Pero lo fundamental aquí son las diferencias: 1) la globalización fue un proceso expansivo del capitalismo hasta volverse definitivamente planetario (global) teniendo a los Estados Unidos como potencia dominante y centro neurálgico. En cambio, el globalistán surge una vez que ese proceso expansivo se agota, en que el capitalismo ya dio la vuelta al globo -se globalizó- y geográficamente no tiene más sitio a donde ir. 


Pero además –y esto es lo segundo- el globalistán emerge justo cuando la supremacía norteamericana ya no es lo que era y nuevos centros la amenazan.


El globalistán, pues, es este nuevo estado de cosas pero también la respuesta norteamericana al mismo.


En efecto, visto en larga duración, es decir, desde el punto de vista histórico, la globalización es el cumplimiento de la profecía de Smith y Marx en cuanto a la conformación de un mercado mundial y el orden social capitalista. Sin embargo, aunque no fuera evidente en sus inicios y hasta no hace mucho, la globalización siempre supuso de entrada al menos dos problemas: 1) que la tendencia expansiva del capitalismo se acompaña con el auge y caída de una potencia que primero motoriza dicha expansión y luego termina devorada por ella, pasando a ocupar un lugar subordinado ante una nueva potencia emergente todo lo cual supone la ocurrencia de múltiples acontecimientos traumáticos (guerras, desastres, etc.). Y 2) que por definición, el capitalismo es un continuo proceso expansivo que de estancarse colapsa. 


La última gran transición capitalista fue la anglosajona, cuando tras dos guerras mundiales, muchas locales, una brutal crisis financiera global (1929), una pandemia ídem (1918), revoluciones nacionales, procesos descolonizadores varios, hambrunas, etc., terminó Inglaterra adoptando un rol subordinado ante su excolonia norteamericana. 


Fue, si se quiere, un mal menor, un “todo queda entre familia” ante el riesgo de hacerlo ante viejos rivales como Alemania y Francia, por no hablar de Japón o sucumbir ante una revolución a la manera soviética. Pero parte importante del problema ahora es que el centro dinámico capitalista salió de los márgenes del Atlántico Norte para trasladarse al lejano oriente, por lo que para los Estados Unidos adoptar un rol subordinado significaría hacerlo ante un otro no solo cultural y racialmente distinto (e inferior, desde el punto de vista supremacista anglosajón) sino además no tutelado militar ni financieramente. 


Cuando Japón y Alemania amenazaron la hegemonía norteamericana entre finales de los 70 y principios de los 80, la respuesta norteamericana fue el chantaje militar y el apriete financiero (los Acuerdos de Plaza). Y le funcionó. El problema es que el chantaje militar y el apriete financiero -que está volviendo a subyugar a Europa- contra China no es posible y el económico-financiero no es tan simple. La actual versión trumpista del apriete financiero son los aranceles y sanciones. Y ante la imposibilidad de amedrentar y subyugar militarmente a China (una potencia nuclear) la estrategia parece marchar en dos sentidos: 1) avanzar en una revolución tecnológico-industrial que le otorgue de nuevo la supremacía en este campo (el nuevo Proyecto Manhattan, basado en el desarrollo bélico de la IA).  Y 2) la lucha por las áreas de influencia de cada quien, lo que puede implicar asegurarse o arrebatar el control tanto como hacer inviable aquello que no se puede controlar o arrebatar. Siendo esto último lo que nos mete de lleno en el globalistán.


Volviendo al inicio, el atolladero histórico actual es que 1) el capitalismo ya no tiene geográficamente a dónde más expandirse, habida cuenta que ya se expandió por todo el planeta. Y 2) la actual administración norteamericana no solo se niega a ceder su privilegio como potencia, sino que se muestra resuelta a hacer todo lo que sea necesario para conservarlo. A todas estas, valga aclarar que la diferencia entre Trump y sus antecesores demócratas es de forma y velocidad más que sustancial, pues en el fondo no está haciendo nada distinto a lo que venían haciendo sus antecesores: solo lo hace más rápido y sin disimulos. 


Ante al primer atolladero las salidas son obvias: se abre la posibilidad de llevar el capitalismo a otras latitudes espaciales (Marte, etc.,), pero también de hacer por la vía de la intensificación todo aquello que no se puede por la vía de la expansión. La desregulación plena y absoluta de las relaciones laborales, de todas las normas comerciales, la precarización radical de las condiciones de vida, la captura de todo lo humano por lo digital y el correlativo desplazamiento de todo lo humano por lo digital entra en esta agenda. Nunca como ahora en la historia de la humanidad, ni en términos reales ni nominales, absolutos o relativos, se ha presentado de manera tan clara el que tantas personas –cientos de millones e incluso miles de millones- queden por fuera de toda posibilidad de valerse por sí mismas al perder sus medios de vida, volviéndose por tanto superfluas y por ende redundantes, sobrantes a los efectos de “el sistema”. El ritornelo libertario, la agenda “anti-woke” y el “se tu propio jefe” son las narrativas for dummys de este proceso.  


A la par, como ya mencionamos, los Estados Unidos y sus (nuevas y no tanto) élites se están asegurando para sí por la vía de la captura todo aquello que le sea rentable mientras se deshacen de todo lo que no: expulsan a los inmigrantes que no le son funcionales, dejan de financiar causas que no la representan nada e imponen condiciones leoninas a países y empresas para que negocien bajo sus términos. A efectos contables, es más que obvio que el problema con el gasto público en los Estados Unido no es de magnitudes sino de prioridades: cuando se trata de presupuesto para proteger minorías o garantizar derechos se sataniza, sin menoscabo que al mismo tiempo se destinen billones a financiar carreras espaciales y plataformas “inteligentes”.  


Desde el punto de vista financiero monetario, el último avatar en esta dirección es la aprobación de la Ley Genius con la cual se procura fundar un nuevo orden monetario basado en las criptomonedas ancladas sobre el dólar digital y controlado por los grandes emisores privados y la Reversa Federal, tema sobre el cual volveremos en otra ocasión.


La normalización de las guerras de exterminio como manera de gestión de las contradicciones y conflictos derivados de lo anterior es tal vez el signo más crudo del globalistan. En este sentido Gustavo Petro tiene toda la razón: quienes piensen que Gaza es solo un exceso israelí o u una excepción no están leyendo bien el problema. Más allá de las particularidades del caso, Gaza es un ensayo, un experimento y un punto de inicio, como en lo general lo es el Medio Oriente –Palestina, Irak, Libia, Siria, Irán- así como Libia y Sudan. Mientras todo eso pasa, Ecuador se convierte en una cabeza de playa para balcanizar Suramérica, plan que se extiende hasta México con los carteles, sigue latente en Colombia con sus grupos paramilitares e involucra ahora a Argentina como plataforma regional de Israel. Se trata de un nuevo Consenso de Washington donde no hay ley que no sea la del más fuerte ni persuasión posible que no sea la militar: lo acabamos de ver en Irán, lo vemos en Corea del Norte e incluso en Yemen y es más que evidente en los caso de Rusia y China. 


Para sobrevivir bajo sus términos de primera potencia, los Estados Unidos parece convencido de que debe quemar el mundo y luce totalmente dispuesto a hacerlo. Es su manera de gobernar para sí el caos sistémico imprimiéndole más caos. De esto se trata el globalistán y tenerlo claro es condición necesaria para enfrentarlo y sobrevivirlo.          

jueves, 24 de julio de 2025

Trump y el globalistán. (1ra parte)




En poco más de cien días de su segundo mandato, Donald Trump se ha dedicado –entre otras cosas- a sepultar a la globalización neoliberal. Y en paralelo, a instaurar en su lugar otra forma de relacionarse y entender la relación de la (todavía) principal potencia con el resto del mundo: el globalistán. 


La mayoría de los analistas de izquierda y derecha no han caído en cuenta de esto, entre otras razones porque asumieron la globalización fukuyámicamente, es decir, como un desenlace natural e inevitable de la historia. Pero claramente no es el caso, siendo que no estamos asistiendo a un lapso o accidente tras el cual (con la llegada de otro gobierno gringo) pueda recuperarse la senda. La globalización, tal y como la conocimos, ya pertenece al pasado. Hemos entrado en el globalistán, que es el nuevo (des)orden surgido bajo el signo del capitalismo distópico, el nuevo Consenso de Washington impuesto al mundo. 


Y cuando decimos sepultar debemos entenderlo en el sentido pleno del término: el gobierno de Trump no está matando a la globalización. Esta ya venía ya venía malherida al menos desde 11 de septiembre de 2001, pero sobre todo tras la crisis financiera de 2008-09. El remate fue la pandemia de COVID-19. 


Érase una vez la globalización

La globalización tal y como la conocimos partía de varias premisas y al menos dos necesidades: la primera y más determinante necesidad fue la reproducción ampliada del capital, su tendencia innata a expandirse geográficamente e intensificarse maquínicamente en búsqueda de nuevas fuentes de riqueza. Mientras que la segunda necesidad fue la de garantizar la gobernabilidad dentro del marco de la tendencia anterior. En cuanto a las premisas, lo establecido el viejo Consenso de Washington hizo hincapié en la estabilización macroeconómica, la liberalización del comercio y las finanzas, la reducción del papel de Estado en nombre de la autorregulación del mercado y la constitución de gobierno liberales “democráticos” dedicados a garantizar lo anterior sopena ser castigados. 


Con esta receta los sucesivos gobiernos norteamericanos al menos desde Reagan en adelante, hundieron a la Unión Soviética y el socialismo real, al tiempo que erigieron a los Estados Unidos como potencia ya no hegemónica sino dominante, dominancia sostenida sobre la supremacía ideológico-cultural, la militar, la tecnológica y la económico financiera. En un sentido más amplio, el capitalismo dio la vuelta al globo –se globalizó- y convirtió de manera definitiva en un sistema planetario.


El problema para los Estados Unidos deviene ahora pues su indiscutible éxito a la hora de erigirse en potencia creó las condiciones para su ocaso y reemplazo. Se trata por lo demás en una tendencia histórica que marca el fin de todos los imperios. Le pasó a Roma en su momento y ha pasado sucesivamente en la larga duración del capitalismo histórico. Las antiguas ciudades-estados de la actual Italia (Venecia, Florencia, Génova, etc.,) fueron las encargadas de llevar al capitalismo fuera del Mediterráneo, hacia Europa y Asia, éxito tras el cual fueron reemplazadas por el Reino de Castilla y por los Países Bajos. Tras la caída de Constantinopla y el “descubrimiento” de América la ampliación capitalista se aceleró, lo que hizo que el centro de gravedad capitalista se desplazara a Inglaterra, cuna de la industrialización y del “Imperio donde jamás se oculta el Sol”. Pero ya entrando el siglo XX Inglaterra cedió su trono a su antigua colonia: Los Estados Unidos. Y tal parece que es lo que está pasando ahora, cuando los norteamericanos se ven forzados a ceder el podio a lo que siempre consideraron su taller de mano de obra barata: China.


Todas estas transiciones debidamente registradas y reseñadas por historiadores y expertos varios, se han dado de manera traumática: guerras, pestes, hambrunas, genocidios, crisis económico-financieras, etc. Pero tarde o temprano, terminan por producirse. La pregunta del millón en este momento es si los Estados Unidos podrá revertirla, y de ser el caso, que significa eso para el resto del mundo.


China: ¿de obrera a patrona?

Como explicamos en una nota anterior, los Estados Unidos y el capitalismo anglosajón en general entendieron a China desde un triple punto de vista: por un lado, un gran mercado virgen, con sus un mil millones de personas, por otro, como una fábrica gigante llena de mano de obra calificada mucho más barata que la de otras partes, en especial la de los propios países del capitalismo central empezando por Estados Unidos. Fue la famosa deslocalización de la producción, que llevó millones de puestos de trabajo y fábricas a China vaciando en el camino a otrora polos industriales como Detroit. Pero todo esto también tuvo una utilidad política: hacerle contra peso a la URSS primero y a Rusia después, aprovechando las diferencias ideológicas surgidas en su momento entre el bolcheviquismo y el maoismo.

       

Pero no fue China el único país del sureste asiático involucrado en esta dinámica geopolítica y geo económica. Los primeros fueron Corea y Japón, a los que luego se agregaron otros “tigres” como Taiwán, Tailandia, Vietnam y China. La diferencia fundamental con China -así como con Vietnam- es que el apoyo económico nunca se pudo traducir en tutelaje político-militar-policial, lo que sí fue el caso de todos los otros tigres que prácticamente funcionan como protectorados norteamericano-británicos.


El ejemplo por contraste de esto último es lo ocurrido con Japón en los 80, lo que también explicamos en la nota que referimos líneas arriba. En el momento en que empezó a insurgir Japón (y Alemania) como un polo industrial y económico capaz de desplazar a los Estados Unidos, estos replicaron con los Acuerdos de Plaza y una política económico-militar que castró de golpe el ímpetu nipón y condenó a su economía a un estancamiento secular en el cual todavía se encuentra. 


En efecto, en 1985 se produce en Nueva York una célebre cumbre que reunió a los responsables económicos de Francia, Alemania Occidental, Japón, el Reino Unido y Estados Unidos. Eran los tiempos del republicano Ronald Reagan, quien al igual que Trump tenía como intención “Hacer a América Grande Otra Vez” (de hecho, el lema es originalmente suyo). Muy en resumen, el shock provocado por el plan Volcker a comienzo de la década de los 80, tuvo efectos ambiguos sobre la economía norteamericana. Como todo plan de ajuste severo tuvo la “virtud” de hacer retroceder la inflación, pero a costa de un aumento del desempleo y la precarización del poder adquisitivo lo que se tradujo en mayor pobreza y delincuencia. El gran ganador de la contienda fue el sector financiero norteamericano, que por la vía del aumento de las tasa de interés recibió en sus arcas una lluvia de dólares de todo el mundo, lo que en buena parte explica –dicho sea de pasada- el Viernes Negro de 1983 en Venezuela. 




Pero este aumento de las tasas de interés que convirtió a la banca norteamericana en una aspiradora global de riqueza, tuvo un efecto colateral: la sobrevaluación del dólar con respecto a las monedas de las otras principales economías mundiales, lo que se tradujo en una pérdida de competitividad de la industria norteamericana, en especial frente a Alemania y Japón, otrora sus enemigos durante la Segunda Guerra Mundial y luego sus principales aliados durante la guerra fría en el marco de la estrategia de contención del comunismo mundial. Por esa vía, los Estados Unidos comenzó a vérselas con un gran déficit por cuenta corriente que no hacía más que aumentar, mientras Japón y Alemania presentaban superávits importantes crecientes a la vez que le quitaban mercados a lo largo y ancho del mundo. 


Estamos hablando de la época en que todo el mundo tenía la sensación de que –como ahora pasa ahora con China- casi todas las mercancías globales se hacían en Japón o Alemania y ya no Made in USA. Lo que nos lleva de nuevo al Acuerdo. Y es que tras la cumbre en el mencionado hotel se suscribió el denominado Acuerdo de Plaza, consistente en la decisión de intervenir de manera coordinada y “acordada” en los mercados cambiarios para depreciar el dólar estadounidense frente al franco francés, el marco alemán, el yen japonés y la libra esterlina británica. 


Y decimos “acordada” porque el Acuerdo de Plaza tuvo más de chantaje que de acuerdo. Más que aliados, tanto Alemania como Japón –los principales afectados por el “acuerdo”- funcionaban en la práctica como protectorados norteamericanos, llenos como estaban de bases militares y todas las redes de espionajes propias de la guerra fría. Así las cosas, lo que alemanes y japoneses recibieron a cambio de revaluar sus monedas y hacer menos competitivas sus exportaciones fue mayor “protección” de los Estados Unidos frente al comunismo. 

 

La coordinación surtió efecto. Desde entonces y hasta finales de 1987, el dólar se depreció entre un 50 y un 55% contra el marco y el yen, tal y como espera ocurriera la Casa Blanca y la Reserva Federal. Pero el éxito de los intereses norteamericanos supuso un pesado lastre para sus socios. La célebre competitividad alemana empezó a resentirse desde entonces, el proceso de desindustrialización francés e inglés se aceleró y Japón cayó en un espiral de crisis que incluyó el estallido de una burbuja inmobiliaria y posteriormente lo sumió en un letargo económico del cual jamás ha podido recuperarse. 


Ahora, el detalle aquí es que el acuerdo haya sido exitoso para los intereses norteamericanos, no significa que se haya traducido en un renacimiento de la industria Made in Usa. De hecho, pasó exactamente lo contrario: la desindustrialización se agudizó de la mano de la descolocación de la producción, pero no ya hacia Japón, Francia o Alemania sino hacia los tigres asiáticos incluyendo China, todo lo cual nos lleva al auge y caída de los globalización y al momento actual donde esta última está siendo desplazada por el globalistán. Pero eso lo abordaremos en la segunda parte de esta nota.   


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Por Luis Salas Rodríguez para La Nueva Normalidad Nota previa : ¿Es inevitable una acción militar del gobierno norteamericano contra Venezue...