Por razones lógicas automáticamente asociamos la expresión “nueva normalidad” al estado de emergencia surgido como consecuencia de la pandemia de COVID. Y no es para menos, si se considera la extraordinaria campaña de marketing que hizo posible instalarla en nuestras mentes como un estado de cosas derivado de aquella. Sin embargo, si retrocedemos un poco la película, no es complejo concluir que esa verdad no es tan cierta, en el sentido que su uso en cuanto expresión llamada a dar cuenta de momentos globales particularmente traumáticos pero que además a partir de los cuales se crean nuevas realidades, es más extenso.
Lo que valga decir no es un asunto meramente denominativo, en la medida que la cuestión no pasa por “descubrir” que la expresión en sí no es tan nueva como parece o ya se ha usado antes o usará después para nombrar otras realidades. El punto para nosotros aquí es que finalmente la nueva normalidad instalada a partir del COVID_19, no es más que un pliegue de una nueva normalidad más amplia que se ha venido desplegando en el mundo al menos durante las dos últimas décadas. Y que posiblemente haya empezado hacerlo un 11 de septiembre, del cual hoy se cumplen 23 años
En efecto, la primera vez que se usó la expresión “nueva normalidad” por parte de agencias de poder global para dar cuenta de nuevas realidades que habían llegado para quedarse y a las cuales había que habituarse, se remonta al estado de cosas surgido tras el derribo de las Torres Gemelas de WTC de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Hasta donde nuestro conocimiento alcanza, el primero en usarla públicamente fue Dick Cheney –entonces Vicepresidente de los Estados Unidos y una de las figuras más siniestras de los últimos años– en una reunión con gobernadores del Partido Republicano el 25 de octubre de 2001. En su discurso, Cheney explicaba cómo el mundo sería reorganizado en una “nueva normalidad” de mayores controles también en nombre de la seguridad, pero en este caso no biológica, si no militar policial:
La seguridad nacional no es una medida temporal solo para hacer frente a una crisis. Muchos de los pasos que ahora nos hemos visto obligados a dar serán permanentes en la vida estadounidense. Representan una comprensión del mundo tal como es, y los peligros de los que debemos protegernos quizás durante las próximas décadas. Pienso en ello como la nueva normalidad”.
Si bien en sentido estricto, no hace mención inmediatamente a un conjunto de medidas globales sino nacionales (la seguridad nacional de los Estados Unidos), hoy día estamos claros y claras que transformaciones profundas y no poco traumáticas a nivel de la cotidianidad y del imaginario comenzaron a experimentarse a partir de entonces, tanto en la sociedad norteamericana como en la global, involucrada por extensión en la denominada “guerra sin fin contra el terrorismo”. Y no solo se trató del ritual de estrictas revisiones a los viajeros en los aeropuertos de todo el planeta. El caso es que con dichas torres se derribaron en nombre de la “Seguridad Nacional”) todo un conjunto de normativas que mantenían lo privado fuera del alcance de los organismos policiales, militares y de inteligencia. Pero todavía mucho más allá de eso, instalaron una nueva forma de hacer la guerra y entender las relaciones internacionales cuyas consecuencias las estamos viendo hoy día en el genocidio contra Palestina. Es un tema complejo, que sin duda merece un tratamiento más extenso. Pero en resumen, la principal consecuencia del 11 de septiembre de 2001, a nuestro modo de ver, fue la habituación, naturalización, normalización del “derecho” unilateral de exterminar invocando la defensa propia.
Cualquiera dirá que esto, de hecho, no es nuevo en la historia de la humanidad. Y ciertamente de la invocación de ese derecho han surgido las masacres y crímenes más atroces desde que el mundo es mundo. Pero además de muchas de sus formas lo realmente novedoso es el alcance global. No estamos hablando de una realidad localizada, por extensa que sea. Hablamos de una realidad que es global y que no para de desplegarse ante nuestros sentidos.
En efecto, lo que padecen hoy día los palestinos más allá de sus condimentos locales es derivado de la nueva normalidad instalada en el planeta tras el 11 de septiembre de 2001. Si nos ponemos a ver, los sionistas convirtieron a Palestina en una mezcla amplificada entre Guantánamo, Abu-Ghraib, y Afganistán, donde encierran, torturan y masacran no solo con total impunidad, sino de forma manifiesta y ante la vista de todos, es decir, haciendo lo posibles porque todos lo veamos y sepamos de lo que son capaces de hacer y que además disfrutan hacerlo sin ningún resquicio de conflicto moral o ético. Para decirlo parafraseando a una conocida autora judía, el genocidio contra palestina es la banalización del mal en versión extendida y en la era de las redes sociales. Y de nuevo, más allá de todos los condimentos locales, a mi modo de ver eso es posible tras los velos que se rompieron hoy hace 23 años y la nueva normalidad anunciada por Dick Cheney en aquel entonces.
En el caso específico de la tortura, tras el 11 de septiembre de práctica excesiva y delictiva pasó a ser entendida como parte de las “nuevas técnicas mejoradas y alternativas de interrogatorio”. Ha corrido mucha agua desde entonces y probablemente ya no lo recordamos o asumimos que “siempre fue así”, pero tan profunda fue esta naturalización que tuvo su correlato en el cine. Levantándose un viejo tabú existente, sesiones de tortura comenzaron a mostrarse de manera abierta en el cine y la televisión. La manera de hacerlo fue la de poner a personajes en el dilema de torturar o no a algún enemigo para salvar a los suyos y/o su país. Ejemplos abundan, pero pioneras fueron la saga Jason Bourne, cuya primera película data de 2002. Y la no menos popular serie televisiva 24, cuyo primer capítulo lo transmitió por la cadena Fox el 1 de noviembre de 2001: solo dos meses después de los atentados, y de hecho, 4 días antes del discurso de Cheney. De allí en más las cárceles secretas, los secuestros fuera de jurisdicción y sin orden judicial, los asesinatos “selectivos”, los bombardeos con drones o a distancia, la justificación de bombardeos y asesinatos de población civil como “daño colateral”, o el “derecho” a borrar del mapa países por venganza y con saña indisimulada se convirtieron en parte de la cotidianidad, bien a través de los noticieros o de los canales de entretenimiento.
En aquel entonces, casi nadie se atrevió si quiera a cuestionar lo que claramente era una profunda vuelta de tuerca al derecho internacional, en nombre de una política cuyo alcance su suponía era local. El único que lo hizo fue el entonces presidente venezolano Hugo Chávez, quien en una transmisión pública mostró una foto de niños afganos asesinados por un bombardeo norteamericano manifestando su desacuerdo. Tal acto le costó de inmediato una ruptura de relaciones, pero además un golpe de estado poco menos de un año después.
Valga citar para cerrar, al periodista norteamericano Ron Brownstein, quien en noviembre de 2001 escribió un artículo titulado Estados Unidos comienza a abrazar una 'nueva normalidad', y cuya idea principal, por extensión, puede tomarse como testimonio de la nueva normalidad que desde entonces nos abraza (y abrasa) a nivel global:
La "nueva normalidad", como a los funcionarios de la administración Bush les gusta describir la vida en Estados Unidos después de septiembre 11, es expresiva con lo de nuevo pero muy poco con lo de normalidad. Es lo anormal lo que de repente es normal. Los marines tienen un lema: "Lo difícil, lo hacemos de inmediato; lo imposible tarda un poco más". El nuevo lema para Estados Unidos debería ser: "Lo sin precedentes lo aceptamos de inmediato; lo imposible toma (solo) un poco más".
La velocidad con la que lo sin precedentes ahora se convierte en lo inadvertido es impresionante. Casi nadie levantó una ceja la semana pasada cuando el viaje del presidente Bush a la Serie Mundial estuvo acompañado por la prohibición de vuelos comerciales sobre el Yankee Stadium, o un círculo de francotiradores en el techo del estadio (…)
Hay algo inefable e inconmensurablemente triste en eso. La idea de que el presidente solo puede viajar a Nueva York después de que lo que equivale a un ejército de ocupación haya despejado su camino, sugiere cuánto ha perdido Estados Unidos desde el 11 de septiembre (…) Sin duda, Estados Unidos sobrevivirá a este desafío. Pero quizás solo al precio de una definición muy nueva e inquietante de normalidad.
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