Hay muchas secuencias memorables en El Caballero Oscuro, la segunda parte de la trilogía Batman de Christopher Nolan, pero hay una que destaca de manera especial.
Es aquella que comienza con una toma aérea de miles de personas escapando del
caos que causa El Joker en Gótica. Parte de estas personas huyen en barcos,
cruzando los canales que delimitan a la ciudad. Pero en uno de esos barcos también son
trasladados un grupo de presos muy peligrosos, en su caso evacuados por las autoridades
para evitar escapen y se sumen al caos. El tema es que este barco es secuestrado por El Joker junto a otro donde viajan ciudadanos
comunes, siendo entonces que los pasajeros y tripulantes de ambas embarcaciones
pasan a ser sus rehenes.
Acto seguido, El Joker les comunica a los secuestrados a través de los parlantes que serán parte de un “experimento social”. Y explica las condiciones del mismo: cargó las embarcaciones con 100 barriles de explosivos, a los que acompañan un par de detonadores, uno en cada una. Les informa que ambas cargas están programadas para estallar a la media noche de ese mismo día. Advirtiendo que si alguien intenta escapar o subir a rescatarlos, todos serán volados con un tercer detonador que acciona las dos cargas vía remota. ¿En qué consiste exactamente el experimento? Pues que dadas dichas condiciones, ambos grupos de secuestrados tienen una alternativa para salvarse, una escapatoria a su secuestro: el detonador que cada embarcación posee hace estallar la carga de la otra, por lo que aquellos que quieran sobrevivir deben tomarlo y volar a los del otro barco: ergo, no morir depende de que se decidan a matar a los otros.
“Ustedes eligen quién se salva” – les dice. Dejándoles claro que mientras más se tarden en hacerlo corren el riesgo de que los otros pasajeros los vuelen “porque tal vez ellos no sean tan nobles”. Finalmente, les recuerda que si al llegar la media noche ninguno se atrevió a volar a nadie, volarán todos.
Elección y “libre” albedrío.
A los familiarizados con Teorías de Juego esta secuencia les recordará a un clásico Dilema de Prisionero. Pero en un sentido más específico, nos encontramos ante una variación extrema y masiva de un caso de Elección Forzada, que de hecho, todo dilema de prisionero presupone.
Por elección forzada entendemos una situación en la cual
una persona o colectivo de personas se ve obligada a “elegir” entre dos o más
opciones impuestas. Es decir, la elección forzada es aquella que ocurre cuando se
“toma” una decisión bajo el supuesto del libre albedrío, siendo que en realidad
se es llevado a escoger una opción específica.
Un claro ejemplo es el ladrón que pone a “escoger” a su víctima. Casi siempre le ofrece dos opciones: "me entregas el carro o te doy un tiro”, “el celular o la vida”, etc. En sentido estricto, el victimario le está dando a la víctima la oportunidad de elegir. Pero, puesta así las cosas, ¿está de verdad eligiendo?
El secreto de la elección forzada es mantener el supuesto de
la libertad de elección, de que realmente se está escogiendo, eligiendo y
decidiendo, al tiempo que se le crean a la persona o colectivo de personas
condiciones objetivas y subjetivas para llevarlos a “escoger” una opción predeterminada. Esto especialmente aplica para los casos en que deben optar
por algo a lo que de otro modo y bajo condiciones normales difícilmente optarían.
En este último caso, para que la Elección Forzada funcione hay que hacerle
entender al “decisor” o “decisores” que de no tomar la opción predeterminada el
precio a pagar será mayor. En el caso de un robo es evidente: nadie le entregaría
su carro a un extraño así por así… al menos le pongan una pistola en la cara.
De tal suerte, una vez creada la disyuntiva se le ofrece a quien o quienes
“deciden” la "opción" que deben "tomar": es más sensato entregar el carro –algo material
que eventualmente puede recuperarse- a que te den un tiro y perder la vida - lo
que sin duda no se recupera.
Otro ejemplo muy ilustrativo que podemos citar y que tiene la ventaja adicional de la vigencia son las "invitaciones" del ejército sionista a los habitantes de Gaza y ahora también de el sur del Líbano, a abandonar sus casas ante de bombardearlas. Claramente les está dando la posibilidad de elegir: se pueden ir o se pueden quedar, nadie los está obligando a marcharse. Es una elección forzada elevada al cinismo infinito. Tanto, que de hecho le sirve a los sionistas para decir no solo que no está practicando desplazamiento forzado ni crímenes de guerra y genocidio sistemático, sino que son el ejército con más moral del mundo. "Les dijimos que se fueran" "si luego aparecen como víctimas de los bombardeos es porque así lo decidieron."
Es por esto que no puede decirse que la "decisión" que alguien "toma" bajo una situación de elección forzada sea
irracional. A alguien que le secuestran una hija o hijo -para poner un caso
extremo- y le piden un rescate, no puede culpársele de no tener razón o motivos
válidos si acepta pagarlo. Y tampoco a una persona que decide abandonar sus tierras y todas sus pertenencias si eso significa salvar a su familia de morir en un bombardeo. En economía esto se llama costo de oportunidad:
cuando se asume el costo de una opción pues se pondera con los beneficios que
trae otra. Siempre será preferible quedar en la ruina que perder una hija o un
hijo, siempre será mejor perder la casa que la familia. El problema entonces no es la validez o no de las razones inmediatas: son
las condiciones que sostienen y justifican dichas razones.
Ahora, en el caso de los pasajeros secuestrados por El Joker
la situación es más compleja. Pues no tienen solo que escoger entre dos opciones
impuestas ante las cuales lo único que pueden dirimir es con cuál pierden menos. Tampoco están siendo víctimas de
terrorismo convencional, ya que si ese fuera el caso, a El Joker le bastaría con
volar los barcos para infligir terror en la ciudad. Sus objetivos, como
claramente se lo explica a Batman,
son más siniestros: 1) demostrar que las personas en términos generales “sólo son tan buenas como el mundo los
permite ser”, de allí que todo intento de justicia, de hacer el bien y ser
honesto, resulte inútil. Y 2) apoderarse del “alma” de los habitantes de
Gótica.
En efecto, el experimento al cual los somete El Joker no tiene como propósito causar más pánico y ni siquiera más muertes: quiere que con su acto, con su “elección”, los ciudadanos de Gótica se transformen en agentes de su causa. Como si se tratara de un experimento de química, pretende generar una reacción que a su vez genere otro estado de cosas. Uno donde ya no hay buenos ni malos sino solo gente intentando sobrevivir luchando unos contra otros. Apoderarse del alma de Gótica significa darle fin a la lucha entre el bien y mal, la luz y la sombra, el orden y el desorden, la justicia y la injusticia, para hundirla en el oscuro e indiferenciado caos definitivo.
Esta es la razón por la que, en paralelo, El Joker pone en práctica otro proyecto: destruir la figura de Harvey Dent. Y decimos destruir la figura porque no busca eliminarlo físicamente (como tampoco quiere matar a Batman) sino lo que él representa. Y es que en medio de la decadencia, la corrupción y la oscuridad claustrofóbica de Ciudad Gótica, Dent surge como un rayo de esperanza: un fiscal honesto, decidido a acabar con el crimen cueste lo que le cueste. Por eso lo llaman El Caballero Blanco, en oposición a Batman, El Caballero Oscuro de la justicia, siendo que el plan de este último es entregarse ante las autoridades para que sea Dent quien imponga el Imperio de la Ley, y por tanto, restaure la paz en la ciudad.
La pax de Batman como problema.
Pero para entender mejor este punto es necesario retroceder
en la trama. Cuando Harvey Dent aparece en escena, es precisamente para dar
respuesta a la preocupación planteada por Jim Gordon al final de Batman Inicia (la primera de la trilogía) en cuanto a los límites
del poder y las formas de hacer justicia en un mundo donde las formas de hacer el
mal han evolucionado de manera salvaje. Batman es un vigilante, un parapolicía que se asume como justiciero en medio de una ciudad en la cual la confianza en la
autoridad es casi nula y los delincuentes no escatiman en destruir a quienes
intentan plantarles cara (recuérdese que Gótica se inspira en la Chicago de los
años 30, dominada por mafiosos sin escrúpulos como Al Capone). Este es su
encanto romántico y lo que lo convierte en un súper héroe, pero al
mismo tiempo y por la misma razón su lado problemático. Pues si la justicia la
imparte un tipo enmascarado ¿es realmente justicia? Adicionalmente, si la
autoridad –ya de por sí cuestionada- se vale de eso y del
rompimiento de la ley para poner orden: ¿qué pasará con la guerra histórica
entre justicieros y criminales? Mientras Gordon se pregunta estas cosas sostiene en la mano un
naipe de comodín –la firma de El Joker- lo que visualiza la respuesta: a cada
acción de la justicia el crimen reacciona y viceversa, lo que nos lleva a un
bucle degenerativo de ambos bandos subiendo la apuesta. Es en este sentido que El Joker funciona como una réplica de Bin Laden, que en cuanto terrorista fundamentalista es un producto de la
política de promoción de paramilitarismo de la CIA. El Joker no es un
producto de Batman: pero es una de sus consecuencias, una anomalía salvaje
surgida como su efecto no deseado. Así como Batman genera el surgimiento de
otros enmascarados que desean imitarlo impartiendo “justicia” a los puños,
también genera el surgimiento de un terrorista fundamentalista sin más religión
o credo que el mal por el mal y la destrucción por la destrucción. El Joker es, pues, el reverso de Batman. Y en última instancia, ambos son consecuencia de la
incapacidad de las instituciones a la hora de impartir
justicia.
Conscientes de esto, como decía, es que Batman y
Gordon promueven la figura de El
Caballero Blanco, manera de romper con el bucle autodestructivo a través del Imperio de la Ley. Pero consciente de lo mismo El Joker desbarata
el plan arrastrando a Dent a su locura. Valiéndose de policías corruptos lo
secuestra junto a Rachel, su novia y compañera en la fiscalía. Y luego, a sabiendas
que Batman es Bruce Wayne (y en cuanto tal, ex pareja de Rachel), lo coloca en
un dilema similar a los secuestrados de los barcos: “elegir” entre
salvarla sacrificando a Dent y por tanto su plan de convertirlo en El Caballero Blanco, o salvar a Dent
sacrificando al amor de su vida. Toma una decisión y el resultado no puede ser
más fatal: Rachel muere en la explosión y Dent se salva, pero no queda intacto.
Pierde la mitad del rostro además de toda su fe en la humanidad y la justicia,
en especial luego de enterarse que los policías implicados trabajaban para
Gordon. Se transforma entonces en otro villano: Harvey dos caras, con lo que el plan de El Joker avanza. Arrastrando
al Caballero Blanco a la oscuridad (“lo rebajé a nuestro nivel”, le confiesa
a Batman) arrasa con lo poco que quedaba de institución sana de la ciudad por lo que solo le quedaba pendiente hacer lo mismo con sus habitantes.
Salir de la elección forzada
¿Cómo termina el secuestro de los barcos? Desde luego, y como no puede ser de otra manera, Batman interviene. Pero el experimento de El Joker no fracasa por esta intervención, sino porque nadie se atrevió, y de hecho, algunos se opusieron, a volar a los del otro barco. La forma en que ocurre este desenlace no es menos importante que el desenlace en sí. En el barco de los “buenos ciudadanos” se genera un debate donde llevan la voz cantante los más radicales en la idea de volar al otro barco. Varios intervienen convencidos que son ellos son los que merecen salvarse porque son los “buenos”, mientras que el otro barco está lleno de “malos”: “ellos eligieron esa vida” dice alguno. Otros, lo hacen desde la preocupación de que si no dan el primer paso, los del otro barco no dudarán justamente porque son los “malos”. Y finalmente, hay quienes lo hacen desde el miedo puro y simple y el no querer morir, entre quienes destaca una madre que viaja con su hijo. Este debate deriva en unas elecciones, que los radicales ganan por amplio margen. Pero a la hora de hacerlo, de apretar el detonador, ninguno se atreve. En el caso del barco de los “malos” la situación se dirime de manera mucho más simple: no hay ningún debate, mucho menos elecciones. Ya al borde de la hora límite, uno de los presos con clara ascendencia sobre los demás, le arrebata el detonador al guardia diciéndole: “voy a hacer lo que debiste haber hecho hace rato”, botándolo por una ventana. Ambos grupos quedan entonces entre angustiados y esperanzados apostando a que los otros tampoco los vuelen.
Y es este justamente el momento más débil pero al mismo tiempo más sublime de toda la trama. Débil porque en medio de una historia que no escatima en nihilismo y claustrofobia, todo esperamos que alguno de los grupos vuele al otro para salvarse: ¿serán los villanos? ¿O los “dulces e inocentes civiles”? como les llama El Joker con sorna. Pero a su vez es el más sublime, porque cuando se le mira bien, desde el punto de vista de la racionalidad imperante cada uno de los grupos tiene motivos suficientes para volar al otro: los primeros no tienen nada que perder y mucho que ganar. Mientras que los segundos tienen mucho que perder, además de toda la razón a la hora de esperar que aquellos no serán tan escrupulosos como ellos (después de todo, ya son asesinos y delincuentes convictos y confesos). Pero no lo hacen. Al final unos no se atreven y los otros rechazan de plano la posibilidad de hacerlo. El que sean los “malos” y no los “nobles ciudadanos” quienes rechazan la posibilidad de asesinar para sobrevivir, no hace más que llevar el dilema a máximos niveles. Y es que, en última instancia, podría decirse que los "buenos ciudadanos" no lo hicieron porque no se atrevieron y no porque no quisieron. Pero también es verdad que optaron por no salvarse, si eso implicaba matar a otros que al menos en ese momento eran tan víctimas como ellos. Pudiera entenderse esto como un ejemplo de equilibrio de miedo. Sin embargo, tal vez sea más justo entenderlo como una especie de paralización ética, que en sí misma constituye el momento realmente heroico de la película. No el que hayan decidido morir, sino el abstenerse de colaborar con la elección forzada de la cual eran prisioneros, algo que ni Batman ni Dent pudieron hacer. Con Dent, contrario a los esperado se cumplió la premisa de El Joker: solo necesitó un empujón para caer y dejarse atrapar por la gravedad de la locura, lo que hizo perder para siempre al paladín luminoso de la ciudad. En cambio, fueron los ciudadanos de a pie de Gótica -incluyendo a los “maleantes”- de los cuales nadie esperaría nada, los que impusieron la cordura: optaron por no ser presos de la tiranía de las consecuencias e hicieron lo correcto por la simple y llana razón de que es lo correcto, costara lo que costara. Y no hacer lo incorrecto por la simple y llana razón de que es lo incorrecto, sin importar lo conveniente que fuera. Y eso es lo que define al héroe: no es el que se hace matar ni el que tiene súper poderes, sino el que hace lo correcto a sabiendas que eso le puede costar un precio muy alto. En un mundo donde no existen superhéroes tipo Marvel, aunque la atmósfera devenga tan oscurantista como la de Gótica, ese es un poderoso mensaje.