martes, 24 de septiembre de 2024

La locura es como la gravedad...





Hay muchas secuencias memorables en El Caballero Oscuro, la segunda parte de la trilogía Batman de Christopher Nolan, pero hay una que destaca de manera especial

Es aquella que comienza con una toma aérea de miles de personas escapando del caos que causa El Joker en Gótica. Parte de estas personas huyen en barcos, cruzando los canales que delimitan a la ciudad. Pero en uno de esos barcos también son trasladados un grupo de presos muy peligrosos, en su caso evacuados por las autoridades para evitar escapen y se sumen al caos. El tema es que este barco es secuestrado por El Joker junto a otro donde viajan ciudadanos comunes, siendo entonces que los pasajeros y tripulantes de ambas embarcaciones pasan a ser sus rehenes.

Acto seguido, El Joker les comunica a los secuestrados a través de los parlantes que serán parte de un “experimento social”. Y explica las condiciones del mismo: cargó las embarcaciones con 100 barriles de explosivos, a los que acompañan un par de detonadores, uno en cada una. Les informa que ambas cargas están programadas para estallar a la media noche de ese mismo día. Advirtiendo que si alguien intenta escapar o subir a rescatarlos, todos serán volados con un tercer detonador que acciona las dos cargas vía remota. ¿En qué consiste exactamente el experimento? Pues que dadas dichas condiciones, ambos grupos de secuestrados tienen una alternativa para salvarse, una escapatoria a su secuestro: el detonador que cada embarcación posee hace estallar la carga de la otra, por lo que aquellos que quieran sobrevivir deben tomarlo y volar a los del otro barco: ergo, no morir depende de que se decidan a matar a los otros. 

Ustedes eligen quién se salva” – les dice. Dejándoles claro que mientras más se tarden en hacerlo corren el riesgo de que los otros pasajeros los vuelen “porque tal vez ellos no sean tan nobles”. Finalmente, les  recuerda que si al llegar la media noche ninguno se atrevió a volar a nadie, volarán todos.


Elección y “libre” albedrío.

A los familiarizados con Teorías de Juego esta secuencia les recordará a un  clásico Dilema de Prisionero. Pero en un sentido más específico, nos encontramos ante una variación extrema y masiva de un caso de Elección Forzada, que de hecho, todo dilema de prisionero presupone.

Por elección forzada entendemos una situación en la cual una persona o colectivo de personas se ve obligada a “elegir” entre dos o más opciones impuestas. Es decir, la elección forzada es aquella que ocurre cuando se “toma” una decisión bajo el supuesto del libre albedrío, siendo que en realidad se es llevado a escoger una opción específica.

Un claro ejemplo es el ladrón que pone a “escoger” a su víctima. Casi siempre le ofrece dos opciones: "me entregas el carro o te doy un tiro”, “el celular o la vida”, etc. En sentido estricto, el victimario le está dando a la víctima la oportunidad de elegir. Pero, puesta así las cosas, ¿está de verdad eligiendo?

El secreto de la elección forzada es mantener el supuesto de la libertad de elección, de que realmente se está escogiendo, eligiendo y decidiendo, al tiempo que se le crean a la persona o colectivo de personas condiciones objetivas y subjetivas para llevarlos a “escoger” una opción predeterminada. Esto especialmente aplica para los casos en que deben optar por algo a lo que de otro modo y bajo condiciones normales difícilmente optarían. En este último caso, para que la Elección Forzada funcione hay que hacerle entender al “decisor” o “decisores” que de no tomar la opción predeterminada el precio a pagar será mayor. En el caso de un robo es evidente: nadie le entregaría su carro a un extraño así por así… al menos le pongan una pistola en la cara. De tal suerte, una vez creada la disyuntiva se le ofrece a quien o quienes “deciden” la "opción" que deben "tomar": es más sensato entregar el carro –algo material que eventualmente puede recuperarse- a que te den un tiro y perder la vida - lo que sin duda no se recupera.

Otro ejemplo muy ilustrativo que podemos citar y que tiene la ventaja adicional de la vigencia son las "invitaciones" del ejército sionista a los habitantes de Gaza y ahora también de el sur del Líbano, a abandonar sus casas ante de bombardearlas. Claramente les está dando la posibilidad de elegir: se pueden ir o se pueden quedar, nadie los está obligando a marcharse. Es una elección forzada elevada al cinismo infinito. Tanto, que de hecho le sirve a los sionistas para decir no solo que no está practicando desplazamiento forzado ni crímenes de guerra y genocidio sistemático, sino que son el ejército con más moral del mundo. "Les dijimos que se fueran" "si luego aparecen como víctimas de los bombardeos es porque así lo decidieron."   

Es por esto que no puede decirse que la "decisión" que alguien "toma" bajo una situación de elección forzada sea irracional. A alguien que le secuestran una hija o hijo -para poner un caso extremo- y le piden un rescate, no puede culpársele de no tener razón o motivos válidos si acepta pagarlo. Y tampoco a una persona que decide abandonar sus tierras y todas sus pertenencias si eso significa salvar a su familia de morir en un bombardeo. En economía esto se llama costo de oportunidad: cuando se asume el costo de una opción pues se pondera con los beneficios que trae otra. Siempre será preferible quedar en la ruina que perder una hija o un hijo, siempre será mejor perder la casa que la familia. El problema entonces no es la validez o no de las razones inmediatas: son las condiciones que sostienen y justifican dichas razones. 

Ahora, en el caso de los pasajeros secuestrados por El Joker la situación es más compleja. Pues no tienen solo que escoger entre dos opciones impuestas ante las cuales lo único que pueden dirimir es con cuál pierden menos. Tampoco están siendo víctimas de terrorismo convencional, ya que si ese fuera el caso, a El Joker le bastaría con volar los barcos para infligir terror en la ciudad. Sus objetivos, como claramente se lo explica a Batman, son más siniestros: 1) demostrar que las personas en términos generales “sólo son tan buenas como el mundo los permite ser”, de allí que todo intento de justicia, de hacer el bien y ser honesto, resulte inútil. Y 2) apoderarse del “alma” de los habitantes de Gótica.

En efecto, el experimento al cual los somete El Joker no tiene como propósito causar más pánico y ni siquiera más muertes: quiere que con su acto, con su “elección”, los ciudadanos de Gótica se transformen en agentes de su causa. Como si se tratara de un experimento de química, pretende generar una reacción que a su vez genere otro estado de cosas. Uno donde ya no hay buenos ni malos sino solo gente intentando sobrevivir luchando unos contra otros. Apoderarse del alma de Gótica significa darle fin a la lucha entre el bien y mal, la luz y la sombra, el orden y el desorden, la justicia y la injusticia, para hundirla en el oscuro e indiferenciado caos definitivo. 

Esta es la razón por la que, en paralelo, El Joker pone en práctica otro proyecto: destruir la figura de Harvey Dent. Y decimos destruir la figura porque no busca eliminarlo físicamente (como tampoco quiere matar a Batman) sino lo que él representa. Y es que en medio de la decadencia, la corrupción y la oscuridad claustrofóbica de Ciudad Gótica, Dent surge como un rayo de esperanza: un fiscal honesto, decidido a acabar con el crimen cueste lo que le cueste. Por eso lo llaman El Caballero Blanco, en oposición a Batman, El Caballero Oscuro de la justicia, siendo que el plan de este último es entregarse ante las autoridades para que sea Dent quien imponga el Imperio de la Ley, y por tanto, restaure la paz en la ciudad.


La pax de Batman como problema.

Pero para entender mejor este punto es necesario retroceder en la trama. Cuando Harvey Dent aparece en escena, es precisamente para dar respuesta a la preocupación planteada por Jim Gordon al final de Batman Inicia (la primera de la trilogía) en cuanto a los límites del poder y las formas de hacer justicia en un mundo donde las formas de hacer el mal han evolucionado de manera salvaje. Batman es un vigilante, un parapolicía que se asume como justiciero en medio de una ciudad en la cual la confianza en la autoridad es casi nula y los delincuentes no escatiman en destruir a quienes intentan plantarles cara (recuérdese que Gótica se inspira en la Chicago de los años 30, dominada por mafiosos sin escrúpulos como Al Capone). Este es su encanto romántico y lo que lo convierte en un súper héroe, pero al mismo tiempo y por la misma razón su lado problemático. Pues si la justicia la imparte un tipo enmascarado ¿es realmente justicia? Adicionalmente, si la autoridad –ya de por sí cuestionada- se vale de eso y del rompimiento de la ley para poner orden: ¿qué pasará con la guerra histórica entre justicieros y criminales? Mientras Gordon se pregunta estas cosas sostiene en la mano un naipe de comodín –la firma de El Joker- lo que visualiza la respuesta: a cada acción de la justicia el crimen reacciona y viceversa, lo que nos lleva a un bucle degenerativo de ambos bandos subiendo la apuesta. Es en este sentido que El Joker funciona como una réplica de Bin Laden, que en cuanto terrorista fundamentalista es un producto de la política de promoción de paramilitarismo de la CIA. El Joker no es un producto de Batman: pero es una de sus consecuencias, una anomalía salvaje surgida como su efecto no deseado. Así como Batman genera el surgimiento de otros enmascarados que desean imitarlo impartiendo “justicia” a los puños, también genera el surgimiento de un terrorista fundamentalista sin más religión o credo que el mal por el mal y la destrucción por la destrucción. El Joker es, pues, el reverso de Batman. Y en última instancia, ambos son consecuencia de la incapacidad de las instituciones a la hora de impartir justicia.

Conscientes de esto, como decía, es que Batman y Gordon promueven la figura de El Caballero Blanco, manera de romper con el bucle autodestructivo a través del Imperio de la Ley. Pero consciente de lo mismo El Joker desbarata el plan arrastrando a Dent a su locura. Valiéndose de policías corruptos lo secuestra junto a Rachel, su novia y compañera en la fiscalía. Y luego, a sabiendas que Batman es Bruce Wayne (y en cuanto tal, ex pareja de Rachel), lo coloca en un dilema similar a los secuestrados de los barcos: “elegir” entre salvarla sacrificando a Dent y por tanto su plan de convertirlo en El Caballero Blanco, o salvar a Dent sacrificando al amor de su vida. Toma una decisión y el resultado no puede ser más fatal: Rachel muere en la explosión y Dent se salva, pero no queda intacto. Pierde la mitad del rostro además de toda su fe en la humanidad y la justicia, en especial luego de enterarse que los policías implicados trabajaban para Gordon. Se transforma entonces en otro villano: Harvey dos caras, con lo que el plan de El Joker avanza. Arrastrando al Caballero Blanco a la oscuridad (“lo rebajé a nuestro nivel”, le confiesa a Batman) arrasa con lo poco que quedaba de institución sana de la ciudad por lo que solo le quedaba pendiente hacer lo mismo con sus habitantes.


Salir de la elección forzada

¿Cómo termina  el secuestro de los barcos? Desde luego, y como no puede ser de otra manera, Batman interviene. Pero el experimento de El Joker no fracasa por esta intervención, sino porque nadie se atrevió, y de hecho, algunos se opusieron, a volar a los del otro barco. La forma en que ocurre este desenlace no es menos importante que el desenlace en sí. En el barco de los “buenos ciudadanos” se genera un debate donde llevan la voz cantante los más radicales en la idea de volar al otro barco. Varios intervienen convencidos que son ellos son los que merecen salvarse porque son los “buenos”, mientras que el otro barco está lleno de “malos”: “ellos eligieron esa vida” dice alguno. Otros, lo hacen desde la preocupación de que si no dan el primer paso, los del otro barco no dudarán justamente porque son los “malos”. Y finalmente, hay quienes lo hacen desde el miedo puro y simple y el no querer morir, entre quienes destaca una madre que viaja con su hijo. Este debate deriva en unas elecciones, que los radicales ganan por amplio margen. Pero a la hora de hacerlo, de apretar el detonador, ninguno se atreve. En el caso del barco de los “malos” la situación se dirime de manera mucho más simple: no hay ningún debate, mucho menos elecciones. Ya al borde de la hora límite, uno de los presos con clara ascendencia sobre los demás, le arrebata el detonador al guardia diciéndole: “voy a hacer lo que debiste haber hecho hace rato”, botándolo por una ventana. Ambos grupos quedan entonces entre angustiados y esperanzados apostando a que los otros tampoco los vuelen.

Y es este justamente el momento más débil pero al mismo tiempo más sublime de toda la trama. Débil porque en medio de una historia que no escatima en nihilismo y claustrofobia, todo esperamos que alguno de los grupos vuele al otro para salvarse: ¿serán los villanos? ¿O los “dulces e inocentes civiles”? como les llama El Joker con sorna. Pero a su vez es el más sublime, porque cuando se le mira bien, desde el punto de vista de la racionalidad imperante cada uno de los grupos tiene motivos suficientes para volar al otro: los primeros no tienen nada que perder y mucho que ganar. Mientras que los segundos tienen mucho que perder, además de toda la razón a la hora de esperar que aquellos no serán tan escrupulosos como ellos (después de todo, ya son asesinos y delincuentes convictos y confesos). Pero no lo hacen. Al final unos no se atreven y los otros rechazan de plano la posibilidad de hacerlo. El que sean los “malos” y no los “nobles ciudadanos” quienes rechazan la posibilidad de asesinar para sobrevivir, no hace más que llevar el dilema a máximos niveles. Y es que, en última instancia, podría decirse que los "buenos ciudadanos" no lo hicieron porque no se atrevieron y no porque no quisieron. Pero también es verdad que optaron por no salvarse, si eso implicaba matar a otros que al menos en ese momento eran tan víctimas como ellos. Pudiera entenderse esto como un ejemplo de equilibrio de miedo. Sin embargo, tal vez sea más justo entenderlo como una especie de paralización ética, que en sí misma constituye el momento realmente heroico de la película. No el que hayan decidido morir, sino el abstenerse de colaborar con la elección forzada de la cual eran prisioneros, algo que ni Batman ni Dent pudieron hacer. Con Dent, contrario a los esperado se cumplió la premisa de El Joker: solo necesitó un empujón para caer y dejarse atrapar por la gravedad de la locura, lo que hizo perder para siempre al paladín luminoso de la ciudad. En cambio, fueron los ciudadanos de a pie de Gótica -incluyendo a los “maleantes”- de los cuales nadie esperaría nada, los que impusieron la cordura: optaron por no ser presos de la tiranía de las consecuencias e hicieron lo correcto por la simple y llana razón de que es lo correcto, costara lo que costara. Y no hacer lo incorrecto por la simple y llana razón de que es lo incorrecto, sin importar lo conveniente que fuera. Y eso es lo que define al héroe: no es el que se hace matar ni el que tiene súper poderes, sino el que hace lo correcto a sabiendas que eso le puede costar un precio muy alto.  En un mundo donde no existen superhéroes tipo Marvel, aunque la atmósfera devenga tan oscurantista como la de Gótica, ese es un poderoso mensaje.


miércoles, 11 de septiembre de 2024

LA OTRA "NUEVA NORMALIDAD"


Por razones lógicas automáticamente asociamos la expresión “nueva normalidad” al estado de emergencia surgido como consecuencia de la pandemia de COVID. Y no es para menos, si se considera la extraordinaria campaña de marketing que hizo posible instalarla en nuestras mentes como un estado de cosas derivado de aquella. Sin embargo, si retrocedemos un poco la película, no es complejo concluir que esa verdad no es tan cierta, en el sentido que su uso en cuanto expresión llamada a dar cuenta de momentos globales particularmente traumáticos pero que además a partir de los cuales se crean nuevas realidades, es más extenso.  

Lo que valga decir no es un asunto meramente denominativo, en la medida que la cuestión no pasa por “descubrir” que la expresión en sí no es tan nueva como parece o ya se ha usado antes o usará después para nombrar otras realidades. El punto para nosotros aquí es que finalmente la nueva normalidad instalada a partir del COVID_19, no es más que un pliegue de una nueva normalidad más amplia que se ha venido desplegando en el mundo al menos durante las dos últimas décadas. Y que posiblemente haya empezado hacerlo un 11 de septiembre, del cual hoy se cumplen 23 años

En efecto, la primera vez que se usó la expresión “nueva normalidad” por parte de agencias de poder global para dar cuenta de nuevas realidades que habían llegado para quedarse y a las cuales había que habituarse, se remonta al estado de cosas  surgido tras el derribo de las Torres Gemelas de WTC de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Hasta donde nuestro conocimiento alcanza, el primero en usarla públicamente fue Dick Cheney –entonces Vicepresidente de los Estados Unidos y una de las figuras más siniestras de los últimos años– en una reunión con gobernadores del Partido Republicano el 25 de octubre de 2001. En su discurso, Cheney explicaba cómo el mundo sería reorganizado en una “nueva normalidad” de mayores controles también en nombre de la seguridad, pero en este caso no biológica, si no militar policial: 

La seguridad nacional no es una medida temporal solo para hacer frente a una crisis. Muchos de los pasos que ahora nos hemos visto obligados a dar serán permanentes en la vida estadounidense. Representan una comprensión del mundo tal como es, y los peligros de los que debemos protegernos quizás durante las próximas décadas. Pienso en ello como la nueva normalidad”.

Si bien en sentido estricto, no hace mención inmediatamente a un conjunto de medidas globales sino nacionales (la seguridad nacional de los Estados Unidos), hoy día estamos claros y claras que transformaciones profundas y no poco traumáticas a nivel de la cotidianidad y del imaginario comenzaron a experimentarse a partir de entonces, tanto en la sociedad norteamericana como en la global, involucrada por extensión en la denominada “guerra sin fin contra el terrorismo”. Y no solo se trató del ritual de estrictas revisiones a los viajeros en los aeropuertos de todo el planeta. El caso es que con dichas torres se derribaron en nombre de la “Seguridad Nacional”) todo un conjunto de normativas que mantenían lo privado fuera del alcance de los organismos policiales, militares y de inteligencia. Pero todavía mucho más allá de eso, instalaron una nueva forma de hacer la guerra y entender las relaciones internacionales cuyas consecuencias las estamos viendo hoy día en el genocidio contra Palestina. Es un tema complejo, que sin duda merece un tratamiento más extenso. Pero en resumen, la principal consecuencia del 11 de septiembre de 2001, a nuestro modo de ver, fue la habituación, naturalización, normalización del “derecho” unilateral de exterminar invocando la defensa propia.

Cualquiera dirá que esto, de hecho, no es nuevo en la historia de la humanidad. Y ciertamente de la invocación de ese derecho han surgido las masacres y crímenes  más atroces desde que el mundo es mundo. Pero además de muchas de sus formas lo realmente novedoso es el alcance global. No estamos hablando de una realidad localizada, por extensa que sea. Hablamos de una realidad que es global y que no para de desplegarse ante nuestros sentidos.     

En efecto, lo que padecen hoy día los palestinos más allá de sus condimentos locales es derivado de la nueva normalidad instalada en el planeta tras el 11 de septiembre de 2001. Si nos ponemos a ver, los sionistas convirtieron a Palestina en una mezcla amplificada entre Guantánamo, Abu-Ghraib, y Afganistán, donde encierran, torturan y masacran no solo con total impunidad, sino de forma manifiesta y ante la vista de todos, es decir, haciendo lo posibles porque todos lo veamos y sepamos de lo que son capaces de hacer y que además disfrutan hacerlo sin ningún resquicio de conflicto moral o ético. Para decirlo parafraseando a una conocida autora judía, el genocidio contra palestina es la banalización del mal en versión extendida y en la era de las redes sociales. Y de nuevo, más allá de todos los condimentos locales, a mi modo de ver eso es posible tras los velos que se rompieron hoy hace 23 años y la nueva normalidad anunciada por Dick Cheney en aquel entonces.     

En el caso específico de la tortura, tras el 11 de septiembre de práctica excesiva y delictiva pasó a ser entendida como parte de las “nuevas técnicas mejoradas y alternativas de interrogatorio”. Ha corrido mucha agua desde entonces y probablemente ya no lo recordamos o asumimos que “siempre fue así”, pero tan profunda fue esta naturalización que tuvo su correlato en el cine. Levantándose un viejo tabú existente, sesiones de tortura comenzaron a mostrarse de manera abierta en el cine y la televisión. La manera de hacerlo fue la de poner a personajes en el dilema de torturar o no a algún enemigo para salvar a los suyos y/o su país. Ejemplos abundan, pero pioneras fueron la saga Jason Bourne, cuya primera película data de 2002. Y la no menos popular serie televisiva 24, cuyo primer capítulo lo transmitió por la cadena Fox el 1 de noviembre de 2001: solo dos meses después de los atentados, y de hecho, 4 días antes del discurso de Cheney. De allí en más las cárceles secretas, los secuestros fuera de jurisdicción y sin orden judicial, los asesinatos “selectivos”, los bombardeos con drones o a distancia, la justificación de bombardeos y asesinatos de población civil como “daño colateral”, o el “derecho” a borrar del mapa países por venganza y con saña indisimulada se convirtieron en parte de la cotidianidad, bien a través de los noticieros o de los canales de entretenimiento.

En aquel entonces, casi nadie se atrevió si quiera a cuestionar lo que claramente era una profunda vuelta de tuerca al derecho internacional, en nombre de una política cuyo alcance su suponía era local. El único que lo hizo fue el entonces presidente venezolano Hugo Chávez, quien en una transmisión pública mostró una foto de niños afganos asesinados por un bombardeo norteamericano manifestando su desacuerdo. Tal acto le costó de inmediato una ruptura de relaciones, pero además un golpe de estado poco menos de un año después. 

Valga citar para cerrar, al periodista norteamericano Ron Brownstein, quien en noviembre de 2001 escribió un artículo titulado Estados Unidos comienza a abrazar una 'nueva normalidad', y cuya idea principal, por extensión, puede tomarse como testimonio de la nueva normalidad que desde entonces nos abraza (y abrasa) a nivel global:

La "nueva normalidad", como a los funcionarios de la administración Bush les gusta describir la vida en Estados Unidos después de septiembre 11, es expresiva con lo de nuevo pero muy poco con lo de normalidad. Es lo anormal lo que de repente es normal. Los marines tienen un lema: "Lo difícil, lo hacemos de inmediato; lo imposible tarda un poco más". El nuevo lema para Estados Unidos debería ser: "Lo sin precedentes lo aceptamos de inmediato; lo imposible toma (solo) un poco más".

La velocidad con la que lo sin precedentes ahora se convierte en lo inadvertido es impresionante. Casi nadie levantó una ceja la semana pasada cuando el viaje del presidente Bush a la Serie Mundial estuvo acompañado por la prohibición de vuelos comerciales sobre el Yankee Stadium, o un círculo de francotiradores en el techo del estadio (…) 

Hay algo inefable e inconmensurablemente triste en eso. La idea de que el presidente solo puede viajar a Nueva York después de que lo que equivale a un ejército de ocupación haya despejado su camino, sugiere cuánto ha perdido Estados Unidos desde el 11 de septiembre (…) Sin duda, Estados Unidos sobrevivirá a este desafío. Pero quizás solo al precio de una definición muy nueva e inquietante de normalidad.


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En este espacio hemos hablado ya de Palantir, pero al parecer nunca es suficiente. Palantir es una empresa de datos fundada en 2023 por Pet...