
"Ya que el mundo adopta un curso delirante, adoptemos sobre él un punto de vista delirante”
Imaginemos una persona que a finales de
2019 sufre un accidente, cae en un coma profundo y luego despierta a mediados
de 2024, que es cuando se escriben estas líneas.
Asumiendo que despertará con todas sus
facultades intactas, supongamos que, como es natural, dicha persona querrá
ponerse al día de todo lo que se perdió durante el tiempo que estuvo ausente.
Primero, obvio, saber sobre sus afectos más cercanos. Pero luego, qué pasó con
todos sus asuntos, el trabajo, etc.
Para hacer corto el cuento largo, el
tema es que por esa vía no tardaría en enterarse que al poco tiempo de
su accidente se suscitó una pandemia que le costó la vida a millones
de personas a nivel mundial. Por lo que, lo más probable, es buena parte de
su puesta al día verse sobre ello acaparando su atención.
Así las cosas, dentro del marco de
nuestro ejercicio imaginativo, lo que sigue puede tomarse como la
transcripción/narración de parte de los diálogos y situaciones en los que
podría verse envuelta nuestra hipotética protagonista, de ser ese el caso, claro, que más
allá de solo ponerse al día trate de entender -e incluso creer- tanto lo que pasó entonces, como lo que ha
pasado después en el mundo hasta la fecha de su despertar:
El virus que vino de Wuhan
-
- “Fue algo muy extraño- le cuentan luego de
pasar por los pormenores que involucraban directamente a sus allegados. Surgió
como de repente y nadie sabía ni cómo se trataba. Luego nos dijeron que la
causa era un virus llamado coronavirus y hasta nos mostraron unos
dibujos. Parecía una pelota con chupones, como esas ventosas que tiene los
pulpos en los tentáculos. Pero era terrible: los primeros pronósticos hacían
pensar que el fin del mundo había llegado. Afortunadamente no pasó, pero
créeme, fueron días muy difíciles”.
Le profundizan en detalles sobre lo
ocurrido: sobre cómo tuvieron que guardarse en sus casas y salir solo para lo
básico. Y que quien salía, al volver debía desinfectarse en la puerta antes de
entrar. Que al principio se hablaba de una cuarentena en sentido estricto: 40
días, pero que con sus idas y vueltas, ésta se extendió al menos durante año y
medio.
- En verdad no podíamos salir –le contó unos de sus amigos al verle la cara
de incredulidad-. Y tampoco había a donde ir porque todo estaba
cerrado, hasta los parques e incluso las playas, todo. Solo las farmacias,
supermercados, etc., podían abrir pero bajo restricciones. Y claro, los
hospitales, pero no para consultas. Tampoco se podía visitar a nadie: corrías
el riesgo de enfermar o enfermar a los demás. Había que mantener el
“distanciamiento social”. Así lo llamaron. Y violarlo en algunos países llegó a
ser penado. A medida que fue pasando el tiempo algunas actividades se
reactivaron, aunque bajo un nuevo formato doméstico: las clases por ejemplo se
hacían desde casa a través de plataformas como Zoom y otras. Se les llamó
home school, al trabajo home working y así sucesivamente. Hasta el sexo se hizo
virtual.”
-
- El miedo nos igualó a todos por un instante –completó
alguien más. Al principio, porque nadie sabía muy bien de qué se
trataba. Y claro, porque no tenía cura y los pronósticos eran a cada cual más catastrofistas. Por otra parte, al menos en el inicio no distinguía entre clases sociales. La cuenta que todos sacábamos es que si hasta la reina de Inglaterra se enfermaba qué quedaría para uno. Se decía que era una gripe. Pero los síntomas más visibles –al menos al inicio-
eran pérdida del olfato y del gusto. A estas alturas da risa, pero en aquel
momento sentir que podías no oler o saborear equivalía a estar sentenciado a
muerte. Te daba fiebre, pero lo que te mataba era que tus pulmones colapsaban.
Después comenzó a pasar que se dieron cuenta que si tenías una enfermedad o
condición previa, el virus te atacaba por ahí: si eras gordo, diabético,
hipertenso, etc. Aunque mucha gente en apariencia muy sana que no bebía, ni
fumaba, comía bien y hacia ejercicio morían la primera. En cambio, otros que
eran un desastre pasaron liso. Era como una lotería: nadie sabía a quién le
podía tocar, si bien se ensañaba con los más viejos. Luego aparecieron nuevas
cepas y más tarde varias vacunas que hasta el sol de hoy no se sabe qué tanto
te protegían y cuánto te jodían. Nos sentíamos como ratas de laboratorio
vacunándonos más por miedo u obligación que por convicción. Luego hubo gente
que se vacunó todo lo que inventaron e igual murió o quedó muy mal. Y otros que
no lo hicieron y nunca les pasó nada. Fueron momentos muy locos.
Un buen día nos dijeron que estábamos
en una nueva era: la de "la nueva normalidad", que había llegado para
quedarse y nada volvería a ser igual. Después empezamos a ver la expresión
hasta en la sopa. De repente, todos los presidentes y líderes mundiales de
todos los colores, autoridades, actores y actrices, deportistas, sacerdotes de
todos los credos, los influencers, narradores de noticias, todos al unísono
comenzaron a machacarnos la frasecita. Estoy casi segura que se le ocurrió a
algún publicista y no a un médico y menos a un virólogo. Porque si te pones a
ver, tiene un efecto de tranquilizador frente al miedo: de hacerte creer lo increíble,
aceptar lo inaceptable, tolerar lo intolerable y, al final del día, de
normalizar lo anormal. Fue una vulgar manipulación de las masas. Pero tal vez
necesaria para evitar que nos volviéramos locos y acabáramos con todo. Yo
estaba muerta de miedo. Pero me repetía a mí misma “es la nueva normalidad”. Y
se lo repetía a mis hijas cuando las veía nerviosas. No me lo creía ni un
poquito. Pero no tenía otra alternativa que confiar, hacer lo que nos decían y
esperar. Y bueno, aquí estoy: sobreviví!”
Las risas nerviosas que desataron el
comentario evidenciaron que se trataba de un tema del cual no les resultaba
agradable hablar. Y a su vez ahondaron la conmoción del receptor de todas
aquellas noticias. Por eso, apenas tuvo chance y aprovechando los días de convalecencia
en el hospital, el protagonista de nuestra historia decide averiguar más por su
cuenta. Le parecía inverosímil lo que había oído, y por un momento, hasta temió
le estuvieran jugando una broma. Ya solo en la noche antes de dormir esperando hallar respuestas googlea “pandemia 2019” en su
celular. Lo que vio, lo conmovió.
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Nueva York en cuarentena a plena luz del día. |
Miles de imágenes de calles desoladas
en todo el planeta, incluyendo varias célebres por su congestión permanente.
Otras, por el contrario, llenas de personas deambulando enfermas hacia
hospitales abarrotados junto a morgues que ya no se daban abasto. Tiendas de
campaña con personal trajeado como si de una guerra bacteriológica se tratara.
En algunos lugares, la congestión hospitalaria fue tanta, que a quienes se
reportaban como enfermos los mandaban para sus casas recomendándoles no salir
de ellas si no estaban tan graves. Y si en verdad lo estaban, eran trasladados
a pabellones de aislamiento del cual podían no regresar nunca. Esto llevó a que
muchos optaran por no reportar cuando sentían algún síntoma. Y cuando lo
hacían, ya era demasiado tarde para salvarse.
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Trabajador sanitario levantando el cadáver de un señor en una calle de Guayaquil, Ecuador. |
Confirma que tal y como le contaron todo comenzó en China. Pero no en un pueblo miserable o una granja insalubre como cuando las gripes de pollo y cerdo hace años atrás, sino en una megalópolis ultra moderna con más de once millones de habitantes llamada Wuhan. Conocida desde principios del siglo XX como La Chicago de China, es una especie de fábrica del mundo y por ella pasan buena parte de las cadenas de suministro de bienes intermedios y mercancías mercado globalizado. Adicionalmente, un no menos importante terminal global de personas, todo lo cual para el caso de una pandemia viral es la peor de las conjunciones.
También confirma que no eran
exageraciones lo de la cuarentena planetaria: en efecto, casi al unísono todo
el mundo fue encerrado en sus casas, los aviones dejaron de volar, los barcos
de navegar, los carros y trenes de circular, las tiendas de vender, las
empresas y oficinas cerraron. Las reuniones públicas se prohibieron. El gran confinamiento, lo llamó el FMI. Y
ciertamente el contacto físico fue prohibido: andar con guantes, mascarillas y
tapabocas se impuso como pauta para los casos en que interactuar en el mundo
real fuese estrictamente necesario. Cualquier otra forma de interacción, debía
hacerse vía remota o virtual. En un medio financiero leyó la siguiente nota:
- Hasta Nueva York, “la ciudad que nunca duerme” y corazón de las finanzas globales, cerró a medida que los hospitales se llenaron y las calles se vaciaron. Incluso la sede de la bolsa en Wall Street pasó a operar virtualmente. Fue tan extendido y prolongado el cierre que en algunas ciudades los animales salvajes comenzaron a vagar nuevamente por sus antiguos territorios, la contaminación bajó y los cielos fueron más azules, todo lo cual desde luego trajo a colación el debate sobre la huella humana en el planeta, incluyendo la prédica de la pandemia como castigo y/o lección de la naturaleza. Los malthusianos estaban de fiesta pues e estaba cumpliendo su profecía.
Pero de inmediato fue evidente que este
encierro global suponía otros colaterales. Y especialmente, en la medida en que
el mundo se fue encerrando para aplanar la ola de contagios la ola de la crisis
económica y financiera se fue levantando. De hecho, antes que se decretara la
pandemia, ya el tsunami del dinero era visible. Pero una vez decretada por la
OMS el 11 de marzo de 2020 fue indetenible. Dos días antes del decreto ocurrió
el Black Monday: la estrepitosa caída de las bolsas
globales que hizo que por primera vez desde 1929 Wall Street se paralizara 15
minutos “mientras pasaba el pánico y se decidía qué hacer”. Tres días después,
el BlackThursday, durante el cual las acciones en
Europa y América del Norte cayeron más del 9 %. A partir de ese momento, la ola
de contagio de pánico financiero hizo lo suyo a nivel global, desplomando todos
los indicadores en todas las plazas. Por esa vía llegamos al 20 de abril,
cuando se vivió otro cataclismo de mercado: los precios a futuro del petróleo cayeron por debajo
de cero. Fue algo nunca visto, tanto, que casi nadie podía
entenderlo.
Cada vez más asombrado e intrigado,
nuestro hipotético convaleciente profundiza en su hipotética investigación.
Revisa cientos de otras páginas, ve horas de videos y oye otras tantas de podcasts.
Y es así que se entera que en algunas ciudades chinas pero también en las
de otros países asiáticos, drones sobrevolaron las calles vigilando el
cumplimento de la cuarentena, mientras en Singapur perros robots hacían lo mismo por tierra. Esto
último le recordó a un capítulo de Black Mirror, en el que perros robots armados
cazaban a los últimos humanos sobrevivientes de un mundo postapocalíptico para
exterminarlos.
Fue justo en ese momento cuando cayó en
cuenta que, después de todo, pese al asombro que le causaban todas esas
imágenes y relatos, no le resultaban exactamente extraños. De alguna manera,
esas imágenes ya las había visto y esos relatos ya los había escuchado, siendo
que hasta cierto punto le resultaban familiares. El detalle es que el recuerdo
que tenía de ellos no era del mundo real: era de las novelas, el cine y en las
series de ciencia ficción, distópicas y sobre colapsos civilizatorios a las
cuales era fanático. La vida imitando al arte más que el arte a la vida,
pensó parafraseando a Wilde. Y en ese momento volvió a sentir temor. Pero no de
ser víctima de una pesada broma de sus amigos y familiares, sino de estar
atrapado en alguna especie de reality show. Recordó una vieja
película: el show de Truman, donde el protagonista es víctima de
una siniestra historia de realidad simulada. Luego cayó en cuenta que tenía
hora viendo contenidos y sus sentidos ya estaban embotados. Aun así, siguió
buscando.
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Fosas comunes en Rusia de víctimas de la Covid-19. |
De allí en adelante no dejó de hacer
analogías. Por ejemplo, las imágenes de la Quinta Avenida de Nueva York vacía a
plena luz del día le recordaban a Soy leyenda. Las de hospitales y
morgues abarrotados a Contagio. E inclusive, no pudo evitar hacer
paralelismo entre la gente deambulando enferma en Guayaquil, Manaos, Lima y
Medellín con toda clase de películas de zombis. Esto último también le pasó con
las imágenes de la devastación que se produjo en Italia durante los primeros
momentos de la pandemia. Pero el paralelismo no fue con la amplia
galería catastrofista que cualquier ciudadano promedio de esta era guarda en su
mente gracias a Hollywood (y más recientemente a Netflix): fue con
los relatos sobre la de hace 600 años, que desembarcó en Europa por las
costas italianas proveniente también de Asia gracias a los flujos comerciales
de entonces.
Recordó que de aquellos tiempos proviene precisamente la expresión cuarentena, el aislamiento como práctica y el uso de las máscaras. Y termina entendiendo que, seguramente también, buena parte del terror que genera enfrentarse a una enfermedad desconocida y para la cual no existe cura.
El virus que vino ¿de Wuhan?
Antes de quedarse dormido se dio el
tiempo de leer un último artículo que le pareció interesante. Trataba sobre los
orígenes de la enfermedad.
El artículo comenzaba por lo básico: el
consenso en torno a que la pandemia fue causada por un virus perteneciente a la
familia de los coronavirus. Se sabe de ellos al menos desde 1998 y que son
responsables de dos epidemias previas: las de SARS-CoV y MERS-CoV en China y Medio Oriente en
los años 2002 y 2012, respectivamente.
Hasta allí todo bien, los problemas
empezaban a la hora de determinar cómo se dieron los primeros contagios y
exactamente cómo comenzó la pandemia.
O sea, según la versión inicial asumida
por la OMS y todavía la más comúnmente aceptada –de hecho, fue la que le dieron
sus familiares y amigos e inclusive uno de sus médicos- todo comenzó en un mercado de mariscos y animales vivos
de la ciudad llamado Huanan. Es, de hecho, lo que lee en las
primeras páginas que le salen en Google, de la OMS y organizaciones similares,
todas las cuales dejan claro que es la información oficial y alertan sobre no
convalidar aquella que no concuerdan con este relato.
Según esta explicación, fue en dicho mercado donde se produjo el “salto” del virus
delos animales a los humano. Es lo que los epidemiólogos llaman
contagio zoonótico. Sin embargo, el problema es que, en sentido estricto, hasta
la fecha no existe ninguna prueba que la respalde. No solo pasa que los
primeros reportes de las autoridades sobre los primeros contagios son en
personas que nada tenían que ver con el mercado, sino además, nadie ha podido
trazar la ruta del virus y establecer cómo se dieron los primeros contagios del
mercado al resto de la ciudad, y por esa vía, al mundo. Y mucho menos encontrar
ningún animal –murciélago o no, vivo o muerto, preparado o crudo- que fungiera
como vector inicial de contagio hacia los humanos, pese a que se tomaron
muestras en más de 80 mil. En contraste, a los pocos meses de iniciarse la
pandemia de SARS en 2003, los científicos encontraron el coronavirus culpable
en animales vendidos en los mercados chinos.
De hecho, en un estudio realizado durante los primeros días del cierre
del mercado, un equipo encabezado por el virólogo chico George Gao, del Centro
Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades, recogió y analizó 1.380
muestras dentro del mismo. Y reportaron solo haber encontrado coronavirus
en muestras junto a material genético de personas. Es decir, no lo encontraron en
ninguna de las 18 especies de animales que examinaron, incluyendo murciélagos.
Por lo que sugirieron que lo más probable es que fueran los humanos quienes
llevaron el virus al mercado, que acabó siendo el epicentro del brote.
Ahondando en su investigación,
encuentra que esta explicación zoonótica sigue siendo entonces en realidad una
hipótesis. Hipótesis adoptada como la versión oficial de los hechos a partir de
lo planteado por la viróloga china Shi Zhengli, precisamente la misma que
estableció la ruta de contagio cuando la pandemia de SARSG que entre 2002 y
2004 se extendió desde el sur de China llegando a infectar a más de 8.000
personas y matar a casi 800 en todo el mundo. En aquella ocasión fueron
efectivamente murciélagos de una cueva de la provincia de Yunnan quienes
contagiaron a gatos salvajes, posteriormente cazados para ser comidos en un
mercado de Cantón (Guangdong). Los humanos que comieron y manipularon estos
animales fueron los primeros contagiados.
La secuenciación de la pandemia de
2002-2004 hizo mundialmente célebre a la doctora Zhengli, al menos entre los
virólogos. De hecho, de aquellos tiempos le quedó un apodo: Batwoman, justo porque su especialidad son los
coronavirus provenientes de murciélagos.
- Qué
curioso –pensó- una doctora apodada batwoman, experta en virus
de murciélagos en una ciudad que apodan la Chicago China desde principios
del siglo XX, siendo que por la misma época el creador de Batman también
se inspiró en Chicago para crear Ciudad Gótica: una vez más la vida imitando al
arte.
En fin, al momento que explota la
pandemia Zhengli era –y todavía es- la más prestigiosa investigadora en
el Instituto de Virología de Wuhan. Se trata de un
laboratorio estatal reformado justo a partir de la pandemia de SARG y que
alberga el principal laboratorio de bioseguridad en China. Entre otras cosas,
en él se trabaja con patógenos peligrosos que no cuentan con vacunas ni
tratamientos disponibles.
Pero adicional a analizar los virus recolectados en miles de lugares distintos, en dicho laboratorio se realizan otro tipo de experimentos mucho más controvertidos. Y los más controvertidos son los que se conocen como ganancias de función. Las ganancias de función son modificaciones artificiales realizadas a los virus que incrementan sus habilidades, como transmisibilidad, letalidad o habilidad para superar una respuesta inmune a vacunas y medicamentos. El argumento para realizarlas es que por esa vía los investigadores se “adelantan” a las posibles mutaciones naturales creando escenarios de inmunidad más óptimos. No obstante, en sentido estricto, son fábricas de nuevos patógenos y potenciales enfermedades.Y entre los experimentos de ganancia de función que se realizaban en el Instituto de Virología de Wuhan destacan los de coronavirus.
Por ejemplo, en un artículo publicado en 2015 en la revista
especializada Nature, un grupo multinacional de 15
científicos del Instituto de Wuhan entre los que se encontraba la profesora Zhengli,
creó un virus quimera a partir de dos coronavirus diferentes. El resultado fue
una versión más peligrosa con el potencial de convertirse en pandemia, según
las propias conclusiones del estudio.
Y luego en 2017, ella y sus colegas dellaboratorio de Wuhan publicaron otro
artículo sobre un experimento en el que crearon nuevos
coronavirus de murciélago híbridos mezclando y combinando partes de varios
existentes —incluyendo al menos uno que era casi transmisible a los humanos—
para estudiar su capacidad de infectar y replicarse en células humanas.
Es por esta razón que la aparición del
COVID-19 en la misma ciudad donde científicos de un instituto
experimentaban para crear versiones nuevas y más poderosas de la familia de
virus al cual pertenece, alimentó la especulación de que podría haberse fugado
a través de un miembro del personal infectado, un objeto contaminado o desechos
líquidos no suficientemente bien filtrados, etc. Esto, claro, y que la
responsable de difundir en primera instancia la hipótesis de la contaminación
zoonótica fuera la misma viróloga responsable de dichos
experimentos. Valga agregar que el laboratorio de Wuhan queda a pocos
kilómetros del mercado donde se dijo que comenzó la pandemia.
Tratando de seguir la secuencia de los
hechos se entera que el entonces presidente de los Estados Unidos, Donald
Trump, acusó en su momento al gobierno chino de ser responsable de la pandemia
asegurando que el patógeno había salido de un laboratorio militar. Sin embargo,
la OMS descartó de plano esta versión, apostando por la explicación zoonótica.
Esto llevó a que Trump acusara a la ONU y la OMS de complicidad con el gobierno
chino, lo que condujo a un dimes y diretes de acusaciones mutuas. Para salirle
al paso a la polémica, la OMS encargó una investigación de varios especialistas
a nivel mundial a fin de blindar científicamente –es decir con pruebas
concluyentes- la hipótesis zoonótica. No lo logran, pero la apoyan
igual argumentando que no existía nada que indique lo contrario. Luego se supo que uno de los encargados de la investigación
lo era también de una ONG que, trabajando de manera tercerizada para el
gobierno norteamericano, financiaba las investigaciones con virus en el
laboratorio del gobierno chino en Wuhan. Esto casi le hace estallar
la cabeza.
Es decir, le parecía normal dentro de
la dinámica geopolítica que el presidente de los Estados Unidos acusara a China
–su principal rival como potencia- de haber causado la pandemia deliberada o
accidentalmente. Así como que las autoridades chinas ripostaran con acusaciones
similares en sentido inverso. Lo que ya no le parecía tan normal es que
organismos como la ONU, la OMS y los principales medios de comunicación
globales –tradicionalmente alineados con las posiciones de los gobiernos
norteamericanos o al menos muy cuidadosos en no contradecirlas- se pusieran
automáticamente del lado de los chinos, desestimando la hipótesis del
laboratorio como “teoría conspirativa”. Y es qué, después de todo, incluso
asumiendo que no exista pruebas conclusivas y lo desagradable que resulta
Trump, no parece más descabellado pensar que una variante hasta entonces
desconocida de un virus empezó a circular en la ciudad fugado desde un
laboratorio donde, en efecto, se experimenta con él, que asegurar que todo
comenzó con una sopa de murciélagos contaminada que nadie ha visto nunca. Pero
lo realmente alucinante era pensar que las pruebas realizadas en el ahora
célebre laboratorio del gobierno chino fueran financiadas por el mismísimo
gobierno norteamericano.
Por ese motivo ya no le extrañó un
comentario dejado por un lector en el el artículo, donde afirmaba que la mejor
prueba de que la pandemia había surgido de un laboratorio, era la novela del
escritor Dean R. Kootz, Los ojos de la oscuridad, publicada en
1981. Buscó la referencia e internet y se encontró que, en efecto, en su novela
de ciencia ficción futurista Kootz imaginó una pandemia global a causa de
un virus que llamó Wuhan-400, desarrollado en unos laboratorios de
China "en las afueras de la ciudad de Wuhan, alrededor del año 2020".
Luego de eso definitivamente no pudo dormir.
En la mañana, al
empezar la ronda de visitas, la doctora de guardia lo encontró evidentemente preocupado. Apenas le preguntó qué le pasaba se soltó a hablar
sobre todo lo que había averiguado:
Y no es que me puse a revisar cualquier
página o foro de conspiranóicos o izquierdistas -le dijo. He visto fuentes oficiales,
medios de comunicación convencionales, revistas especializadas. Y es imposible
no pensar que no sabemos ni el 10% de todo lo que pasó. Es decir, yo no
soy un científico, pero no me parece muy serio que se diga que la hipótesis de
la fuga no tiene sentido porque no existe nada que la pruebe, y al mismo
tiempo, que la del contagio en el mercado por el consumo de animales vivos es
válida porque no existe nada que demuestre lo contrario. Finalmente, es verdad
que existe el laboratorio y que queda cerca del mercado. Y que en él se
experimentaba con coronavirus. Por otra parte, varios expertos señalan que el
covid-19 contiene mutaciones o secuencias inusuales que lo hicieron idóneo para
infectar a las personas y que difícilmente pueden ser naturales. Todos esos son
hechos verificables, no opiniones personales, suficientemente grandes como para establecer dudas razonables sobre la versión oficial. ¿Por qué desecharlos como parte de “hipótesis conspiranóicas” apostando
a una sopa de murciélago que nadie ha encontrado? ¿Por qué el encargado de una
investigación de la OMS destinada a precisar el origen de la pandemia es al
mismo tiempo financista de las investigaciones que se realizaban en el fulano
laboratorio? ¿Eso no es un conflicto de interés? ¿Cómo puede ser objetivo
siendo juez y parte? Si a mí me preguntan, eso sí parece una
conspiración…
Supérelo –le dijo la doctora, que escuchaba su relato
más aburrida que otra cosa mientras lo examinaba y le ajustaba unas
vías-. Eso fue hace mucho tiempo y tiene usted más bien motivos para
estar feliz: está vivo, no parece tener secuelas y no tuvo que sufrir esa época
de terror. Tal vez fue una cosa o la otra o ninguna de las anteriores. Y sabe
qué, seguramente nunca sabremos. Es más, ni siquiera hay certeza de que la
pandemia haya empezado realmente en Wuhan.
¿Cómo así?
Claro, hay evidencia sólida de que el virus se encontraba en otras
ciudades meses antes de que estallara la pandemia en Wuhan. En
Barcelona por ejemplo, en otras ciudades italianas e incluso en Brasil. Eso se
demostró con pruebas de aguas servidas, que es una forma muy común de rastrear
virus en entornos urbanos. Pero ¿sabe qué? lo cierto es que ahorita ya nadie se
acuerda de eso.
¿Cómo es posible eso que me cuenta y
cómo es posible que nadie se acuerde? –respondió
más confundido que molesto. ¿Por qué no hay un escándalo armado?
Porque eso es justo lo que hacemos en
estos tiempos: nos escandalizamos y luego se nos pasa el efecto, muchas veces
porque después viene otro escándalo mayor. Y por es vía te habitúas. Creo que
eso nos ha pasado como sociedad, como mundo. La pandemia así como apareció
se fue. Y los pronósticos fueron al inicio tan sombríos que más bien uno
termina asumiendo que corrió con suerte. También pasa que, naturalmente, la gente
opta por olvidar esas cosas. O al menos intentar dejarlas en el pasado para
seguir adelante. Y para serle sincera, la economía ha quedado tan mal desde
entonces que todos –o al menos la mayoría- estamos concentrados en resolver el
día a día. Y eso no da tiempo para pensar: una está demasiado agotada para eso. Y en
todo caso, ¿qué se gana con darle vueltas a ese asunto si al final del día no podemos hacer nada que no sea adaptarnos y sobrevivir? Yo ya ni siquiera veo
noticias porque me enferma. Y si por casualidad revisando mis redes sociales me
encuentro alguna, la paso de largo para ver memes o las cosas que la gente
publica sobre lo bonita que es la vida y que cuando se quiere se puede. Sé que
no es así, pero me reconforta oírlo aunque sepa que es falso, porque de lo
contrario colapso.
- Entiendo, claro.
- Ya casi nadie tiene proyectos y los jóvenes
crecen sin muchas expectativas más allá de convertirse en influencers. Y
de cierta manera los entiendo. Porque, después de todo, qué sentido tiene
planificar a largo plazo si a duras penas llegas a final de mes y el futuro no
se ve. Fíjese mi caso: para ser una doctora con mis responsabilidades tuve que pasar años estudiando y luego ejerciendo. Se requiere tener paciencia, pero entre la
vocación y la posibilidad de desarrollar una carrera que te permita tener una
vida decente lo asumí Hasta no hace mucho quería que alguno de mis hijos
siguiera mis pasos. Y me estaba preparando y los estaba preparando para eso.
Pero es muy probable que dentro de poco la mía sea una profesión superflua. Es decir,
si en vez de despertar ahorita lo hubieses hecho cinco o diez años después, lo
más probable es que acá estuviera un técnico o quizás incluso un robot
manipulando algún dispositivo o máquina a la que solo se le carga información
una vez y luego la procesa infinitamente, dado lo cual ya los médicos ni las
enfermeras seremos necesarios. De hecho, puede que llegue un momento en que
ninguna otra profesión será necesariamente ejercida por humanos. En otros
tiempos eso era una utopía, pues si el trabajo lo hacían máquinas los humanos
podríamos dedicarnos a actividades gratificantes y a desarrollar todo nuestro
potencial. Pero en estos es simplemente una pesadilla. Aunque hay quienes lo celebran, claro, los que tienen su futuro asegurado por varias generaciones. Pero para el resto de los mortales significa que vamos a sobrar. Y no estoy inventando nada, son cosas que salen en las noticias todos los días, sobre los avances de la inteligencia artificial y cosas así. Yo de joven fui medio punk y hablaba del no future,
pero lo de hoy día es otra cosa muy distinta. Tal vez porque es cierto. Fíjese
lo de la guerra entre Rusia y Ucrania: es una carnicería, pero pero puede empeorar mucho más. Hay quienes dicen que terminará en
una guerra mundial nuclear. Y si no es allí, será en Palestina. Es un genocidio a plena luz del día, frente a las cámaras y con total impunidad. Judíos comportándose como
nazis. Yo soy hija de judíos y me avergüenzo de ello. Esla normalización del exterminio y también puede terminar en un conflicto nuclear. Pero bueno, si nada de
eso pasa, si no se acaba el mundo en una guerra nuclear, o antes que pase, es
muy probable que nos acabe primero el calentamiento global o una tormenta
solar. Confieso que prefiero esta última, porque sería rápido y además se
forman una auroras muy bonitas que siempre he querido ver en vivo y directo.
“Qué jodida están las cosas, mejor no
hubiese despertado”
No diga eso. Y además ya lo hizo. Adáptese o como dicen ahora, sea resiliente. Cada vez estoy segura que era a esto a lo que se referían cuando nos decían que una “nueva normalidad había llegado para quedarse” . Y una como una tonta pensando que hablaban de tapabocas y mascarillas cuando en verdad lo hacían sobre esta distopia.