sábado, 13 de julio de 2024

BLACK MIRROR DAYS




"Ya que el mundo adopta un curso delirante, adoptemos sobre él un punto de vista delirante


Imaginemos una persona que a finales de 2019 sufre un accidente, cae en un coma profundo y luego despierta a mediados de 2024, que es cuando se escriben estas líneas.

Asumiendo que despertará con todas sus facultades intactas, supongamos que, como es natural, dicha persona querrá ponerse al día de todo lo que se perdió durante el tiempo que estuvo ausente. Primero, obvio, saber sobre sus afectos más cercanos. Pero luego, qué pasó con todos sus asuntos, el trabajo, etc. 

Para hacer corto el cuento largo, el tema es que por esa vía no tardaría en enterarse que al poco tiempo de su accidente se suscitó una pandemia que le costó la vida a millones de personas a nivel mundial. Por lo que, lo más probable, es buena parte de su puesta al día verse sobre ello acaparando su atención.

Así las cosas, dentro del marco de nuestro ejercicio imaginativo, lo que sigue puede tomarse como la transcripción/narración de parte de los diálogos y situaciones en los que podría verse envuelta nuestra hipotética protagonista, de ser ese el caso, claro, que más allá de solo ponerse al día trate de entender -e incluso creer- tanto lo que pasó entonces, como lo que ha pasado después en el mundo hasta la fecha de su despertar:

 

El virus que vino de Wuhan  

-      -  “Fue algo muy extraño- le cuentan luego de pasar por los pormenores que involucraban directamente a sus allegados. Surgió como de repente y nadie sabía ni cómo se trataba. Luego nos dijeron que la causa era un virus llamado coronavirus y hasta nos mostraron unos dibujos. Parecía una pelota con chupones, como esas ventosas que tiene los pulpos en los tentáculos. Pero era terrible: los primeros pronósticos hacían pensar que el fin del mundo había llegado. Afortunadamente no pasó, pero créeme, fueron días muy difíciles”.

Le profundizan en detalles sobre lo ocurrido: sobre cómo tuvieron que guardarse en sus casas y salir solo para lo básico. Y que quien salía, al volver debía desinfectarse en la puerta antes de entrar. Que al principio se hablaba de una cuarentena en sentido estricto: 40 días, pero que con sus idas y vueltas, ésta se extendió al menos durante año y medio.

- En verdad no podíamos salir –le contó unos de sus amigos al verle la cara de incredulidad-. Y tampoco había a donde ir porque todo estaba cerrado, hasta los parques e incluso las playas, todo. Solo las farmacias, supermercados, etc., podían abrir pero bajo restricciones. Y claro, los hospitales, pero no para consultas. Tampoco se podía visitar a nadie: corrías el riesgo de enfermar o enfermar a los demás. Había que mantener el “distanciamiento social”. Así lo llamaron. Y violarlo en algunos países llegó a ser penado. A medida que fue pasando el tiempo algunas actividades se reactivaron, aunque bajo un nuevo formato doméstico: las clases por ejemplo se hacían desde casa a través de plataformas como Zoom y otras. Se les llamó home school, al trabajo home working y así sucesivamente. Hasta el sexo se hizo virtual.”

-     - El miedo nos igualó a todos por un instante –completó alguien más. Al principio, porque nadie sabía muy bien de qué se trataba. Y claro, porque no tenía cura y los pronósticos eran a cada cual más catastrofistas. Por otra parte, al menos en el inicio no distinguía entre clases sociales. La cuenta que todos sacábamos es que si hasta la reina de Inglaterra se enfermaba qué quedaría para uno. Se decía que era una gripe. Pero los síntomas más visibles –al menos al inicio- eran pérdida del olfato y del gusto. A estas alturas da risa, pero en aquel momento sentir que podías no oler o saborear equivalía a estar sentenciado a muerte. Te daba fiebre, pero lo que te mataba era que tus pulmones colapsaban. Después comenzó a pasar que se dieron cuenta que si tenías una enfermedad o condición previa, el virus te atacaba por ahí: si eras gordo, diabético, hipertenso, etc. Aunque mucha gente en apariencia muy sana que no bebía, ni fumaba, comía bien y hacia ejercicio morían la primera. En cambio, otros que eran un desastre pasaron liso. Era como una lotería: nadie sabía a quién le podía tocar, si bien se ensañaba con los más viejos. Luego aparecieron nuevas cepas y más tarde varias vacunas que hasta el sol de hoy no se sabe qué tanto te protegían y cuánto te jodían. Nos sentíamos como ratas de laboratorio vacunándonos más por miedo u obligación que por convicción. Luego hubo gente que se vacunó todo lo que inventaron e igual murió o quedó muy mal. Y otros que no lo hicieron y nunca les pasó nada. Fueron momentos muy locos. 

Un buen día nos dijeron que estábamos en una nueva era: la de "la nueva normalidad", que había llegado para quedarse y nada volvería a ser igual. Después empezamos a ver la expresión hasta en la sopa. De repente, todos los presidentes y líderes mundiales de todos los colores, autoridades, actores y actrices, deportistas, sacerdotes de todos los credos, los influencers, narradores de noticias, todos al unísono comenzaron a machacarnos la frasecita. Estoy casi segura que se le ocurrió a algún publicista y no a un médico y menos a un virólogo. Porque si te pones a ver, tiene un efecto de tranquilizador frente al miedo: de hacerte creer lo increíble, aceptar lo inaceptable, tolerar lo intolerable y, al final del día, de normalizar lo anormal. Fue una vulgar manipulación de las masas. Pero tal vez necesaria para evitar que nos volviéramos locos y acabáramos con todo. Yo estaba muerta de miedo. Pero me repetía a mí misma “es la nueva normalidad”. Y se lo repetía a mis hijas cuando las veía nerviosas. No me lo creía ni un poquito. Pero no tenía otra alternativa que confiar, hacer lo que nos decían y esperar. Y bueno, aquí estoy: sobreviví!

Las risas nerviosas que desataron el comentario evidenciaron que se trataba de un tema del cual no les resultaba agradable hablar. Y a su vez ahondaron la conmoción del receptor de todas aquellas noticias. Por eso, apenas tuvo chance y aprovechando los días de convalecencia en el hospital, el protagonista de nuestra historia decide averiguar más por su cuenta. Le parecía inverosímil lo que había oído, y por un momento, hasta temió le estuvieran jugando una broma. Ya solo en la noche antes de dormir esperando hallar respuestas googlea “pandemia 2019” en su celular. Lo que vio, lo conmovió.

 

Nueva York en cuarentena a plena luz del día. 


Miles de imágenes de calles desoladas en todo el planeta, incluyendo varias célebres por su congestión permanente. Otras, por el contrario, llenas de personas deambulando enfermas hacia hospitales abarrotados junto a morgues que ya no se daban abasto. Tiendas de campaña con personal trajeado como si de una guerra bacteriológica se tratara. En algunos lugares, la congestión hospitalaria fue tanta, que a quienes se reportaban como enfermos los mandaban para sus casas recomendándoles no salir de ellas si no estaban tan graves. Y si en verdad lo estaban, eran trasladados a pabellones de aislamiento del cual podían no regresar nunca. Esto llevó a que muchos optaran por no reportar cuando sentían algún síntoma. Y cuando lo hacían, ya era demasiado tarde para salvarse.


Trabajador sanitario levantando el cadáver de un señor en una calle de Guayaquil,
Ecuador.


Confirma que tal y como le contaron todo comenzó en China. Pero no en un pueblo miserable o una granja insalubre como cuando las gripes de pollo y cerdo hace años atrás, sino en una megalópolis ultra moderna con más de once millones de habitantes llamada Wuhan. Conocida desde principios del siglo XX como La Chicago de China, es una especie de fábrica del mundo y por ella pasan buena parte de las cadenas de suministro de bienes intermedios y mercancías mercado globalizado. Adicionalmente, un no menos importante terminal global de personas, todo lo cual para el caso de una pandemia viral es la peor de las conjunciones.   

También confirma que no eran exageraciones lo de la cuarentena planetaria: en efecto, casi al unísono todo el mundo fue encerrado en sus casas, los aviones dejaron de volar, los barcos de navegar, los carros y trenes de circular, las tiendas de vender, las empresas y oficinas cerraron. Las reuniones públicas se prohibieron. El gran confinamiento, lo llamó el FMI. Y ciertamente el contacto físico fue prohibido: andar con guantes, mascarillas y tapabocas se impuso como pauta para los casos en que interactuar en el mundo real fuese estrictamente necesario. Cualquier otra forma de interacción, debía hacerse vía remota o virtual. En un medio financiero leyó la siguiente nota:

-     Hasta Nueva York, “la ciudad que nunca duerme” y corazón de las finanzas globales, cerró a medida que los hospitales se llenaron y las calles se vaciaron. Incluso la sede de la bolsa en Wall Street pasó a operar virtualmente. Fue tan extendido y prolongado el cierre que en algunas ciudades los animales salvajes comenzaron a vagar nuevamente por sus antiguos territorios, la contaminación bajó y los cielos fueron más azules, todo lo cual desde luego trajo a colación el debate sobre la huella humana en el planeta, incluyendo la prédica de la pandemia como castigo y/o lección de la naturaleza. Los malthusianos estaban de fiesta pues e estaba cumpliendo su profecía. 

Pero de inmediato fue evidente que este encierro global suponía otros colaterales. Y especialmente, en la medida en que el mundo se fue encerrando para aplanar la ola de contagios la ola de la crisis económica y financiera se fue levantando. De hecho, antes que se decretara la pandemia, ya el tsunami del dinero era visible. Pero una vez decretada por la OMS el 11 de marzo de 2020 fue indetenible. Dos días antes del decreto ocurrió el Black Monday: la estrepitosa caída de las bolsas globales que hizo que por primera vez desde 1929 Wall Street se paralizara 15 minutos “mientras pasaba el pánico y se decidía qué hacer”. Tres días después, el BlackThursday, durante el cual las acciones en Europa y América del Norte cayeron más del 9 %. A partir de ese momento, la ola de contagio de pánico financiero hizo lo suyo a nivel global, desplomando todos los indicadores en todas las plazas. Por esa vía llegamos al 20 de abril, cuando se vivió otro cataclismo de mercado: los precios a futuro del petróleo cayeron por debajo de cero. Fue algo nunca visto, tanto, que casi nadie podía entenderlo. 

Cada vez más asombrado e intrigado, nuestro hipotético convaleciente profundiza en su hipotética investigación. Revisa cientos de otras páginas, ve horas de videos y oye otras tantas de podcasts. Y es así que se entera que en algunas ciudades chinas pero también en las de otros países asiáticos, drones sobrevolaron las calles vigilando el cumplimento de la cuarentena, mientras en Singapur perros robots hacían lo mismo por tierra. Esto último le recordó  a un capítulo de Black Mirror, en el que perros robots armados cazaban a los últimos humanos sobrevivientes de un mundo postapocalíptico para exterminarlos.

Fue justo en ese momento cuando cayó en cuenta que, después de todo, pese al asombro que le causaban todas esas imágenes y relatos, no le resultaban exactamente extraños. De alguna manera, esas imágenes ya las había visto y esos relatos ya los había escuchado, siendo que hasta cierto punto le resultaban familiares. El detalle es que el recuerdo que tenía de ellos no era del mundo real: era de las novelas, el cine y en las series de ciencia ficción, distópicas y sobre colapsos civilizatorios a las cuales era fanático. La vida imitando al arte más que el arte a la vida, pensó parafraseando a Wilde. Y en ese momento volvió a sentir temor. Pero no de ser víctima de una pesada broma de sus amigos y familiares, sino de estar atrapado en alguna especie de reality show. Recordó una vieja película: el show de Truman, donde el protagonista es víctima de una siniestra historia de realidad simulada. Luego cayó en cuenta que tenía hora viendo contenidos y sus sentidos ya estaban embotados. Aun así, siguió buscando.    


Fosas comunes en Rusia de víctimas de la Covid-19.

De allí en adelante no dejó de hacer analogías. Por ejemplo, las imágenes de la Quinta Avenida de Nueva York vacía a plena luz del día le recordaban a Soy leyenda. Las de hospitales y morgues abarrotados a Contagio. E inclusive, no pudo evitar hacer paralelismo entre la gente deambulando enferma en Guayaquil, Manaos, Lima y Medellín con toda clase de películas de zombis. Esto último también le pasó con las imágenes de la devastación que se produjo en Italia durante los primeros momentos de la pandemia. Pero el paralelismo no fue con la amplia galería catastrofista que cualquier ciudadano promedio de esta era guarda en su mente gracias a Hollywood (y más recientemente a Netflix): fue con los relatos sobre la de hace 600 años, que desembarcó en Europa por las costas italianas proveniente también de Asia gracias a los flujos comerciales de entonces.

Recordó que de aquellos tiempos proviene precisamente la expresión cuarentena, el aislamiento como práctica y el uso de las máscaras. Y termina entendiendo que, seguramente también, buena parte del terror que genera enfrentarse a una enfermedad desconocida y para la cual  no existe cura.


El virus que vino ¿de Wuhan?

Antes de quedarse dormido se dio el tiempo de leer un último artículo que le pareció interesante. Trataba sobre los orígenes de la enfermedad.

El artículo comenzaba por lo básico: el consenso en torno a que la pandemia fue causada por un virus perteneciente a la familia de los coronavirus. Se sabe de ellos al menos desde 1998 y que son responsables de dos epidemias previas: las de SARS-CoV y MERS-CoV  en China y Medio Oriente en los años 2002 y 2012, respectivamente.

Hasta allí todo bien, los problemas empezaban a la hora de determinar cómo se dieron los primeros contagios y exactamente cómo comenzó la pandemia.  

O sea, según la versión inicial asumida por la OMS y todavía la más comúnmente aceptada –de hecho, fue la que le dieron sus familiares y amigos e inclusive uno de sus médicos- todo comenzó en un mercado de mariscos y animales vivos de la ciudad llamado Huanan. Es, de hecho, lo que lee en las primeras páginas que le salen en Google, de la OMS y organizaciones similares, todas las cuales dejan claro que es la información oficial y alertan sobre no convalidar aquella que no concuerdan con este relato.

Según esta explicación, fue en dicho mercado donde se produjo el “salto” del virus delos animales a los humano. Es lo que los epidemiólogos llaman contagio zoonótico. Sin embargo, el problema es que, en sentido estricto, hasta la fecha no existe ninguna prueba que la respalde. No solo pasa que los primeros reportes de las autoridades sobre los primeros contagios son en personas que nada tenían que ver con el mercado, sino además, nadie ha podido trazar la ruta del virus y establecer cómo se dieron los primeros contagios del mercado al resto de la ciudad, y por esa vía, al mundo. Y mucho menos encontrar ningún animal –murciélago o no, vivo o muerto, preparado o crudo- que fungiera como vector inicial de contagio hacia los humanos, pese a que se tomaron muestras en más de 80 mil. En contraste, a los pocos meses de iniciarse la pandemia de SARS en 2003, los científicos encontraron el coronavirus culpable en animales vendidos en los mercados chinos.

De hecho, en un estudio realizado durante los primeros días del cierre del mercado, un equipo encabezado por el virólogo chico George Gao, del Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades, recogió y analizó 1.380 muestras dentro del mismo. Y reportaron solo haber encontrado coronavirus en muestras junto a material genético de personas. Es decir, no lo encontraron en ninguna de las 18 especies de animales que examinaron, incluyendo murciélagos. Por lo que sugirieron que lo más probable es que fueran los humanos quienes llevaron el virus al mercado, que acabó siendo el epicentro del brote. 

Ahondando en su investigación, encuentra que esta explicación zoonótica sigue siendo entonces en realidad una hipótesis. Hipótesis adoptada como la versión oficial de los hechos a partir de lo planteado por la viróloga china Shi Zhengli, precisamente la misma que estableció la ruta de contagio cuando la pandemia de SARSG que entre 2002 y 2004 se extendió desde el sur de China llegando a infectar a más de 8.000 personas y matar a casi 800 en todo el mundo. En aquella ocasión fueron efectivamente murciélagos de una cueva de la provincia de Yunnan quienes contagiaron a gatos salvajes, posteriormente cazados para ser comidos en un mercado de Cantón (Guangdong). Los humanos que comieron y manipularon estos animales fueron los primeros contagiados.

La secuenciación de la pandemia de 2002-2004 hizo mundialmente célebre a la doctora Zhengli, al menos entre los virólogos. De hecho, de aquellos tiempos le quedó un apodo: Batwoman, justo porque su especialidad son los coronavirus provenientes de murciélagos.

-     Qué curioso –pensó- una doctora apodada batwoman, experta en virus de murciélagos en una ciudad que apodan la Chicago China desde principios del siglo XX, siendo que por la misma época el creador de Batman también se inspiró en Chicago para crear Ciudad Gótica: una vez más la vida imitando al arte.

En fin, al momento que explota la pandemia Zhengli era –y todavía es- la más prestigiosa investigadora en el Instituto de Virología de Wuhan. Se trata de un laboratorio estatal reformado justo a partir de la pandemia de SARG y que alberga el principal laboratorio de bioseguridad en China. Entre otras cosas, en él se trabaja con patógenos peligrosos que no cuentan con vacunas ni tratamientos disponibles.

Pero adicional a analizar los virus recolectados en miles de lugares distintos, en dicho laboratorio se realizan otro tipo de experimentos mucho más controvertidos. Y los más controvertidos son los que se conocen como ganancias de función. Las ganancias de función son modificaciones artificiales realizadas a los virus que incrementan sus habilidades, como transmisibilidad, letalidad o habilidad para superar una respuesta inmune a vacunas y medicamentos. El argumento para realizarlas es que por esa vía los investigadores se “adelantan” a las posibles mutaciones naturales creando escenarios de inmunidad más óptimos. No obstante, en sentido estricto, son fábricas de nuevos patógenos y potenciales enfermedades.entre los experimentos de ganancia de función que se realizaban en el Instituto de Virología de Wuhan destacan los de coronavirus.  

Por ejemplo, en un artículo publicado en 2015 en la revista especializada Nature, un grupo multinacional de 15 científicos del Instituto de Wuhan entre los que se encontraba la profesora Zhengli, creó un virus quimera a partir de dos coronavirus diferentes. El resultado fue una versión más peligrosa con el potencial de convertirse en pandemia, según las propias conclusiones del estudio.

Y luego en 2017, ella y sus colegas dellaboratorio de Wuhan publicaron otro artículo sobre un experimento en el que crearon nuevos coronavirus de murciélago híbridos mezclando y combinando partes de varios existentes —incluyendo al menos uno que era casi transmisible a los humanos— para estudiar su capacidad de infectar y replicarse en células humanas.

Es por esta razón que la aparición del COVID-19 en la misma ciudad donde científicos de un instituto experimentaban para crear versiones nuevas y más poderosas de la familia de virus al cual pertenece, alimentó la especulación de que podría haberse fugado a través de un miembro del personal infectado, un objeto contaminado o desechos líquidos no suficientemente bien filtrados, etc. Esto, claro, y que la responsable de difundir en primera instancia la hipótesis de la contaminación zoonótica fuera la misma viróloga responsable de dichos experimentos. Valga agregar que el laboratorio de Wuhan queda a pocos kilómetros del mercado donde se dijo que comenzó la pandemia.

Tratando de seguir la secuencia de los hechos se entera que el entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, acusó en su momento al gobierno chino de ser responsable de la pandemia asegurando que el patógeno había salido de un laboratorio militar. Sin embargo, la OMS descartó de plano esta versión, apostando por la explicación zoonótica. Esto llevó a que Trump acusara a la ONU y la OMS de complicidad con el gobierno chino, lo que condujo a un dimes y diretes de acusaciones mutuas. Para salirle al paso a la polémica, la OMS encargó una investigación de varios especialistas a nivel mundial a fin de blindar científicamente –es decir con pruebas concluyentes- la hipótesis zoonótica. No lo logran,  pero la apoyan igual argumentando que no existía nada que indique lo contrario.  Luego se supo que uno de los encargados de la investigación lo era también de una ONG que, trabajando de manera tercerizada para el gobierno norteamericano, financiaba las investigaciones con virus en el laboratorio del gobierno chino en Wuhan. Esto casi le hace estallar la cabeza.

Es decir, le parecía normal dentro de la dinámica geopolítica que el presidente de los Estados Unidos acusara a China –su principal rival como potencia- de haber causado la pandemia deliberada o accidentalmente. Así como que las autoridades chinas ripostaran con acusaciones similares en sentido inverso. Lo que ya no le parecía tan normal es que organismos como la ONU, la OMS y los principales medios de comunicación globales –tradicionalmente alineados con las posiciones de los gobiernos norteamericanos o al menos muy cuidadosos en no contradecirlas- se pusieran automáticamente del lado de los chinos, desestimando la hipótesis del laboratorio como “teoría conspirativa”. Y es qué, después de todo, incluso asumiendo que no exista pruebas conclusivas y lo desagradable que resulta Trump, no parece más descabellado pensar que una variante hasta entonces desconocida de un virus empezó a circular en la ciudad fugado desde un laboratorio donde, en efecto, se experimenta con él, que asegurar que todo comenzó con una sopa de murciélagos contaminada que nadie ha visto nunca. Pero lo realmente alucinante era pensar que las pruebas realizadas en el ahora célebre laboratorio del gobierno chino fueran financiadas por el mismísimo gobierno norteamericano.

Por ese motivo ya no le extrañó un comentario dejado por un lector en el el artículo, donde afirmaba que la mejor prueba de que la pandemia había surgido de un laboratorio, era la novela del escritor Dean R. Kootz, Los ojos de la oscuridadpublicada en 1981. Buscó la referencia e internet y se encontró que, en efecto, en su novela de ciencia ficción futurista Kootz imaginó una pandemia global a causa de un virus que llamó Wuhan-400, desarrollado en unos laboratorios de China "en las afueras de la ciudad de Wuhan, alrededor del año 2020". Luego de eso definitivamente no pudo dormir.

En la mañana, al empezar la ronda de visitas, la doctora de guardia lo encontró evidentemente preocupado. Apenas le preguntó qué le pasaba se soltó a hablar sobre todo lo que había averiguado:  

Y no es que me puse a revisar cualquier página o foro de conspiranóicos o izquierdistas -le dijo. He visto fuentes oficiales, medios de comunicación convencionales, revistas especializadas. Y es imposible no pensar que no sabemos ni el 10% de todo lo que pasó. Es decir, yo no soy un científico, pero no me parece muy serio que se diga que la hipótesis de la fuga no tiene sentido porque no existe nada que la pruebe, y al mismo tiempo, que la del contagio en el mercado por el consumo de animales vivos es válida porque no existe nada que demuestre lo contrario. Finalmente, es verdad que existe el laboratorio y que queda cerca del mercado. Y que en él se experimentaba con coronavirus. Por otra parte, varios expertos señalan que el covid-19 contiene mutaciones o secuencias inusuales que lo hicieron idóneo para infectar a las personas y que difícilmente pueden ser naturales. Todos esos son hechos verificables, no opiniones personales, suficientemente grandes como para establecer dudas razonables sobre la versión oficial. ¿Por qué desecharlos como parte de “hipótesis conspiranóicas” apostando a una sopa de murciélago que nadie ha encontrado? ¿Por qué el encargado de una investigación de la OMS destinada a precisar el origen de la pandemia es al mismo tiempo financista de las investigaciones que se realizaban en el fulano laboratorio? ¿Eso no es un conflicto de interés? ¿Cómo puede ser objetivo siendo juez y parte? Si a mí me preguntan, eso sí parece una conspiración…

Supérelo –le dijo la doctora, que escuchaba su relato más aburrida que otra cosa mientras lo examinaba y le ajustaba unas vías-. Eso fue hace mucho tiempo y tiene usted más bien motivos para estar feliz: está vivo, no parece tener secuelas y no tuvo que sufrir esa época de terror. Tal vez fue una cosa o la otra o ninguna de las anteriores. Y sabe qué, seguramente nunca sabremos. Es más, ni siquiera hay certeza de que la pandemia haya empezado realmente en Wuhan.

¿Cómo así?

Claro, hay evidencia sólida de que el virus se encontraba en otras ciudades meses antes de que estallara la pandemia en Wuhan. En Barcelona por ejemplo, en otras ciudades italianas e incluso en Brasil. Eso se demostró con pruebas de aguas servidas, que es una forma muy común de rastrear virus en entornos urbanos. Pero ¿sabe qué? lo cierto es que ahorita ya nadie se acuerda de eso.

¿Cómo es posible eso que me cuenta y cómo es posible que nadie se acuerde? –respondió más confundido que molesto. ¿Por qué no hay un escándalo armado?

Porque eso es justo lo que hacemos en estos tiempos: nos escandalizamos y luego se nos pasa el efecto, muchas veces porque después viene otro escándalo mayor. Y por es vía te habitúas. Creo que eso nos ha pasado como sociedad, como mundo. La pandemia así como apareció se fue. Y los pronósticos fueron al inicio tan sombríos que más bien uno termina asumiendo que corrió con suerte. También pasa que, naturalmente, la gente opta por olvidar esas cosas. O al menos intentar dejarlas en el pasado para seguir adelante. Y para serle sincera, la economía ha quedado tan mal desde entonces que todos –o al menos la mayoría- estamos concentrados en resolver el día a día. Y eso no da tiempo para pensar: una está demasiado agotada para eso. Y en todo caso, ¿qué se gana con darle vueltas a ese asunto si al final del día no podemos hacer nada que no sea adaptarnos y sobrevivir? Yo ya ni siquiera veo noticias porque me enferma. Y si por casualidad revisando mis redes sociales me encuentro alguna, la paso de largo para ver memes o las cosas que la gente publica sobre lo bonita que es la vida y que cuando se quiere se puede. Sé que no es así, pero me reconforta oírlo aunque sepa que es falso, porque de lo contrario colapso.

 - Entiendo, claro.

Ya casi nadie tiene proyectos y los jóvenes crecen sin muchas expectativas más allá de convertirse en influencers. Y de cierta manera los entiendo. Porque, después de todo, qué sentido tiene planificar a largo plazo si a duras penas llegas a final de mes y el futuro no se ve. Fíjese mi caso: para ser una doctora con mis responsabilidades tuve que pasar años estudiando y luego ejerciendo. Se requiere tener paciencia, pero entre la vocación y la posibilidad de desarrollar una carrera que te permita tener una vida decente lo asumí Hasta no hace mucho quería que alguno de mis hijos siguiera mis pasos. Y me estaba preparando y los estaba preparando para eso. Pero es muy probable que dentro de poco la mía sea una profesión superflua. Es decir, si en vez de despertar ahorita lo hubieses hecho cinco o diez años después, lo más probable es que acá estuviera un técnico o quizás incluso un robot manipulando algún dispositivo o máquina a la que solo se le carga información una vez y luego la procesa infinitamente, dado lo cual ya los médicos ni las enfermeras seremos necesarios. De hecho, puede que llegue un momento en que ninguna otra profesión será necesariamente ejercida por humanos. En otros tiempos eso era una utopía, pues si el trabajo lo hacían máquinas los humanos podríamos dedicarnos a actividades gratificantes y a desarrollar todo nuestro potencial. Pero en estos es simplemente una pesadilla. Aunque hay quienes lo celebran, claro, los que tienen su futuro asegurado por varias generaciones. Pero para el resto de los mortales significa que vamos a sobrar. Y no estoy inventando nada, son cosas que salen en las noticias todos los días, sobre los avances de la inteligencia artificial y cosas así. Yo de joven fui medio punk y hablaba del no future, pero lo de hoy día es otra cosa muy distinta. Tal vez porque es cierto. Fíjese lo de la guerra entre Rusia y Ucrania: es una carnicería, pero pero puede empeorar mucho más. Hay quienes dicen que terminará en una guerra mundial nuclear. Y si no es allí, será en Palestina. Es un genocidio a plena luz del día, frente a las cámaras y con total impunidad. Judíos comportándose como nazis. Yo soy hija de judíos y me avergüenzo de ello. Esla normalización del exterminio y también puede terminar en un conflicto nuclear. Pero bueno, si nada de eso pasa, si no se acaba el mundo en una guerra nuclear, o antes que pase, es muy probable que nos acabe primero el calentamiento global o una tormenta solar. Confieso que prefiero esta última, porque sería rápido y además se forman una auroras muy bonitas que siempre he querido ver en vivo y directo.

“Qué jodida están las cosas, mejor no hubiese despertado”

No diga eso. Y además ya lo hizo. Adáptese o como dicen ahora, sea resiliente. Cada vez estoy segura que era a esto a lo que se referían cuando nos decían que una “nueva normalidad había llegado para quedarse” . Y una como una tonta pensando que hablaban de tapabocas y mascarillas cuando en verdad lo hacían sobre esta distopia. 

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